«Dejaron sucumbir As Gándaras»

Luis Carlos Llera Llorente
Luis Carlos Llera VIGO / LA VOZ

FIRMAS

Oscar Vázquez

El investigador, medalla de oro de Galicia, ha publicado 84 libros de ecología y etnografía

28 ene 2013 . Actualizado a las 06:00 h.

El humedal de As Gándaras de Budiño fue uno de sus primeros caballos de batalla. «Las dejaron sucumbir y ahora cuesta mucho recuperarlas», se queja. Estanislao Fernández de la Cigoña es medalla de oro de Galicia y se ha recorrido la comunidad desde el Miño hasta el Eo por tierra, mar y casi el aire: navegando en piragua hasta islotes perdidos o jugándose el tipo escalando por escarpados acantilados en busca de un nido de una especie única de ave acuática.

Miembro de una familia numerosa, Estanislao Fernández de la Cigoña nació en el año 1941 y estudió en el colegio de los jesuitas, en Teis. Los veranos los pasaba en el pazo de la familia de su madre en Boimorto y allí se entretenía observando a las lagartijas, los pájaros... Al acabar el colegio se formó como oficial de Marina Mercante en A Coruña y Barcelona. Ansioso de conocer mundo, navegó cinco años a bordo de buques mercantes. Ahí comenzó su preocupación por el medio ambiente. «Cuando arribábamos a un puerto de África, bajaba y visitaba las selvas cercanas y me perdía en ellas», cuenta el naturalista. «Me gustaba la aventura y viajar, pero el mar es muy duro». Por eso lo dejó y ya en tierra desarrolló una prolífica carrera como investigador y escritor. «Debe ser la genética. Mi padre era periodista y tengo otros dos hermanos que también escriben».

Fruto del estudio y sus observaciones ha publicado 84 libros referidos a etnografía, naturaleza y medio ambiente. Estanislao Fernández fue uno de los pioneros de la ecología cuando aún no estaba de moda. «A principios de los setenta fui a un cine de Cangas a hablar en contra de la caza de las ballenas. Entonces en O Morrazo todo el mundo trabajaba para Massó, que tenía la ballenera. Después de la conferencia tuve muchas amenazas telefónicas. Me amenazaron a mí y a mis hijos.

Este investigador bordeó toda la costa gallega, 1.200 kilómetros en total, buscando cruces de ahogados. «A veces era difícil conseguir información. Un gallego de aldea es muy suyo y le cuenta las cosas a otro paisano, pero a mí me veían como a un extranjero». Alto y rubio, tiene pinta de eslavo así que no resulta extraño que le confundiesen. Un día se hallaba en una taberna hablando con unos parroquianos en busca de las cruces costeras y le espetaron: «Vostede para ser extranxeiro fala moi ben o galego». «Les parecía de fuera porque yo hablo un gallego normativo sin la geada o seseo característico».

Su enorme implicación con la naturaleza estuvo a punto de costarle la vida. «Recorría siete kilómetros en piragua por los acantilados de Fisterra en busca de la colonia de nidificación del paíño europeo. Escalamos para verificar los nidos del ave y cuando descendimos a la piragua nos encontramos con olas de tres metros de altura. Iba con un amigo y un golpe de mar nos tiró. Estuvimos media hora en el agua, pensábamos que íbamos a morir, pero afortunadamente otra ola nos levantó y nos vio un pesquero», recuerda.