
Peteiro se propuso ser «la venganza de Van Gogh» y venderlo todo
21 feb 2013 . Actualizado a las 07:00 h.«Tengo un enano en la oreja que va diciendo dónde poner los colores», ironizaba Jorge Serafín Peteiro Vázquez (A Coruña, 1959) hace tres años en su casa-estudio de Sada. El pintor, fallecido ayer, ha dejado en la ciudad numerosas obras con su peculiar colorido. El pez espada que recibe a los visitantes del Acuario, la vidriera de 28 metros cuadrados del salón de actos del Muncyt, el mural de la planta de cardiología del Chuac, las oficinas de la Diputación o las sedes de las desaparecidas Caixas cuentan con piezas de un artista que, entre risas, evocaba así su etapa escolar: «Yo no fui al colegio, fui al recreo». Esto le confesaba a su amigo Ramón Núñez en su última entrevista. Y es que de las aulas apenas tenía recuerdos, pero los del patio eran muchos.
De todos modos, uno de los mayores murales de Peteiro, Hale-Bopp. La Coruña, sigue a la espera de ubicación. La obra, de tres metros de alto y algo más de seis de largo, fue adquirida por el Ayuntamiento coruñés en el año 2000, tras ser expuesto en la desaparecida Estación Marítima. El mural iba a instalarse en la Casa del Agua, pero por unos centímetros no encajó en el lugar elegido y sigue a la espera en los fondos municipales.
Peteiro, con su inseparable pitillo y su pasión por las camelias, decía que tenía pocas obras suyas en su poder y por ello «no suelo hacer exposiciones, porque no tengo material». Había una razón: «Me propuse ser la venganza de Van Gogh y por eso me dije que iba a vender todos los cuadros, frente al mito de que él no vendió ninguno, que seguro que alguno vendería».
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