
Cuando lo conocí era un chaval genial. Ahora es un genio que el 19 de febrero cumplió los 36. «Voy teniendo años, pero no soy un obsesionado por el físico y el cuerpo. Dos veces a la semana voy al gimnasio para después poder comer bien», comenta. Quedamos en el Café de la Ópera de la avenida de Arteixo, una zona que conoce a la perfección. «Bajaba todos los días esta cuesta y en la esquina con la calle de Juan Flórez me encontraba con mi amigo Edu e íbamos hasta la parada para coger el bus del colegio», recuerda. La camarera no le quita el ojo de encima. «¿Eres Luis, no?». Un segundo después, el humorista coruñés le dedicó unas palabras a Desiré en la misma libreta donde había apuntado nuestros dos descafeinados.
Miedos racionales
No hace mucho se operó de la vesícula y ahora dice que está en perfecto estado de salud, aunque no toma tanto queso. «Mi padre y Ximena se alejan de los hospitales, pero a mí no me dan nada de miedo. Me fío mucho de las estadísticas. ¿Cuánta gente muere de vesícula en el quirófano? Conduciendo de Madrid a Coruña es más posible tener un accidente. Tengo miedos racionales». Nombra a su pareja (no le gusta el formalismo de los estados civiles) por primera vez, pero su nombre surgió en más ocasiones durante la charla. «Es un tesoro personal y profesional», asegura. Percibo que le descoloca un poco la pregunta de si piensa tener hijos. «No lo sé, no es un tema sencillo. ¿Qué tipo de persona va a ser un hijo mío? Necesito tiempo para pensarlo. Es una decisión muy importante que no llega con que te apetezca. Es cierto que no conozco a nadie que se arrepienta de tener hijos... Pero no lo tengo claro», reflexiona.
El secreto de su humor
«Creo que una de las claves es tratar al adulto como a un niño y al niño como a un adulto, por eso tengo público de todas las edades», comenta este coruñés, que tiene firmadas más de treinta producciones de aquí hasta el próximo verano. El 8 de junio estará de nuevo en el Teatro Colón con dos funciones de su nuevo espectáculo. Colabora en la televisión, en la radio y está escribiendo su próximo libro. «Ahora mismo me siento más humorista que mago. Creo que aporto más al humor que a la magia», analiza. Le siguen gustando las cosas pequeñas, los pequeños detalles de la vida, y se estruja la cabeza para dar nombre a cosas que no lo tienen. «Por ejemplo, lo de sacar la cartera sin intención de pagar lo bauticé como pagonearse; a esa chica que de lejos parece muy guapa, pero que a medida que se acerca pierde encanto, pibón borriquero, y a esa etapa en la que un pequeño ya no es bebé pero tampoco niño, bebelescencia». Luis Piedrahíta hace reír y se ríe mucho. «Disfruto de hacer el humor y de que me lo hagan», sentencia con picardía. Nos despedimos al lado de la casa en la que pasó su infancia y buena parte de su juventud. «Que cuando mis papis lean la entrevista se sientan orgullosos», me dice.
El pulso de la ciudad
«Mi pareja es un tesoro profesional y humano»