
Su infancia y su juventud en Londres marcaron su manera de ser y de pensar
22 abr 2013 . Actualizado a las 07:00 h.«Me conservo bien gracias al deporte, voy cuatro días a la semana al gimnasio, camino mucho, hago montañismo...». Jorge Hombre, propietario del mítico pub O Galo D?Ouro, en los números 14 y 15 de la rúa da Conga, es un tipo como no hay dos. Y esto no es una manera de hablar. Viajero incansable, dice que, a estas alturas de la vida, ya ha visitado todos los lugares del mundo que le interesaban, pero no por eso está dispuesto a echar amarras. «Soy un solitario, un nómada y voy por libre», dice.
Alma de gramola
Sobre la barra del Galo, y con blues de fondo que sale de la impresionante gramola Würlitzer que preside el local, Jorge Hombre se confiesa y se abre en canal. Porque las barras, en el fondo, siempre fueron mejores confesionarios que las iglesias: «Mis necesidades como ser humano las tengo cubiertas ampliamente, trabajé cuando había que hacerlo y ahora ya todo el mundo sabe lo que hago: trabajo cuando me apetece, si hay un concierto me largo a verlo, sea en Londres o San Francisco».
Jesús Jorge Hombre Luaña
Negreira, 1943. Se crio en Londres
Casado, dos hijos.
Su local, O Galo D?Ouro, hecho a su imagen y semejanza y que lleva personalmente desde el año 1975.
Era pequeño, muy pequeño, cuando la vida lo llevó a Londres, donde tenía una tía abuela. «Mi educación, mi adolescencia y mi juventud -cuenta- la pasé allí en la década hermosa de los sesenta, junto con los Rolling, John Mayall, Fleetwood Mac... Los Beatles no tanto, yo era un tío más duro». La música le influyó en todo, hasta el punto de que dice que su manera de ser y de pensar, su espíritu viajero incansable, tiene sus raíces en los acordes y en las letras de aquellos grupos y solistas legendarios con los que convivió a 2.000 kilómetros de Negreira.
Pero con sus idas y sus venidas, si algo descarta completamente este inglés metido en el cuerpo de un barcalés es retirarse: «Esto lo construí yo con mis propias manos, lo creé yo a mi manera y me fastidiaría mucho que ahora viniera un tío con mentalidad mercantilista y se dedicara solo a pensar en sacarle dinero poniendo todo tipo de guarradas».
El local, además, es suyo. Lo compró en 1973 y cuando la vida lo devolvió al punto de origen, aunque con el billete de vuelta al Reino Unido abierto permanentemente, se puso detrás de la barra sin saber, quizás, que su pub se iba a convertir en un lugar de culto, un templo, una especie de catedral de la noche.
«Está, como puedes ver, totalmente inspirado en un pub inglés, las paredes están llenas de recuerdos de mis viajes y cada vez que veo una máscara africana, por ejemplo, vuelvo a aquel lugar del que la traje».
Tan ciudadano del mundo se considera que asegura que, a estas alturas, con setenta años cumplidos, «todavía no he encontrado un lugar donde me gustaría dejar mis huesos, ni tengo meta ni sitio para parar».
Cuenta que el último gran viaje que le quedaba por hacer lo llevó a Groenlandia. Atrás quedaron lugares como el desierto del Gobi, Siberia... su amada Alaska, «la última frontera», un lugar al que vuelve a la que tiene ocasión. Jorge se ríe al recordar cómo en el 2006, después de volver del Gobi, estuvo a punto de matarse, ironías de la vida, en un taxi saliendo de Barajas.