Trece docentes imparten clase a 550 matriculados de 50 países en la escuela de la cárcel de A Lama. Uno de los alumnos prepara el selectivo
02 jun 2013 . Actualizado a las 07:00 h.Hay un lugar en la cárcel donde, por unas horas, los internos pueden respirar un soplo de libertad. En el interior de sus aulas, los reclusos que acuden al centro educativo de la prisión de A Lama no están controlados por ningún vigilante. Solo están ellos y sus profesores.
Son trece docentes para un total de 550 matriculados con un mosaico de culturas que abarca medio centenar de países. Aunque en el centro de educación de adultos Nelson Mandela -en honor del ex presidente sudafricano que padeció 27 años en la cárcel y a su ejemplo simbólico de cómo reincorporarse a la vida «sin rencor con el pasado»- el número de alumnos es fluctuante. Ahora está en torno a los 280, «pero hay mucha movilidad», como reconoce su director, Juan Carlos Vilar, que precisamente lleva otros 27 años trabajando en la cárcel (comenzó en A Parda). «Hay bajas por libertad, por traslados..., pero la matrícula está abierta todo el curso, así que cuando ingresan, pueden apuntarse», explica sobre esta actividad voluntaria para los internos e internas.
«Llega un momento en que ya te adaptas y te acostumbras y cuando estás a gusto, para qué cambiar,», dice sobre su larga estancia. Reconoce no haber tenido problemas de consideración y es que, como corroboran otros dos docentes, Francisco Suárez y Marta García Prol, «esta es una situación distinta; a los vigilantes los ven como a un represor, a nosotros, por el contrario, nos ven como unas personas que vienen a ayudarles y suelen mostrar agradecimiento». «La escuela es el punto de encuentro -advierte el director-, donde pueden contactar con presos de otros módulos, con las chicas... Pero de lo que se trata es de que una vez allí aprovechen el tiempo y estudien. Estar en el centro les da una libertad de movimientos que les puede facilitar delinquir y que hay que controlar. Nosotros podemos proponer que se les dé de baja si hay algún problema».
Para Suárez, A Lama fue este pasado curso un destino inesperado, pero espera repetirlo. «A verdade é que o primeiro día ía bastante temeroso, pero despois se che quita, aínda que entrar, impresiona», dice este docente de Lingua Galega y coordinador del equipo de Normalización Lingüística, que apunta que los extranjeros «aprenden sin problemas» el idioma. «A intelixencia humana é poderosísima, e ademais no cárcere escóitase falar moito galego».
Abierto a todos
Vilar es quien se encarga de las entrevistas a los solicitantes. El centro está abierto a todos los presos, incluidos los del régimen de primer grado y de aislamiento, pero en este caso son los docentes quienes van al módulo para atender a grupos de no más de cinco alumnos. «Somos uno de los pocos centros de España que lo hacemos». También se desplazan al módulo terapéutico.
Hay aspectos que impiden olvidar que esto es una cárcel -los barrotes de las ventanas o la inaccesibilidad a Internet-, pero los tres niveles que se cursan son los reglados para educación de adultos. El primero, de alfabetización; el segundo, las enseñanzas básicas iniciales o primaria y el tercero, secundaria, «donde está la mayoría de estudiantes». «Además impartimos el bachillerato en modalidad semipresencial y cursos de español para extranjeros».
Estos días el centro anda revolucionado porque uno de los reclusos va a presentarse a la selectividad. «Tiene que ser gente que pueda pedir un permiso extraordinario -indica el director-. Hasta ahora, tenemos un 100 % de aprobados, porque solo se presentó uno y lo pasó. Ya le dije a este alumno que no nos puede estropear la media». «La verdad es que no sé si está más nervioso él o yo, es que es como nuestro orgullo», apunta Marta.
«A nosotros no nos importa ni por qué están aquí ni cuánto tiempo llevan -dice Vilar-. Pero sí que en ocasiones te cuentan cosas para pedirte consejo». «Sé que tienen que cumplir su condena -agrega Marta-, pero si yo estuviera ahí dentro me gustaría que alguien hablara conmigo. Cuando llegan las vacaciones, me dan pena porque son dos meses y medio sin la escuela. Y muchos me dicen que venir es lo más parecido a la libertad».