Enganchados a los vatios

Antón Bruquetas REDACCIÓN / LA VOZ

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CAPOTILLO

La popularización de los medidores de potencia revoluciona el ciclismo

11 oct 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

En el mes de abril del 2012, el británico Bradley Wiggins, junto a todo el equipo Sky, se refugió en las pendientes del Teide para preparar el Tour de Francia. Allí, bajo la supervisión del especialista deportivo Tim Kerrison, ejecutaron su plan para conquistar la prueba más prestigiosa en el mundo de las dos ruedas. Aquel programa trataba de imitar sobre el asfalto los rigores matemáticos que ya gobernaban en la pista. Una herramienta era indispensable para acometer el desafío: el medidor de potencia. No era un arma nueva. La habían utilizado de forma esporádica corredores desde principios de los 90. Pero quizás, hasta entonces no se había tomado en consideración con tanto rigor. El triunfo de Wiggins catapultó su popularidad. Hoy se ha expandido de tal forma que ya nadie entrena a cierto nivel sin someterse a la tiranía de los vatios.

«Hay dos tipos de potenciómetros (cómo se conocen a estos aparatos en el mundillo del ciclismo), unos que se colocan en la rueda, más baratos y pesados; y otros que van en el eje de los pedales, ligeros y cuyo precio puede superar los 3.000 euros», comenta el coruñés Pablo Torres, integrante del equipo BH-Burgos. El dispositivo se instala en cualquiera de las dos partes de la bicicleta y desde allí emite señales que recoge una pequeña pantalla colocada en el manillar. Es muy similar a la de los cuentakilómetros. Entre los parámetros que ofrece al deportista están la potencia que desarrolla en cada pedalada, su cadencia por minuto e incluso la altimetría del terreno por donde se desplaza. Luego, toda esta información se puede almacenar en un ordenador y comparar el resultado de cada sesión.

La verdadera revolución que introducen los medidores de vatios es que dan a los ciclistas un instrumento fiable del esfuerzo que desarrolla en un momento determinado. Antes, las puestas a punto se hacían a través de las pulsaciones, pero el organismo no reacciona de la misma forma todos los días y hay un tiempo trascendente hasta que el corazón se eleva hasta el pulso deseado. Por eso, el potenciómetro es más fiable. Sin embargo, para utilizarlo de manera correcta se precisa el control de un especialista.

«El primer paso que se debe realizar es una prueba de esfuerzo, donde cada uno fija sus valores máximos», explica Pablo Torres, quien agrega: «Después, conforme a esos límites establecidos en el ensayo, el entrenador marca distintos ritmos para cada sesión». Con ellos, busca, por un lado, conocer durante cuánto tiempo puede mantener ese derroche físico para que luego en carrera sepa casi al milímetro cuándo le van a faltar las fuerzas. Si un ciclista, por ejemplo, ve que puede estar 45 minutos subiendo a 350 vatios y ya en competición se le presenta este caso, tiene a su alcance todos los números para tomar decisiones. Los críticos de esta tecnología aseguran que, como los pinganillos, robotiza a los ciclistas. «Es cierto que te puede retraer de lanzar un ataque, pero con la motivación de las carreras siempre rindes por encima de lo que entrenas», recalca Pablo Torres.