Álvaro de la Vega, Patinha y Pestana, en la Galería Visol
21 oct 2013 . Actualizado a las 06:00 h.La mejor escultura contemporánea puede visitarse durante 45 días en la Galería de Arte Visol. Bajo el nombre 45 días in situ, la galería presenta una exposición con tres de las personalidades más emblemáticas de la escultura contemporánea: Paco Pestana, Álvaro de la Vega y Manuel Patinha.
«Entonces la mujer de Lot miró atrás y se convirtió en estatua de sal» (Génesis).
El olor de la muerte fosilizada en Estado de sitio. Estado de excepción. Pestana descubre su alma fáustica en una coreografía de la muerte, en su mundo visionario, su bestiario surrealista de «a beleza atrapada, sacrificial e violenta. Como atrapar a luz a puñaladas?» Paco más que daliniano es personaje pestaniano: nihilista, irreverente, vitalista, escéptico, crónico, crítico, iconoclasta, poeta, hombre-lobo, revolucionario, mago y funambulista, con una inteligencia y corazón tan grande como su talento. Porque Pestana es el caballo de Atila y la hierba que arrasa. Genera un espacio distorsionado e hilarante, una escenografía de su teatro-crítico-transgresor, saturado y denso como el aire.
El festival de la muerte en locuaz panteísmo arqueológico y laico, un altar de sacrificio real, donde, congelados como en Sodoma, los cadáveres, parecen resucitar en una danza macabra y dionisíaca de un tiempo pretérito y extraño. Dinosaurios con piel de pollo. Una epifanía cruel que genera un territorio fósil, creando gran tensión entre los espacios vacíos y su bestiario singular con dramatismo y tortura pero sin ensañamiento, mediante un desplazamiento afectivo, y la solemnidad que genera la sobre elevación de las piezas en la pared, describiendo series dinámicas, dislocada la lógica y se sacude el estupor que crea con las escenografías y artefactos que construye con su exuberante imaginación y enérgica furia. El esqueleto como terrible diagnosis de la muerte. Hay muchos Pacos en uno, pero un solo Paco verdadero? o todos o ninguno?
Álvaro de la Vega reacciona contra situaciones plásticas caducas y conceptos inmovilistas, con una serie de desplazamientos, tanto físicos como conceptuales, y el espacio modulando la forma de sentir la existencia, sintetizando las formas de una escultura directa, monumental y sobrecogedora. Una figuración atemporal, una synmetría anticlásica que revisa y amplía el concepto de espacio y de escultura, radicalizando la masa, una reminiscencia de exvoto, en la memoria como vestigio del pasado, prescindiendo de lo particular, seres anónimos y aislados, cerrados y encerrados en sí mismos, conservando en paradoja esa esencia de las raíces y la transculturación.
Su obra, rotunda e intimista, muestra a través de las formas hipertrofiadas, su muda desnudez, la fragilidad del hombre frente a su aparente fisicidad, la delicadeza de la forma estilizada y deformada, el equilibrio y el silencio sobrecogedor del recogimiento en la expresión de su rostro, de una serenidad sabia e hierática que se refugia en su mundo interior, con cierto distanciamiento afectivo y digna soledad, reservado con las marcas de las herramientas como cicatrices, el cuerpo como territorio y espacio.
La escultura arranca directamente del suelo, sin peana en un ritmo ascensional y verticalmente colosal en el espacio, que es el mismo que el del espectador generando una atmósfera de un naturalismo distorsionado. Las piezas son concentraciones de energía fusionando proximidad y distancia, una apertura que modela la corriente del espacio como una ventana abierta. El artista de una sensibilidad exquisita, en su reducción de las formas, abandona todo tipo de adorno, dejando a las figuras desnudas, desprotegidas, con la naturalidad de un primitivismo sin aditivos, un camino hacia la verdad, la esencia y los instintos no culturales, por eso el azul de algunas obras no es pigmento, ya que esto anularía el concepto de verdad, sino que procede de los travesaños que fueron batea de mejillones, el pasado marinero del eucalipto y de su tratamiento (piche) que reciben las maderas sumergidas en el mar. Su talla directa, a golpe «de machada» deja la huella violenta del proceso creativo. Solemne y sobrecogedora la obra con su alma de alambre y su corazón de madera.
«Una manzana será siempre un amante, pero un amante no podrá ser jamás una manzana» (Lorca).
Las frutas de Manuel Patinha surgen como el triunfo de la naturaleza sobre el invierno. Así la creación surge fruto del talento del escultor portugués. El discurso conceptual a través de materiales como el acero genera texturas que la luz modela en sus suturas, rugosidades y brillos. Volumen es luz, reconstruyendo, disolviendo o subrayando el sentido tridimensional. Entre las costillas de su armadura de acero la luz resbala como un milagro. Objetos megalíticos con la grandeza permanente sobrecogedora de las grandes construcciones del pasado. Su preocupación por el espacio hace que los objetos se integren en él con poética armonía.
El tiempo y la experiencia hace que la obra se perpetúe. La concreción del objeto creado es una reinterpretación del objeto real bajo la mirada del artista, que partiendo de la objetividad de lo real añade la subjetividad de la creación. Plantea la escultura como zona de contacto con el mundo exterior, identidad y espacio. Una muestra imprescindible. Tres miradas contemporáneas sobre el arte en diálogo.