Alfa y omega. Principio y fin

Maxi Olariaga

FIRMAS

17 nov 2013 . Actualizado a las 07:00 h.

Si tuviéramos memoria, aunque ese milagro sucediese una vez al año, si recordásemos de donde venimos, caeríamos en la cuenta de nuestra fragilidad. La vergüenza nos desnudaría y esa impostada pose de matones que ante los demás nos presenta como a inabordables colosos del séptimo cielo, se vendría al suelo con estrépito y tendríamos tantas bocas y tantas manos como tasquiles conformen el escombro de la estatua impasible que pretendemos ser.

Sabríamos entonces, si tuviéramos memoria, que fuimos ángeles capaces de besar con nuestros labios recién estrenados, el erial de arrugas de un rostro terminal. Pero lo cierto es que por el camino se nos ha ido perdiendo el equipaje y cada vez que al final de una etapa notábamos su falta, lo fuimos sustituyendo por vicios y taras. Así la ternura la cambiamos por cristales de cuarzo áspero, apenas traslúcido y el amor por besos envenenados y abrazos de espino.

Fuimos y pudimos seguir siendo ángeles pero la soberbia, el desafuero, la presunción, la codicia y el desamor fueron minando la gruta en la que sobrevivía sobresaltada nuestra alma. Era una gruta virgen nunca explorada que nos proporcionaba pan fresco y agua dulce para emprender sin más necesidades el camino. Pero aquello era poco, nos dijimos, y el deseo reventó el candado del cofre de nuestro único tesoro, abrió su cubierta de oro, y sus manos sucias invadieron el interior de su corazón de seda que latía sumergido en un tibio lago de silencio. La memoria salió a campo abierto y todo aquello que nos inclinaba a la generosidad, al sacrificio, al amor universal y a la paz se extravió en los bosques y en los desiertos, sobre la espuma del mar y en los desfiladeros de las serranías.

Abierto el cofre, vulnerada por la luz exterior la templanza oscura de la gruta en la que moraban los sentimientos, nos convertimos en seres odiosos, amadores del dinero y del poder, egoístas y vanidosos, pobres gentes ricas, patéticas calaveras de las que habían desaparecido aquellos labios y aquellos ojos que sabían besar y mirar y poseían la fórmula magistral de obrar el milagro de amar sin pedir nada a cambio.

Convertidos en criaturas dueñas de nosotros mismos, reyes de nuestro reino, poseedores de la nada intangible, no caímos ¡estúpidos, necios! en que no éramos más que esclavos de otros seres que manejaban nuestras vidas y nos habíamos convertido en desmadejadas marionetas que bailaban como peleles a los postres del gran festín para divertir a los que verdaderamente gobernaban el mundo que creíamos poseer.

Cuando llegue ese día indeseado, nos veremos unos a otros arrastrándonos bajo la mesa de nuestros amos disputándonos los huesos y las migajas de pan que hasta el suelo ruedan mantel abajo. Y mataremos y odiaremos por conseguir algo de aquel despojo recordando que un día no muy lejano lo tuvimos todo. En esa hora resucitará nuestra memoria y solo nos redimirá de nuestra postración el beso y la sonrisa del ángel que fuimos. El día en que, decrépitos y consumidos por el furor de la vanidad, se acerque a nosotros y nos regale el amor y la alegría que malvendimos en los caminos que no llevaban a ninguna parte.