
A lo largo de una treintena de óleos, y en el Centro Sociocultural Novacaixagalicia de Ferrol, podemos disfrutar con una significativa muestra de la obra del ferrolano Imeldo Corral, en donde aparece volcada la personal e implicada visión que el pintor tenía de la especial idiosincrasia del paisaje gallego. Imeldo Corral. Pintor das Irmandades es el título de esta exposición, haciendo referencia al compromiso ideológico y cultural que el artista tenía con el movimiento nacionalista Irmandades da Fala. Para acercarnos a su obra tenemos que hacerlo a través de distintos hechos. El primero y relacionado con sus intereses ideológicos nos ayuda a comprender tanto el permanente protagonismo de este paisaje como lo que significaba para el pintor íntimamente este status en su obra.
El paisaje de Imeldo Corral no es grandilocuente, no hay una estilización de las formas como sucedía en los movimientos imperantes en la época que le tocó vivir, modernismo o art decó. Tampoco hay una especial búsqueda del ideal de belleza, no comparte la visión de sus contemporáneos.
El paisaje que nuestro pintor expone es un paisaje que sugiere intimidad. Al pintar actúa como si recogiera en su regazo aquellos espacios queridos y vividos en necesidad de protección, ofreciendo un lugar en el que poder permanecer. Estos paisajes son bien conocidos por todos nosotros y hacen referencia en sus títulos a aquello que define nuestra parte más secular. Así tenemos preciosos títulos como Corredoira, Tormenta, Piñeiros, Costa? Lugares y situaciones que nos llevan a saber más de nosotros mismos, de la especial y distinta belleza que vivimos. El modo de representación del pintor también habla de su especial visión, no es esta una pintura fría ni lineal; en cuanto a los colores, el abanico utilizado es el de los ocres oscuros de la tierra húmeda, los azules grisáceos del cielo tormentoso, los incontables verdes de las fragas y outeiros, el dorado de la arena del mar y los azules verdosos y profundos del océano.
Pinceladas con vigor
Imeldo Corral le da vigor a la pincelada, seguramente sin pincel, porque así también hace que la pintura permanezca viva, utilizando para ello cuñas y espátulas, recorriendo los cielos a base de ondulaciones empastadas, mezclando en el mismo cuadro los colores, en la contemplación de su obra casi lo podemos ver manejando óleos y herramientas con sus manos, dejando que el paisaje vaya cayendo sobre el lienzo como si este tuviera función de receptáculo. Y así, de esta manera, podemos descansar la mirada sobre grandes montañas y pequeños valles en los que pululan a la búsqueda del agua, molinos y pequeñas casas, pero también vemos pinos aislados sobre cumbres y altos que resistieron el envite del nordés mientras sus compañeros caían abatidos por su fuerza.
Y todo ello regado por esa luz que sólo aquí hay, la luz que asoma por entre las nubes y hace que cada color vibre y aparezca compitiendo con el color vecino, rugiendo con una fuerza arcaica, secular, recuperada en estos lienzos.