El Bocacho de Boiro es un clásico con más de cuarenta años de historia
12 dic 2019 . Actualizado a las 21:31 h.Vitamina D no les puede faltar a los clientes del Bocacho. El sol entra de lleno por las cristaleras de este bar de Boiro con más de cuarenta años de historia. Cuando su propietaria, Isabel Vázquez, se pone al mando en los fogones, la avenida de la Constitución huele que alimenta. Aunque el bocadillo de jamón asado es una de las especialidades de la casa, el local no debe su nombre a ningún emparedado. Tampoco a Giovanni Boccaccio, escritor y humanista italiano y uno de los padres de la literatura del país de la bota. Bocacho es la unión de las dos palabras gallegas con las que ya el cliente se hace una idea del sabor de cada plato.
Fue en diciembre de 1969 cuando abrió sus puertas. Manuel Vázquez dejó el mar para dedicarse en cuerpo y alma a un negocio que comenzó siendo una taberna e incluso bolera antes de que los coches comenzaran a circular por la avenida boirense. «Nunha leira do meu avó levantouse o edificio no que aínda hoxe vive parte da familia», asegura Isabel Vázquez, que tiene seis hermanos y destaca el esfuerzo de sus padres para sacarlos adelante y para que el bar sea hoy un clásico en el corazón de Boiro.
La misma decoración
El Bocacho mantiene la esencia de los años setenta y una decoración casi idéntica a la que tenía cuando comenzó a funcionar. Aunque las mesas originales cogieron polilla y no se pudieron recuperar, las que ahora se reparten por el establecimiento tienen nada menos que treinta años. Muchos vasos de vino y tazas de café han aguantado desde entonces. «O traballo aquí é sacrificado. A vida é o bar e non tes horarios nin coñeces o que son os festivos. Pero estou a gusto. Son a única dos meus irmáns que decidiu seguir neste negocio», señala Isabel Vázquez.
El Bocacho también reparte suerte en la administración de loterías anexa al bar. Una serie del tercer premio del Gordo de Navidad del 2012 se vendió allí. La esquina de la calle Manuel María con la avenida de la Constitución se convirtió en una fiesta cuando los niños de San Ildefonso cantaron el 64084. El champán corrió como nunca por las aceras.