El acusado del crimen de Cabanas, culpable de asesinato y agresión sexual

Es un personaje. Me cuenta, por ejemplo, que hizo el servicio militar en Valencia y que era el cocinero de Milans del Bosch el 23-F. «Le gustaba mucho el lenguado y el marisco. Era un buen gastrónomo», recuerda. Asegura que intuye cuando va a tener clientela. «Lo huelo». Y confiesa que quedan lejos aquellos tiempos en que no daba abasto sirviendo mariscos y pescados. «Lo de ?Jacinto pon lo que quieras? se acabó. Ahora hay que medirse. No hay pasta». Llegó a cobrar cubiertos a 500 euros. «Hasta vendimos cigalas a 65 euros la unidad. Ahora la misma cigala vale 25. Bajó mucho», comenta Jacinto Souto Blanco, de 54 años y propietario del restaurante Río Ulla de los Castros. «Compro lo mejor de la lonja y no le pongo mucho margen, pero la fama de carero no me la quitan», se lamenta. Hay clientes que dicen que reciben la cuenta como si fuese un puyazo. «A veces me llaman atracador, pero en sentido cariñoso».
Noches sin dormir
Nació en Ribadulla (de ahí el nombre del negocio) una parroquia del ayuntamiento coruñés de Santiso. Siendo un chaval emigró a Barcelona. «Me marché al acabar el bachiller. Empecé fregando potas en un restaurante», recuerda. Forma parte de una familia de nueve hermanos en la que él es el único hostelero. Entre los otros hay desde un catedrático a un policía pasando por un empresario y un ganadero. Vive en Monte Alto y su pareja, Dori, es pescadera en el mercado de San Agustín. Duerme poco. Se acuesta sobre la una. «Veo la repetición del programa de Fernanda Tabarés en V Televisión». Y se levanta tres horas y pico después. «Todos los días a las cuatro y veinte. Hubo épocas en las que no tocaba la cama. Estaba 22 horas seguidas en el local». En su tiempo libre lo que más le gusta es «ir a las truchas. También me encanta ir de caza, pero ya no voy».
Cocina tradicional
Charlamos a media mañana en su restaurante y me ofrece una generosa tapa de salpicón de lubrigante. Le digo que no, pero cuando Jacinto se empeña estás perdido. En 1982 abrió un primer bar, en el que los pulpitos a la plancha eran la especialidad. En el 97 inauguró el actual. «Algún día, cuando acabe la crisis, pensamos ampliar, pero sin salir de los Castros», anuncia. Se define en la cocina como «tradicionalista. A veces voy a comer a restaurantes con estrellas Michelín y no me gustan. Hasta una vez me dio alergia algo que comí», asegura. A la hora de cocinar también es contundente. «Agua del grifo, que la del mar no vale, y sal. El laurel nada, eso es para cuando mueras. Y el pescado a la plancha, como siempre», sentencia Jacinto, que de marisco favorito elige los camarones y de pescado se inclina por unos humildes lirios. Antes de la despedida vuelve a dejar clara su filosofía. «El Fórum Gastronómico no me interesa nada».