Como esta semana ha vuelto a asomar su cara de monaguillo añejo el ínclito Pepiño Blanco, otrora estrella emergente llamada O Fenómeno de Palas, aquel que se citaba con empresarios en áreas de servicio y hacía llamadas a amigos alcaldes a hurtadillas, me ha venido a la mente una de sus mejores jugadas -sin final feliz- que espero un juez desmenuce por lo fino algún día. Una aportación más al museo de los horrores democráticos que con tanto ahínco él y Zapatero I el Iluso llenaron para escarnio de este país. Me refiero a la poco comentada conversión de los aeropuertos españoles en modernos centros comerciales con cargo al erario público.
Es vergonzoso que en la mayoría de los aeropuertos los pasajeros se vean obligados a deambular por dentro de tiendas, bares y cafeterías para poder embarcar en un avión. Es más fácil tropezar con un perfume, tabaco o ropa que con la puerta de embarque correcta. Estos grandes espacios para la venta de todo tipo de productos han fagocitado las terminales. En algunos, a imagen y semejanza de los centros comerciales urbanos, incluso hay áreas de esparcimiento ¡He visto hasta un parque acristalado en uno! Todo ello pagado con dinero público pero explotado por empresas privadas.
Sin duda tantos alquileres o concesiones movían cantidades ingentes de dinero y ya saben que donde hay agua queda humedad ¿Pero se trataba solo de eso? Pepe Blanco durante sus años de ministro de Fomento culminó una etapa, iniciada por su compañera Magdalena Álvarez, que a priori puede parecer de total despiporre en la gestión de los aeropuertos españoles a través de la entidad estatal AENA (Aeropuertos Españoles y Navegación Aérea). La lista de aberraciones es larga: aeropuertos que ni llegaron a entrar en funcionamiento, ampliaciones innecesarias, obras suntuosas, duplicidades? Una, que es muy mal pensada, no achaca este frenesí dotacional a la ignorancia o escasa preparación de ambos sujetos para la gestión económica; que también pudiera ser.
Estoy convencida de que la guinda del pastel era la venta. La privatización de AENA. Una operación de muchísimos ceros. Por ello, antes de llevar el ternero al mercado, durante años, se dedicaron a cebarlo y acicalarlo para alcanzar un precio que pondría a todos los ojos de Tío Gilito. Un tsunami de pasta gansa que bien gestionado podría venderse como un éxito para la Administración y, tratándose de España, seguro que inundaba muchas cuentas corrientes privadas aquí y en el terrenito que tenemos en Centroeuropa; eso que llaman Suiza. Pero la crisis se les adelantó, no les dio tiempo a culminar la jugada. La caída del sistema financiero impidió en el último momento la privatización del 90% de AENA como pretendían. En ese escenario podría convertirse en el mayor fiasco de la historia. Lo retrasaron unos meses. Pero la convocatoria de elecciones anticipadas acabó con el intento del mayor pelotazo después de Telefónica y las petroleras. Ahora el PP intenta una privatización encubierta del 60%. Habrá menos dinero pero?