
La cooperativa de mujeres Ancares de Meu organiza recorridos con guías
25 may 2014 . Actualizado a las 07:00 h.Una cooperativa de monitoras de tiempo libre surgida en Cervantes hace cuatro años, Ancares de Meu, trabaja para dar a conocer la riqueza etnográfica y paisajística de Os Ancares. Y una de las rutas que han marcado recientemente es la de las minas de Madredauga. Unas antiguas minas de hierro situadas a los pies del pico Penarrubia con 1.822 metros de altitud, que se explotaron sobre el año 1700.
La ruta se inicia en los restos de lo que debió ser una antigua herrería, y continúa hasta las dos bocas de la explotación. El regreso en cómodo descenso, se realiza por la alzada (braña) idílica de Vilanova do Pedregal. Son en total unos ocho kilómetros que salvan 450 metros de desnivel, y que se recorren en tres horas de tranquila caminata.
En esta época del año los brezos en flor muestran un espectacular color morado y la cota en la que nos moveremos, sobre los 1.500 metros de altitud, es un magnífico mirador a los valles de Cervantes, verdes de pastos y arbolados.
La salida es en la aldea de San Rebordín, a casi 1.000 metros de altitud; con un pequeño esfuerzo inicial pronto se alcanza el cordal en la Campa do Golado. Merece la pena detenerse en este primer mirador natural para contemplar los valles del Brego, Cereixedo y Bocarte y las vistas del pico Penarrubia. Tras otro pequeño tirón se alcanza al lugar conocido como Chao do Carballo, donde comenzamos a ver los restos de la actividad minera. Aquí hubo una herrería y aún son visibles lo que queda de los muros de los hornos. Amelia explica el proceso de fundición del hierro: «Con leña de garrochas cocíanse as rochas para fundir o ferro e separalo. A auga chegaba de Madredauga, canalizada polo teso; ruta que utilizaban tamén para portear as rochas dende a mina». A pocos metros de los hornos pueden verse túmulos de escoria, que era el desecho que quedaba después de la fundición; un indicio claro de que había una herrería.
Quedan todavía un par de kilómetros para llegar a las bocas de la mina. Caminando por la cómoda pista se disfruta también del aroma y del colorido del monte en primavera, donde las uces tejen un manto violeta para las laderas. Ahora a la derecha el visitante tiene vistas al valle de Vilavella. Al fondo, en la misma curva de nivel por la que se camina, la guía muestra la vaguada que cruza la pista, por encima de la cual se encuentran las minas. Se accede a ellas por una senda que asciende hasta la primera de las dos bocas.
La entrada a la mina tiene alrededor de un metro de altura y sorprende que la cavidad esté inundada de agua teñida por el óxido. Del interior llega el eco lejano de su flujo. Imaginamos un montón de galerías por las que circula el agua y Amelia explica que se dice que esta boca está comunicada con la superior, unos cincuenta metros más arriba.
El descenso siempre es más fácil y guarda todavía el aliciente de ver la alzada de Vilanova. En un día soleado la braña resulta un lugar muy agradable para realizar un descanso
Hay dos cabañas en pie y los restos de otras tres o cuatro. A cada casa de Vilanova le pertenecía una cabaña en la braña. Pero, a diferencia de lo que sucede en otras alzadas de Os Ancares, las cabañas no se utilizaban como viviendas para los pastores, sino como almacén de pan y, en todo caso, refugio para el ganado. El centeno era un cultivo muy común en otros tiempos.
Al finalizar la ruta, el visitante no debe renunciar al avituallamiento: empanada de patatas exclusiva de estos valles de Cervantes y cuyo secreto puede conocerse asistiendo a los cursos de pan casero en horno de leña que Ancares de Meu organiza asiduamente. Para gestionar la visita, se puede hacer a través del correo electrónico info@ancaresdemeu.com, del teléfono 660 327 128, o visitando la página web www.ancaresdemeu.com.