Comienzan instalar en San Amaro el monumento a las víctimas de 1973
07 ago 2014 . Actualizado a las 06:00 h.Con algo más de cuatro décadas de retraso las víctimas del vuelo 118 de Aviaco, que se estrelló en Montrove en 1973, recuperarán sus nombres tras un largo paréntesis de anonimato.
Entonces, sin medios para hacer pruebas de ADN, una gran parte del pasaje acabó ocupando una zona de fosas comunes en el cementerio de San Amaro. Ni una señal marcaba el lugar en el que descansaban los restos. Ayer mismo un grupo de operarios comenzaba a instalar un discreto monumento que recoge los nombres -o los apellidos, pues en el listado oficial de la época no constaban los nombres completos, dato que no era necesario dar para embarcar- de los fallecidos en el siniestro.
El monumento, en mármol travertino y con una forma que evoca vagamente las alas de un avión, estará listo en dos o tres días, poco antes del 13 de agosto, cuando se cumplirán 41 años de aquella tragedia. El recuerdo fúnebre se hizo realidad gracias al tesón de una familia, los Pérez, originarios de Sada, que perdieron a su padre en aquella tragedia y que siempre quisieron rendirle un homenaje. Otros descendientes de víctimas del avión Caravelle mostraron ya su satisfacción por esa instalación.
La receptividad y colaboración del Ayuntamiento permitieron que finalmente el proyecto se transforme en realidad. El consistorio construyó la base de hormigón y se hace cargo de la instalación de la pieza. La familia Pérez, por su parte, sufragó la obra fúnebre. Afincados en Estados Unidos, encargaron la ejecución del trabajo en Italia. El monumento llegó la semana pasada a la ciudad dividido en tres piezas.
Honda conmoción
El accidente se produjo en una mañana de verano con la ciudad cubierta por la niebla. El piloto, Rafael López Pascual, un cordobés de 34 años con un historial de 8.600 horas de vuelo, dio varias pasadas al aeropuerto de Alvedro, aguardando a que la niebla se disipara un poco para iniciar la maniobra de aterrizaje.
Finalmente decidió enfilar la pista y empezar a descender sin que las condiciones fueran las más adecuadas. Parte del avión rozó con los eucaliptos de un monte de Montrove (Oleiros) y ya no hubo nada que hacer. El avión cayó a tierra unos metros más abajo, yendo a empotrarse la mayor parte de la aeronave contra el pazo do Río.
Solo la parte delantera del aparato quedó reconocible. El resto del avión se hizo pedazos a causa del choque. Milagrosamente ningún vecino falleció en aquella tragedia, que causó una honda conmoción en la ciudad.
Fallecieron los 79 pasajeros y los seis tripulantes del Boeing de Aviaco. Cuando los servicios de emergencias y los voluntarios de la zona llegaron al lugar todavía se encontraron a una persona con vida. Fallecería poco después.
Fue imposible determinar la identidad de casi la mitad de los muertos en el siniestro, que acabarían dos días después depositados en la fosa común de San Amaro.
Con el tiempo en el camposanto coruñés no quedó ni un símbolo fúnebre del desastre, pese a que muchos familiares de las víctimas siguieron acudiendo allí, especialmente en los aniversarios. Hasta ahora resultaba imposible identificar, en el departamento cuarto, el lugar en el que reposaban los cuerpos. Ese error será finalmente subsanado 41 años después.