Miembro de la Brilat y portera del Erizana, se siente «afortunada» de compatibilizar sus vocaciones
26 oct 2014 . Actualizado a las 04:00 h.Cuando a Iria Fernández Pazó (Cangas, 1986) le hacían de niña la típica pregunta de qué le gustaría ser de mayor, Ardi -como la conocen cariñosamente- lo tenía claro: «Siempre decía que quería convertirme en soldado y marcar goles». Su primera vocación se hizo realidad tal cual, pues hoy pertenece a la Brigada de Infantería Ligera Aerotransportable; en cuanto a la segunda, le dio la vuelta y, tras empezar como delantera, ahora ejerce de guardameta, este curso en el Erizana.
Su madre le cuenta que la recuerda con el balón en los pies desde antes de dar sus primeros pasos. «Ella había hecho balonmano y me podía haber influido, pero no. Yo tiraba más por coger cuatro piedras, hacer dos porterías y ponerme a jugar al fútbol con los compañeros. En el colegio, en el parque... Donde fuera». Empezó en el fútbol sala y luego pasó por clubes como el Arousana o El Olivo hasta que se marchó a trabajar a Pamplona. Tampoco allí dejó de lado su pasión deportiva. «Estuve en el Lagunak, la época más difícil para compaginarlo», rememora.
A su regreso, con 21 años, se decidió a cumplir su aspiración de alistarse en el ejército. Ahora, se levanta cada mañana a las seis para ir desde Vigo, donde reside, hasta la base de Figueirido. «A primera tenemos sesiones de gimnasia: carrera continua, cuestas, pruebas de fuerza...». Luego toca una ducha rápida «y formar para empezar el trabajo», que en su especialidad, infantería, consiste en «topográficas, tiro, pateadas con mochila... Actividades bastante duras», admite.
Termina la jornada a las tres y las tardes las dedica a ejercer de técnico con niñas del Sárdoma y a su propio entrenamiento con el Erizana, en Baiona. «Me suelo acostar sobre la una. Y a las seis del día siguiente vuelta a empezar. ¡Pero no tengo ojeras!», comenta divertida.
Iria reconoce que su ritmo de vida es agotador, pero asegura que merece la pena porque sus dos actividades la hacen «feliz». «En las Fuerzas Armadas, y más en mi especialidad, hay algo que nos inculcan desde el principio y es que hay que tener voluntad, sobre todo para las cosas que te gustan. El cansancio es pasajero y si uno quiere, puede», reflexiona.
Sus compañeros son el apoyo fundamental que le impulsa tanto en un caso como en el otro. «Aprendes a trabajar en grupo y a que un problema individual al final siempre se puede resolver entre todos». Si en el ámbito deportivo esos compañeros son chicas, la cosa cambia en el profesional. «En artillería hay muchas, pero en infantería no; pocas, pero muy guerrilleras (risas). Aunque las cosas van cambiando. A la gente le gusta cada vez más ver a chicas militares que trabajan bien, igual que les gusta vernos jugando al fútbol».
Siempre combativa, no le gusta pararse a pensar en la escasa atención que recibe el balompié femenino. «Cuando yo era pequeña no se hablaba de la selección femenina, no éramos nada. Lo que hay que hacer es trabajar para seguir creciendo y no lamentarse por si ellos cobran una millonada y nosotras nada, ya que a lo mejor resulta que disfrutamos más».
Tanto lo disfruta, que ha hecho más de una locura para llegar a todo. Pese a que asume que «lo primero es el trabajo» y que si tuviera que bajar la guardia en algo sería en el fútbol, por ahora no ha hecho falta. «Más de una vez, jugando un domingo y volviendo muy tarde del viaje, dormí un par de horas y me fui a trabajar. O al revés, regresar de quince días de maniobras, darme una ducha y directa a entrenar. Cuando algo te gusta tanto, haces lo que sea».
Reconoce que en ocasiones va a entrenar «agotada». Pero aunque su técnico le diga que se vaya a casa -«me cuidan mucho»-, ella se resiste. «Por una parte, es duro, pero luego están los entrenamientos físicos, que para las demás son un infierno y yo, habituada, los hago encantada. Se sorprenden de que me guste repetir lo mismo dentro y fuera del trabajo, y de que me queden ganas. Ambas cosas requieren mucha vitalidad y disciplina. Emocionalmente, son parecidas».
También su mote deportivo ha traspasado las fronteras del fútbol. «Un entrenador me llamaba ?ardillita? por ser pequeñita y con muchos mofletes. En un campeonato gallego, por megafonía, dijeron ?Ardi? en vez de ?Iria? y ya me quedó para todo».
Fernández duerme unas cinco horas diarias. «¡Pero no tengo ojeras!», comenta entre risas