En Distintas formas de mirar el agua Julio Llamazares propone una novela que recupera gracias a varias voces la memoria de los pueblos anegados por embalses, como aquel en el que nació el escritor
13 feb 2015 . Actualizado a las 05:00 h.En 1969 el pueblo leonés de Vegamián desapareció del paisaje, anegado por el embalse del Porma. Pero su memoria pervivió, especialmente entre aquellos que nacieron en él, como Julio Llamazares en 1955. Aquellos recuerdos, sumados a las historias familiares que oyó durante años, son el germen de Distintas formas de mirar el agua, una novela que, como su nombre apunta, se arma en torno a una pluralidad de voces narradoras. Son las de quienes acuden de nuevo a aquellas montañas para cumplir con un encargo: esparcir en las aguas del embalse las cenizas de uno de los desterrados por la presa, quien desde entonces se había negado a regresar en vida, para hacerlo ahora con la muerte. Empezando por su viuda y continuando por hijos, hijas, yernos, nietos y nietas políticas, la historia se teje sobre lo que significa para cada uno de estos personajes no solo la memoria, directa o indirecta del pueblo, Ferreras, sino también el paisaje y la interpretación que de él hace. El recuerdo del pueblo y sus habitantes, los modos de vida, las construcciones y los caminos, salen a flote, pero también la diáspora de esos vecinos que se vieron desperdigados en nuevos lugares, como los pueblos de colonización a los que tanto les costó acostumbrarse. Sobre todo, lo que planea sobre estas páginas es ese antiguo tema del regreso, la vuelta en la que el viaje -en este caso, la vida- cobra su sentido, transformado en la imposibilidad de esos Ulises de regresar a su Ítaca. Una desazón que Llamazares capta en toda su complejidad y emoción.

Distintas formas de mirar el agua
NOVELA. Julio Llamazares. Editorial Alfaguara. 192 páginas. 17,50 euros