En 1983, la nada estalló. Y de la mente prodigiosa de Terry Pratchett nació mundodisco. El 12 de marzo, la muerte, su gran personaje, lo saludó cara a cara
20 mar 2015 . Actualizado a las 05:00 h.Lord Vetinari miró por la ventana. La luz fantástica caía incluso más lenta de lo habitual sobre Ankh-Morpork. Dosflores sacó por última vez su iconógrafo. El hechizo por fin salió de la cabeza de Rincewind, que seguía creyendo que turista significaba «idiota». Yaya Ceravieja se caló su mejor sombrero, puso agua a hervir en el puchero y sacó brillo a su cabezología. La nostalgia se asomó de nuevo a los ojos de Magrat Ajostiernos. En la Sala de Relojes, cayó el último grano de arena del biómetro. La Biblioteca de Vidas estampó el punto y final en otro volumen. La Muerte se vistió con su mejor túnica. Al fin y al cabo, era un servicio especial, de esos que hay que hacer en persona. Llevó su caballo a la herrería de Jason Ogg. Albert frió las últimas tiras de bacon. La Muerte de las Ratas pronunció su IHHH final. Y en el fondo de la biblioteca de la Universidad Invisible, se oyó un quejumbroso Oook! Se hizo el silencio en el despacho de Sam Vimes. Los magos dejaron de intentar matarse por un rato. El cerebro de Detritus se ralentizó. Incluso Nobby Nobbs, por un momento, pareció humano.
Era 12 de marzo. El demiurgo cerró los ojos por última vez. En sus pupilas se apagaba el color de la magia. Apareció un enorme The End en su película, esa a la que uno llega diez minutos tarde, que nadie le explica y que debe entender gracias a las pistas. Y él tampoco tuvo la oportunidad de quedarse al segundo pase.
Pero es bien sabido que los dioses solo existen si la gente cree en ellos. Y seguimos teniendo fe en Sir Terry Pratchett. Porque en el Principio estaba la nada, que estalló. Era 1983. Gran A?Tuin empezó a navegar por el espacio. Cuatro elefantes se erguían sobre su caparazón aguantando el peso del Disco. Un millón de personajes, pero solo cien mil almas, cobraron vida en la orgullosa Ankh y la apestosa Morpork con el primer destello de octarino. Después llegó la luz fantástica. Y el octavo color siguió brillando para demostrar que los humanos necesitan la fantasía para ser humanos, para ser el punto donde el ángel que cae se encuentra con el simio que se alza.
Era una posibilidad entre un millón. De esas que salen bien nueve de cada diez veces. La tortuga aprendió a volar. Y aunque el demiurgo esté ya al otro lado del desierto infinito, Gran A?Tuin sigue viajando. Porque sigue siendo magia, aunque sepas cómo se hace.