Jake Gyllenhaal: «Los actores necesitamos los ataques de ego»

María Estévez

FUGAS

Tímido, afable y sincero a la hora de reconocer sus límites, el actor estrena «Everest», basada en una tragedia en una expedición comercial al Himalaya en 1996

18 sep 2015 . Actualizado a las 09:26 h.

Simpático, tímido y muy atento, Jake Gyllenhaal estrena hoy Everest, una película rodada en 3D que cuenta la tragedia vivida por un grupo de alpinistas en 1996 y en la que da vida a Scott Fisher, un decidido escalador que puso de moda los viajes de aventura al Everest. Reinventándose profesionalmente en Nueva York tras dejar atrás su etapa en Los Angeles, el actor busca abrirse camino de cara a la temporada de premios.

-¿Siente más responsabilidad por contar una historia real en la que tanta gente perdió la vida?

-Sí, en estos casos los actores soportamos más presión, porque hay un punto de inflexión moral. Teníamos que hacer honor a Rob Hall y a Scott Fischer, un hombre al que en ocasiones se interpretó como ambicioso y peligroso, y sin embargo, en mis indagaciones con sus familiares y amigos, me pareció absolutamente interesante y maravilloso.

-Existen varias versiones sobre lo que ocurrió en aquella expedición en 1996...

-En la situación en que se encontraban ninguno podía pensar claramente. De hecho, nadie recuerda con exactitud qué sucedió. Son piezas de información distorsionadas por la confusión que provoca la altura. La idiosincrasia de la historia forma parte de su belleza, pero que no te quepa duda de que todos los actores nos hemos sentido responsables de los personajes que interpretamos. Hemos cuidado cada detalle y cada decisión para hacer justicia a lo que ellos vivieron.

-Superar el miedo forma parte del reto de estos alpinistas. ¿Se enfrentó usted a los suyos?

-Este filme me hizo reflexionar sobre la muerte. Yo tengo miedo a morir y la película me ha hecho cuestionar la mortalidad. Ahora estoy decidido a pasar tiempo con mi familia, con mi padre, porque he pasado unos años trabajando sin descanso.

-El ego, ese afán humano por competir y conquistar, se pone de manifiesto en Everest. ¿Mantiene el ego en su lugar?

-No es fácil. Muchas veces los actores necesitamos ataques de ego porque somos una raza muy sensible. Encuentro reconfortante la honestidad brutal. A veces es difícil escuchar ciertas cosas en una conversación abierta, pero nada me asusta más que mi mejor yo o, mejor dicho, mi peor yo.

-La película cuestiona el aspecto comercial de las expediciones al Everest. Cuesta entender que los guías y los pilotos de helicóptero tengan que arriesgarse por los caprichos de otros...

-Es la cultura de los sherpas. Hay gente de todo el mundo que va a Nepal a escalar. Los sherpas viven allí, conocen como nadie la montaña. Hay historias de sherpas corriendo a 4.500 metros de altura sin ningún problema. La expedición de la que hablamos estaba liderada por un grupo de pioneros conocidos por ser los primeros en comercializar el deporte de aventura en el Everest. Hay cosas que suceden cuando el dinero se invierte en algo que obliga a la gente a aprender. Este es un filme sobre relaciones humanas y lo que ocurrió en la montaña. Eso es precisamente lo que la gente debe llevarse de Everest, la experiencia en comunidad.

-Por cierto, es espectacular el cuerpo que luce en Shouthpaw, otra de sus películas esta temporada.

-La preparación física fue extraordinaria porque no se trataba de fingir que sabía boxear, sino de aprender bien los movimientos de pies y manos para que pareciera real. Mis entrenadores se lo tomaron muy en serio y eso me motivó mucho más, especialmente en esos momentos en los que uno quiere tirar la toalla porque el cansancio te hace hasta vomitar. Es un sentimiento muy extraño tener que vomitar y seguir entrenando.

-¿Con qué actitud se enfrentó a ese papel?

-Estaba aterrorizado, créeme, muerto de miedo, porque no sabía nada de boxeo antes de empezar. Me dieron cinco meses para prepararme y creo que me faltaron dos o tres. Era el tiempo que tenía entre película y película. Yo me conozco bien y sé lo que me cuesta aprender una nueva habilidad. También sabía lo distinto que soy del personaje y sentía una resistencia interior a interpretarlo. Por eso decidí entrenar dos veces a la semana. Era consciente de que si le dedicaba el tiempo suficiente no iba a poder escapar de su personalidad. La primera parte del día la dedicaba a aprender la técnica, los movimientos, y la segunda, a entrenamiento físico.

-¿Qué fue lo que más le costó?

-Lo más difícil fue el boxeo a solas porque tienes que pelear contra el aire utilizando tu imaginación mientras un grupo de gente te mira y comenta tus movimientos. Es muy embarazoso. Tuve que aceptar esa vergüenza de pensar que debía convencer a todos los allí presentes de que yo sabía hacer lo que estaba haciendo. Fue un ejercicio de humildad, particularmente para un actor acostumbrado a la vanidad [se ríe].

-Es una película de boxeo diferente, muy distinta a Rocky, por ejemplo.

-Creo que sí. Especialmente en algunas escenas de pelea que no se han rodado nunca en el cine. Debo reconocer, y me siento orgulloso de ello, que no me importó pegar ni que me pegaran y eso se demuestra en algunas secuencias donde no todo está coreografiado.

-¿Por qué no vive en Los Angeles?

-Toda mi familia se mudó allí cuando mi hermana decidió criar a sus hijos en Manhattan. Decidí marcharme para estar cerca de ellos. Estamos muy unidos y nos gusta vernos con frecuencia. Viví mucho tiempo en Los Angeles, pero ya no. Me cansé de la ciudad.