
Confiesa, entre risas, que le ha traicionado el subconsciente al aludir a su estudio y decir: «Es donde vivo». No es en su estudio, sino en su alma donde Manuel Gallego Jorreto lleva clavada la arquitectura, de la que habla con pasión, «si me preguntan», bromea. La Fundación Barrié le dedica la primera retrospectiva al premio nacional de arquitectura en 1997 y que acaba de cumplir 52 años de profesión.
19 nov 2015 . Actualizado a las 15:19 h.«La arquitectura te obliga a observar mucho, a preguntarte por qué las cosas son así y no de otra forma. Entonces tienes que estar constantemente preguntando, cuestionando, averiguando y eso es muy entretenido. Eso no es trabajo, es casi una forma de vivir». Así vive, y ha vivido, Manuel Gallego Jorreto (O Carballiño, 1936) desde que en 1963 acabó su carrera y siguió trabajando con Alejandro de la Sota, uno de los grandes arquitectos gallegos, que ya lo había fichado cuando era alumno. Manuel Gallego acaba la reflexión teórica más profunda sobre su trabajo matizando: «esto es una pesadez pero hay que disimularlo» o «esto va a parecer muy pedante, o muy cursi». Afirma incluso que disimula su profesión: «Soy capaz de que el que esté al lado no sepa que soy arquitecto y hablo del tiempo, o del fútbol, que me gusta mucho». Ni siquiera en su casa, «tengo hijos arquitectos», habla de ello: «no soy un pesado con la arquitectura».
¿Cómo afronta su primera exposición retrospectiva?
Es difícil. En principio te sorprende un poco, te mosquea porque te das cuenta, una vez más, de que el tiempo pasa. Esos datos dan una cierta inquietud. Y por otra parte una responsabilidad. Yo la afronté pensando que una exposición es también una obra de arquitectura. Entonces me planteo cómo hago una obra de arquitectura de la exposición cuando la arquitectura se explica tan mal, si no es viviéndola y usándola.
¿Y cómo la explica?
De ahí nace una reflexión larga, que me llevó bastante tiempo, y es buscar un argumento a la exposición para que quien la vea rápido no se aburra, pero el que quiera verla con calma pueda pararse y pensar un poco: «¿Qué quiere decir este hombre? ¿Qué manías tiene?»...
¿Se ven sus manías?
Sí que se van a ver. Eso no está oculto, al contrario: quise explicar la arquitectura de tal forma que se mostrara una forma de entenderla.
¿Por qué es tan difícil explicar la arquitectura?
Porque la arquitectura es una experiencia, es la evidencia, se explica mal con palabras. Lo mismo que es muy difícil de explicar la poesía, o un cuadro: hay que verlo.
¿Por eso expone obras desde distintos ángulos?
Hay una cosa que me gusta que es que toda arquitectura es un sitio para pararse, para vivir... [Un paréntesis: hay que tener mucho cuidado con el lenguaje del profesional porque enseguida es muy hermético o muy pedante, por eso me río de vez cuando: porque me oigo]. La arquitectura es como un lugar de vida social y personal. Por eso siempre he procurado crear ángulos, para poner fin a una obra. Que no resbale por la pared sino que tenga su ángulo que te frena allí. Y ahí está una obra. Y vas a otro ángulo y está otra obra.
¿Las expone de esa forma?
He querido dar dos ideas que considero que están en todas las obras y que son el contexto y la idea del proyecto. Tal y como lo entiendo, y no quiero sentar cátedra, la idea de organizar el proyecto como si fueran los genes, es el argumento que hace que la estructura sea de una forma y no de otra. En cambio el contexto es todo lo que le rodea y hace que sea variable, es algo de lo que no podemos escapar nunca: el territorio donde vivimos, la economía, la cultura, el paisaje, la historia, la lengua, la luz... Bueno esto es la parte conceptual.
¿Qué manda en el lenguaje de la exposición?
Para mí la luz, porque crea el ambiente. La luz utilizada como un instrumento que organiza la plástica del espacio, que te obliga a una determinada tecnología. La luz como generadora del espacio, de la emoción muchas veces.
¿Se ha llevado alguna sorpresa al repasar todas sus obras para esta exposición?
No suelo volver a las obras. Ahora con los años tengo que volver porque se publican y me preguntan. Lo primero que me he dado cuenta es que hay temas que repito insistentemente en todas las obras...
¿Por ejemplo?
La luz. También la relación con todas las cosas que rodean cada obra. La preocupación de hacer coherente la estructura y la construcción con el propio material. Por ejemplo pensar que la arquitectura también es táctil, es casi para acariciar, que los materiales son la relación que hay entre uno y otro: el cuero y el acero, que recuerda a Van der Rohe, el vidrio con la madera, la madera con otra madera... Cada material tiene su propio lenguaje, su propia filosofía. Es una obsesión que he tenido desde siempre y la observo ahora. Son cosas que están presentes en casi todas las obras. Deben ser manías del subconsciente, ¿no?.
El arquitecto y escritor Óscar Tusquets tiene un libro que titula «Dios lo ve» sobre lo oculto de la arquitectura...
Sí, sí. El detalle, que muchas veces puede resumir una obra, no por el alarde de hacer cositas con alarde. No soy muy amigo del sobrediseño. Las cosas deberían ser naturales, como cuando lees un libro... Hacer el trasvase de los ensayos críticos sobre filosofía, sobre literatura, sobre poesía y llevarlo a la arquitectura es muy sano ¡y muy ilustrador!
¿Cómo valora este más de medio siglo de profesión?
El mérito es seguramente la obsesión de dedicar una vida al tema, contra viento y marea. Es un poco egocentrismo, es un poco reflexión ética, es un poco lo que forma la vida de una persona. Si hay algún mérito es la constancia del que lo hace, sobre todo en climas adversos, porque hay climas más fáciles que otros...
¿Galicia es clima adverso?
Sí, en general, lo es para la arquitectura y eso que aquí ha habido arquitectos extraordinarios, de todas las épocas. En Coruña está Molezún tan poco hablado y socialmente tan poco admirado. De la Sota, Tenreiro, Juan Villar... Y no quiero citar a los vivos. Cuando era estudiante un profesor, Sáenz de Oiza, me habló de los arquitectos gallegos y me dejó sorprendido porque no lo sabía, de la importancia que habían tenido y de la fuerza creativa que tenían.
-Pero luego la gente se pregunta ¿cómo han hecho tal o cual adefesio?
-Algunos es verdad que son adefesios. Pero hay otros que son el desconocimiento. A la gente también le puede parecer rara la novena sinfonía de Beethoven... Se podía enseñar arquitectura desde el punto de vista social, por ejemplo: una vivienda, ¿cómo se debe vivir? ¿Qué se debe valorar en una casa o en un teatro? Para que la gente fuera educando su razón y demandara a la sociedad cosas. Creo que eso sería muy sano... Y luego el artista a mayores, pero eso muy a mayores, y muy aparte. Lo otro es absolutamente imprescindible.
Durante años en arquitectura hubo muchos de esos artistas a mayores ¿no?
Sí, se jugaba con el desconcierto del espectáculo.Se están dando cuenta de lo irracional que era el exceso. Creo que la arquitectura debería acercarse a los sentimientos del hombre, debería centrarse en quien la use.