«Horizontes de grandeza». William Wyler, 1958
22 abr 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Los créditos iniciales de Horizontes de grandeza arrancan el relato de forma tan espectacular que a uno le asalta la siguiente pregunta: si empiezas con semejante ímpetu, ¿cómo mantienes el resto al mismo nivel? Las dudas desaparecen enseguida. En los siguientes diez minutos, William Wyler nos ofrece una persecución a caballo, agujerea un sombrero a balazos, desliza un homenaje a La diligencia de Ford y nos presenta a Julia Maragon (Jean Simmons), que hace prosperar la película con cada una de sus apariciones. Las dos horas y media restantes de metraje forman una sucesión de acontecimientos tan bien pilotados que nadie, en pleno uso de sus facultades mentales, osaría mirar el reloj.
Nunca se cita a Wyler en primer lugar cuando se habla de grandes directores de cine, aunque maneje con una perfección envidiable las herramientas de su oficio y sea, probablemente, uno de los narradores más precisos y vigorosos que hayan existido. Aquí vuelve a trabajar con su gran amigo Gregory Peck (ambos producen la película), que interpreta a un capitán de barco afincado en el Este que viaja al Oeste para casarse con su prometida e intenta instalar la civilización en un territorio donde la reputación es un patrimonio que hay que defender a tiros y el progreso se mide a culatazos.
Al terminar el rodaje, Wyler declaró a un periodista: «Nunca haré otra película con Greg Peck... y puede citarme». Y en efecto, no volvieron a trabajar juntos. El motivo de la disputa fue una secuencia en la que Peck creía que se podía mejorar el resultado haciendo un plano corto de él. «Primero déjame hacer un montaje provisional de toda la escena. Si sigue sin gustarte, lo repetiremos», dijo Wyler. Todo el mundo entendió. Tenía fama de meticuloso y si daba una secuencia por zanjada era porque no hacía falta una toma más, simplemente quiso ser cortés. Unos días más tarde Peck vio la escena montada. Seguía sin convencerle. Se acercó a su amigo Willy y le pidió una fecha para repetirla. Este se negó de forma tajante. El actor abandonó el rodaje y solo volvió para hacer los planos que faltaban para terminar la película. Ni siquiera se dirigieron la palabra. Un par de años después, Wyler estaba en la gala de los Oscar con Ben-Hur. Llovían estatuillas. Gregory Peck, con ese aire de nobleza y el porte de mediador que siempre lo acompañan, quizá masticando algún sapo, se acercó a felicitarlo, momento que el director aprovechó para hacer las paces y apostillar medio en broma: «Gracias, pero has de saber que no pienso hacerte ese plano corto...».
Por qué verla
Por la sencillez y la elegancia con que William Wyler cierra la película. Para rodar un final así se necesita media mañana y treinta años de carrera
Por la escena en que Jean Simmons le enseña sus tierras a Gregory Peck y comienza una historia de amor que adivinamos los espectadores antes que los protagonistas