
Más allá de la legendaria enemistad con su hermana Joan Fontaine, la actriz centenaria deja algunas otras lacras en su biografía, como su ahora conocida fobia hacia Bette Davis
22 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.En una entrevista que le realizaron a Jack Lemmon en Cannes en 1982, en los días en que Missing ganó allí la Palma de Oro y él mismo el premio como mejor actor, el periodista francés derivó la conversación hacia la ideología de Lemmon, su visión de la política exterior norteamericana y, finalmente, hacia la página negra de la caza de brujas macartista. El actor, que era un católico y demócrata tibio, rememoró algunos papelones de aquella etapa sórdida. Lo recuerdo bien porque se fijó en algunos nombres, compañeros con los que había trabajado, que no suelen figurar en los estudios sobre el Comité de Actividades Antiamericanas. Citó la sobreactuación de José Ferrer quien, asustado, llegó a afiliarse a una Legión ultra. Y comenzó a hablar de Olivia de Havilland. Cuando subió al estrado en las declaraciones de 1951 con un vestido rojo y se encaró con sus fiscales para decirle que lo único rojo en ella estaba en el tejido.
-«Pero después, Olivia...»
Y Lemmon no quiso continuar. Frenó en seco y se valió para el regate recordando que había coincidido con ella en un rodaje solo cinco años antes, «en una de esas películas de catástrofes aéreas en las que apenas dices: Hola, Olivia, adiós Olivia, porque enseguida tu personaje se ahoga o el avión se va al diablo». Hablaba de Aeropuerto 77, en la que Lemmon tripulaba un Boeing que se hundía en el Triángulo de las Bermudas. Con razón apenas tuvo oportunidad de ver a Olivia.
Leyendo a Ring Lardner Jr. y al biógrafo de Trumbo, Bruce Cook, se puede rastrear lo que exactamente sucedió con Olivia de Havilland en la cuestión de la caza de brujas. Ella llegó a declarar a la Comisión con el aura de haber desafiado y vencido nada menos que al todopoderoso Jack Warner, en su defensa de los derechos de los actores en la relación de semiesclavitud bajo contrato que tenían con las productoras. Le costó cinco años sin trabajar. Pero ganó. Por eso, su resistencia inicial ante los inquisidores es tan recordada. Lo que luego se obvió -raramente se ha reseñado- es cómo la actriz se retractó, pidió disculpas, se afilió a asociaciones patrióticas varias... y se arrimó a la venenosa Hedda Hopper.
Es verdad que el macartismo fue -como dejó dicho Lillian Hellman- un tiempo de canallas. Y que nadie debería ser condenado por actitudes tomadas en este período de histeria colectiva. No piensen ya que en aquel legendario tour de forcé contrafraternal que dilucidaron Olivia de Havilland y Joan Fontaine, quien murió sin haber hecho las paces con su hermana tras casi un siglo de emponzoñamientos y celos artísticos y personales, la perversa era De Havilland.
A no ser que... escuchen a Agnes Moorehead. Ilustre actriz compañera del Mercury de Orson Welles -encarna a su madre en Ciudadano Kane-, Moorehead fue la tercera mujer en discordia en un filme de Robert Aldrich de 1964, Canción de cuna para un cadáver. Le robó el pastel a las otras dos, que eran las estrellas del filme: Bette Davis y Olivia de Havilland. Con su rol de criada que vigila la extraña relación de las otras dos mujeres, Agnes Moorehead ganó el Globo de Oro y una nominación al Oscar. Según cuenta quien también formó parte de ese reparto, Joseph Cotten, en la versión norteamericana de sus memorias -la editada en España es un edición extractada donde este episodio no se cita-, Olivia de Havilland mostró abiertamente durante la filmación y mucho más intensamente en la promoción, viendo como los premios le llovían a la actriz secundaria, su desprecio por la irlandesa Moorehead. Pero la verdadera dinamita está en las intimidades de ese rodaje y en lo que se refiere a las tiranteces entre las dos lobas de la función. La enemistad entre Bette Davis y Olivia de Havilland provenía de lejos, de cuando a comienzos de la década de los 40 De Havilland se amotinó contra el productor Jack Warner con la acusación de que este reservaba todos los grandes papeles para la Davis y a ella la relegaba a películas de segundo orden.
No sé si Bette Davis llegó a olvidar aquella guerra. Pero si hubiese sido así, Canción de cuna para un cadáver le habría recordado dónde tenía una paciente enemiga. Es realmente singular la circunstancia. Cancion de cuna? (Hush... Hush, Sweet Charlotte en el original) es casi una hija natural de ¿Qué fue de Baby Jane?, en la que Aldrich dirigía ya a la Davis, allí enfrentada a Joan Crawford, ambas encerradas en una casa y haciéndose mil perrerías macabras que luego supimos que también tuvieron su parte real porque las dos divas se detestaban.
Así que solo dos años después de que Crawford llevase para cenar canarios fritos a Bette Davis, esta se encontró con otro rodaje infernal frente a una rival de talla. Olivia de Havilland, algo más joven, encarna a la prima que asiste al proceso de pérdida de la razón de la excéntrica mujer sureña encarnada por Bette Davis. Esta se pasaba la película envestida en un camisón zarrapastroso y con un maquillaje y peinado propios de aquelarre, de acuerdo a su personaje de loca de atar. Además del calor del verano californiano y de las dificultades de su caracterización, la actriz tuvo que soportar la sibilina presión, las artimañas de vieja maestra de su oficio con las cuales Olivia de Havilland trataba de atornillarla. Joseph Cotten y Agnes Moorehead, educados en las buenas maneras y compañerismo de la compañía de Orson Welles, asistían atónitos a aquel bullying entre prima donnas, sobre todo a la por ellos descrita como perseverancia con la que Olivia de Havilland tensaba sutilmente a Bette Davis.
Me quedo con ese testimonio de Cotten y Moorehead. Y comienzo a pasar, como en moviola, la descripción de villanías en las que Joan Fontaine ensartaba en sus memorias, tituladas No Bed of Roses, el trato con su hermana: la vez que Olivia le hizo un gesto obsceno cuando ella subía a recoger la estatuilla por Sospecha. La manera en que le negó el acceso al velatorio de la madre de ambas para luego hacer público que Fontaine no había podido acudir...
No, no debió ser un lecho de rosas ocupar el lugar de hermana de Olivia de Havilland durante casi un siglo. O ser su compañera de rodaje a 40? a la sombra y maquillada como una loca de barraca de feria. No sé lo que de ello recordará ahora Olivia de Havilland. A sus cien años, y recordada para siempre, desde 1939, como la dulce sufridora Melania.