
«La gran belleza». Paolo Sorrentino, 2013
29 jul 2016 . Actualizado a las 05:00 h.Lisias, en el Fedro de Platón, sostiene que lo mejor es la sexualidad sin amor. Enamorarse era un error que conducía al dolor, pues el que ama pierde el autocontrol. Pero Jep Gambardella (Toni Servillo), un filósofo de la nada, ha superado ese estrato. Ya ni siquiera el sexo significa gran cosa para él. Conoce a Ramona, la hija del dueño de un club nocturno donde ella actúa; parecen entenderse, se ven, y una noche en el cuarto de él mantienen este diálogo:
-Jep: Ha estado bien no hacer el amor.
-Ramona: Ha estado bien darse cariño.
-Jep: Yo ya me había olvidado de lo que era darse cariño.
Amor, sexo, darse cariño. Ibn Qayyim, en el siglo XIV, había escrito que el verdadero amor era abrazarse, estrecharse, acariciarse y conversar. Todo esto es lo que hacen Ramona y Jep. No tienen ni esposas-os, ni hijos, pues como advirtió Bacon, quien tiene esposa e hijos ha dado rehenes a la fortuna. Ramona le pregunta a Jep por qué no ha vuelto a escribir una novela y solo se dedica al periodismo de sociedad. Jep le contesta que sale demasiado por la noche. Roma le hace perder un montón de tiempo, lo desconcentra, y escribir requiere mucha concentración y tranquilidad. En esta intimidad amistosa, él le pregunta a Ramona por qué ganando tanto dinero, enseñando su cuerpo, luego se lo gasta todo. Al principio la mujer se resiste a responderle, instantes después lo sorprenderá al confesarle que está enferma y trata de curarse. Ramona muere. En un bar, una vieja decrépita y desconocida que se cruza con Jep le grita: «Y ahora quién va a cuidar de ti?». Ramona tenía 42 años. Jep se había ofrecido a buscarle un marido. Ella le había contestado que no estaba hecha para cosas hermosas.
Jep se siente ya viejo para todo. ¿Para qué amar si todo lo que se ama desaparece, se muere, se transforma en otra cosa? Evitar el dolor, y aún evitándolo nadie se escapa de sus ondas. ¿Se puede buscar una paz personal sin depender de nadie? Incluso en nuestro mundo contemporáneo es complicado: amigos, restos de familiares, amantes, relaciones profesionales. Jep está cercado por esa red en la cual tiene una presencia esencial la señora que cuida su casa y lo cuida a él, quizás su mayor confidente. A este periodista de éxito, con reputación de escritor frustrado, le da vergüenza estar en el mundo. Nada le calma, ni el amor, ni el sexo, ni la pornografía, ni la bebida o las drogas, ni los amigos, ni la patria, ni el arte, ni la literatura, ni el periodismo. La muerte la ve como una liberación y héroes son aquellos que la practican por propia mano. Por ejemplo Andrea, el hijo de una de sus antiguas amantes, Viola. Este joven se le presenta en un restaurante, en medio de la cena que está teniendo con Ramona, y le dice: «Proust escribe que la muerte podría llegar esta misma tarde. Proust da miedo. Ni mañana, ni dentro de un año, sino esta misma tarde». Jep le contesta: «Pero ahora ya es de noche, por lo que puede ser la tarde de mañana».
-Andrea insiste: Turgueniev dice «La muerte posó su mirada sobre mí».
-Jep: Andrea, no te tomes tan en serio a esos escritores.
-Andrea: Entonces, si no me tomo en serio a Proust, a quién debo hacerle caso.
-Jep: No hay que tomarse en serio a nadie excepto a la carta del restaurante. Las cosas son muy complicadas como para que un solo individuo las comprenda.
-Andrea: Que tú no las entiendas no significa que nadie pueda entenderlas.
Andrea es un enfermo mental y su enfermedad se la ha causado la sociedad en la que vive. Andrea es el reverso de Jep: una persona consciente, sensible, racional, incapaz de sobrevivir en un mundo deshumanizado. Andrea se suicida pero, en realidad, sufre un asesinato social. Solo los locos como Andrea parecen cuerdos en esta película, pero nadie les hace caso. Andrea es como Casandra, un profeta que saca a la luz los males de esta civilización en su ocaso, pero nadie le hace caso.
Jep, desde su cinismo, escepticismo y nihilismo prefiere sobrevivir, apurar el poco tiempo que aún le queda. Jep no es un valiente, sino un cobarde. Él lo sabe, lo asume, lo reitera, se vanagloria de esta condición deshonrosa en un mundo sin honra. «El descubrimiento más notable que hice, a los pocos días de cumplir los 65 años, es que ya no podía perder el tiempo en cosas que no me apetecía hacer. Cuando llegué a Roma a los 26 me precipité demasiado rápido, apenas sin darme cuenta, en lo que se podría llamar "la vorágine de la mundanidad". Pero yo no quería ser un simple mundano. Quería ser el rey de la mundanidad. Y desde luego lo conseguí. Yo no solo quería asistir a las fiestas. Quería poder tener el poder de aguarlas, de hacerlas fracasar». Jep, el rey de la frivolidad, el rey de la nada, en medio de un mundo cada vez más insensato.
Las críticas del director del filme Paolo Sorrentino (coguionista con Umberto Contarello) a la cultura contemporánea están reflejadas en la performance de la artista comunista que estrella su cabeza contra las piedras del acueducto. La cultura no salva, tampoco da la felicidad como antes se pensaba. Solo la felicidad la da el médico del botox que cobra ingentes sumas a la gente por engañarla en el retraso de su vejez. Es el nuevo Papa, pues tampoco la religión ofrece soluciones a la desesperación del ser humano. Las niñas que en La dolce vita eran testigos de la aparición de la Virgen, ahora son artistas de acción cuyos estúpidos cuadros valen millones de dólares.
El cardenal Bellucci y la Santa (una especie de madre Teresa de Calcuta) tampoco dan muchas alternativas más allá de la fe. Pero la fe como Roma, como los habitantes de Roma, está fatigada, agotada. ¿La religión puede hoy resolver las inquietudes existenciales del hombre? Para Jep, no. Incluso la Santa lleva consigo a un jefe de gabinete y a un equipo de marketing. El filósofo francés Jean-Luc Nancy escribe que la fe no es creencia, sino confianza en el sentido más fuerte. Una confianza que, en última instancia, no puede explicarse o justificarse. Y, sin embargo, toda confianza está justificada de alguna manera, porque de lo contrario no habría razón para tener confianza en una cosa y no en otra. La fe es porfiar en una seguridad que no tiene nada de segura. Fe, esperanza, ¿acaso la ilusión de los ignorantes? Jep, ignorante, desde luego no lo es. No es feliz porque es consciente de la inutilidad de su vida. Jep tiene talento pero lo ha desperdiciado.
Ni la cultura, ni la política, ni la religión, ni el amor ya son capaces de salvar al mundo o, al menos, a Jep Gambardella. Todo es decadencia, todo es ocaso. Quizás solo Roma se salvará, como siempre se ha salvado en los tres mil años de su existencia. Tampoco la literatura salva. «Soy escritor y, créeme, cuando escribimos damos rienda suelta a las fantasías, imaginaciones y mentiras», dice Jep a un desconsolado viudo. Este le confiesa que su mujer solo lo quiso a él. Lo sabe porque leyó su diario. Aún así le promete amor eterno y póstumo. En el siguiente encuentro de ambos viudos, el auténtico ha roto ese diario y ha encontrado el amor en una joven.
Jep atiende a lo que Platón escribe en La República: «Aquellos que no tienen noticia de sabiduría ni virtud, pero están entregados a los banquetes y parecidos placeres, parece que son atraídos hacia abajo y así vagan el resto de sus vidas». Jep tiene noticia de la sabiduría y la virtud, pero es un descreído, un nihilista, además se recrea en ese vagar. En una de las cenas, en un restaurante de moda de Roma, Ramona se asombra de la cantidad de gente que le conocen. La mujer le comenta que debe ser maravilloso tener tantos amigos. «Es una garantía de infelicidad», le responde Jep. «O phíloi, oudeís phílos» («¡Oh amigos, no hay amigos!») parece ser que dijo Aristóteles. Cicerón escribió que quien tiene muchos amigos no tiene ninguno. Jep no acusa a la gente de haberlo decepcionado, sino por el contrario ha sido él quien lo hace permanentemente. Entre esa gente que él frecuenta hay militantes comunistas, como es el caso de Stefania. Esta escritora discute con la directora de la revista en la que trabaja Jep, sobre el compromiso político. El conflicto dialéctico entre Stefania y Jep se resuelve con el descubrimiento de su verdadera vida: mala escritora (él reconoce que su novelita de juventud fue también algo irrelevante), mala militante, mala esposa, mala madre, mala ciudadana. Todos al borde de la desesperación, todos náufragos. Romano, quizás el más amigo de Jep, se va a despedir de él. Después de cuarenta años de vivir en Roma ya no puede más. Vuelve a su pueblo. Lo único que le queda es la nostalgia por la juventud, como le pasará a Jep recordando los tiempos de los primeros amores y las ilusiones.«¿Qué tenéis contra la nostalgia? Es la única distracción que nos queda a quienes no tenemos fe en el futuro» le dice Romano. Y Jep sabe que es esta la única verdad que existe. Sin fe, sin amor, sin ilusiones, cómo se puede vivir. Malviviendo espiritualmente, aunque materialmente se disponga de recursos. Entre la frivolidad y el olvido, entre la desesperación y la sordidez, el único valor que este personaje desprende es la vergüenza de sí mismo. ¿Será, es suficiente? Starovinski inscribe como una de las características fundamentales del creador, la búsqueda de la felicidad, incluso cuando él no la consiga. Pero Jep hace mucho que dejó de buscarla, hace mucho que dejó de ser un escritor. Es ahora solo un personaje.