El padre de Matilda y Willy Wonka cumple cien años

FUGAS

A lo largo de su carrera, el escritor Roald Dahl trató a los niños como seres inteligentes. Esa es una de las razones por las que generaciones de lectores siguen devorando sus libros cien años después de su nacimiento. Divertido, humano, transgresor, a veces cruel, el británico creó un puñado de personajes que son iconos de la literatura infantil

30 sep 2016 . Actualizado a las 15:38 h.

¿Qué se puede esperar de un escritor infantil que crea un personaje que decide cargarse a su abuela porque es horrible? Cualquiera que haya leído La maravillosa medicina de Jorge antes de los 12 años entenderá perfectamente por qué el protagonista envenena a la vieja. Le habrá parecido normal. Cuando en 1981 Roald Dahl publicó este pequeño libro, lo políticamente correcto, y más en el mundo infantil, estaba lejos de dominarlo todo. Si uno había nacido después de la muerte de Franco, si veía los sábados a la bruja Avería, si todavía jugaba al brilé en la calle, crecer rodeado del peculiar sentido del humor de los libros de Dahl era perfecto. 

Los mayores son malos

El pasado 13 de septiembre, Roald Dahl habría cumplido cien años. En las librerías, las ilustraciones con las que Quentin Blake dio vida a sus personajes siguen iluminando decenas de portadas. El escritor inglés vende millones de libros para niños, sus historias siguen llegando a pequeños en todo el mundo. ¿Cuál es la clave? Esther Gómez, de la librería Moito Conto de A Coruña, asegura que «é imbatible. Como plantexa a historia, o humor intelixente e transgresor... o neno que descubre a Roald Dahl segue con el». La librera coruñesa apunta que en literatura infantil «hoxe todo é bastante amable, a xente quere historias que non creen traumas aos nenos, que os finais sexan bonitos, que sexa agradable. Moitos adultos miran estas cousas pero logo non se preocupan de se eses libros lles aportan algo máis aos nenos. E en realidade, aos nenos gústalles este humor transgresor», explica.

A Dahl no le importa, al contrario, dejar a los adultos en mal lugar. Los padres de Matilda son personas horribles, Los cretinos son tan malos por dentro como por fuera. Las brujas no tienen el mínimo asomo de bondad. Los padres de los niños que concursan con Charlie Bucket en la fábrica de chocolate son consentidores, vanidosos, maleducados. Algunos de sus personajes son auténticos monstruos, como la señorita Trunchbull, que dirige una escuela infantil aunque odia a los niños.

Y en medio de ese mundo adulto tantas veces hostil, Dahl creó un puñado de personajes perfectos, mayores y pequeños: el excéntrico Willy Wonka, el Superzorro, Matilda, el Gigante Bonachón, la Gran Bruja. Malos horribles y buenas personas, niños inteligentes y pequeños molestos como sus padres. En un cuento de Dahl, Blancanieves puede acabar siendo corredora de apuestas y la moraleja, que jugar es bueno... si ganas. Todas y cada una de las historias para niños que escribió Roald Dahl están hilvanadas con un sentido del humor muy peculiar. Y es que, según el británico «ayuda mucho si tienes un agudo sentido del humor. No es esencial cuando escribes para adultos, pero para niños es vital». Ese hilo común es probablemente reflejo de sus propias armas para luchar contra una vida no siempre fácil. Dahl perdió a su padre cuando era muy joven, sufrió un grave accidente como piloto de la RAF en África durante la Segunda Guerra Mundial, perdió a una hija a causa de una encefalitis derivada del sarampión, y otro de sus hijos, Theo, tuvo un accidente que le provocó una hidrocefalia. A pesar de todo, y como recuerda Esther Gómez, las suyas «son historias cheas de humanidade nas que transmite que nas familias nas que hai amor todo se supera. Como a de Charlie con esa mísera sopa e eses avós maravillosos».

Dahl y el cine

Más allá de los niños, sus Relatos de lo inesperado, dieciséis historias inquietantes, divertidas y muchas veces macabras, revelan un genio capaz de sacar punta de situaciones tan cotidianas como asar una pierna de cordero. Los cuentos se convirtieron en una serie de televisión en los 80, por la que pasaron actores de la talla de Derek Jacobi, John Gielguld, Julie Harris, Joseph Cotten o Janet Leigh. Actores con los que se codeó en los platós y fuera de ellos: la actriz Patricia Neal fue su mujer durante 30 años. Aunque el cine nunca fue su elemento. La pantalla rara vez ha sido capaz de trasladar la magia de sus historias, pero su huella ha quedado en historias de varios directores, de Hitchcock (en Alfred Hitchcock presenta) a Tarantino (en Four Rooms). Y aunque Dahl escribió tres guiones, aquel no era su mundo. Sus dos primeras películas fueron sendas adaptaciones de Ian Fleming. Las aventuras japonesas de James Bond en Sólo se vive dos veces llevan su firma, y el éxito de la película le abrió las puertas para la siguiente, algo tan diferente como el musical infantil Chitty Chitty Bang Bang, en el que se sacó de la manga un nuevo personaje, marca de la casa, que no aparecía en el libro original: el terrible Cazador de niños.

A principios de los 70, Dahl adaptó Charlie y la fábrica de chocolate para su primera versión cinematográfica, pero siempre la detestó. No le gustaba el Willy Wonka de Gene Wilder, ni las acusaciones de racismo por la descripción de los oompa-loompa, que acabaron de color naranja y con el pelo verde después de la película. Dos de las adaptaciones más populares de sus libros para niños llegarían después de su muerte: Matilda, de Danny DeVito, algo más dulce que el libro original pero una de sus adaptaciones más logradas, y de nuevo Charlie y la fábrica de Chocolate, esta vez pasado por el peculiar tamiz de Tim Burton, con un improbable Willy Wonka en la piel de Johnny Depp. Para recuperar, Fantástico Sr. Fox, versión animada de El Superzorro, rodada por Wes Anderson, una sorprendente mezcla del poderoso universo creativo de Dahl y del muy visual mundo de Anderson. Lástima que, coincidiendo con el centenario, Spielberg no consiguiera tocar la tecla adecuada con Mi amigo el gigante.

Placer adulto

Roald Dahl no empezó a escribir pensando en los niños. Y de hecho, es un excelente cuentista para adultos, como revelan las historias breves que publicó desde que el accidente lo apartó del ejército. El autor multiplica la crítica del mundo que lo rodea cuando escribe para los mayores. Cuentos crueles como Nunc dimitis, casi terroríficos como Jalea Real, tan populares como Hombre del sur, cotidianos como Cordero Asado. Y siempre con un final que implica directamente al lector: abierto, interpretable, fascinante.

Dos años antes de su muerte, contaría que su suerte era que se reía de las mismas bromas que los niños. ¿La clave de un buen libro infantil? En sus palabras, «tiene que ser excitante, tiene que ser rápido, tienes que tener una buena trama. Y tiene que ser divertido». Ahí reside, un siglo después, el secreto de Dahl.