Hay una frase hecha que se emplea a menudo a pesar de que tiene peligro, y es esa que dice que la naturaleza gallega puede con todo. En las Gándaras de Budiño, a caballo de los concellos de O Porriño, Salceda de Caselas y Tui, está la demostración de que no puede.
Aquella zona de lagunas y brañas, alimentada de aguas por el Louro, muy cerca ya de la desembocadura del río en el Miño, fue uno de los primeros humedales gallegos protegidos bajo la figura de Lugar de Interés Comunitario y también fue pionero, seguramente por la proximidad a la aglomeración urbana de Vigo, entre los lugares pantanosos que recibían visitas de los amantes de la naturaleza, mientras a otros similares solo iban los cazadores. Pero desde los años de los planes de desarrollo, O Porriño creció como base logística de las industrias viguesas y amplió todo lo que pudo sus propios recursos, especialmente los del granito, y hoy el LIC es una franja estrecha, limitada, al oeste, por la autopista y, al este, por el polígono industrial.
Vamos a comprobar el deterioro del parque una mañana de niebla. Los vapores ocultan un poco las vistas, y así no es tan evidente la presencia de las naves industriales en los bordes de la laguna principal. Salen volando unas cercetas, esos patos pequeños de caras multicolores, que criaban aquí y quizá aún crían, a pesar de todo. Ahora parece que la especie que más se reproduce en este paraje es la humana, a juzgar por los restos que se recogen junto a las casetas-observatorio de los ornitólogos. Salimos de la ribera del Louro por la aldea de Os Eidos, donde aún se cultiva y se ve el cielo. Allá abajo, en el humedal, las cosas no están tan claras.