A punto de cumplir 75 años representa la elegancia personificada. Fina estampa, seducción absoluta. De su voz y sus manos surgió ese trópico utópico al que musicalmente nadie ha aportado tanta belleza.
14 abr 2017 . Actualizado a las 05:15 h.Dos acordes y un boa noite es todo lo que necesita Caetano Veloso para cautivar a un auditorio. Todo lo que acontezca a continuación -que acontecerá- es pura magia. Sencilla, blanca, dulce, como ese susurro en el que envuelve sus canciones, ahora desnudas. Pero no siempre han sido así. Caetano Veloso lleva toda su vida militando en la vanguardia. Suyas son algunas de las reformulaciones estéticas más relevantes de la música popular brasileña de los últimos 50 años, como el tropicalismo. Y en su haber figura también la apertura de nuevos horizontes musicales que posibilitaron a los músicos de su país transitar con inaudita naturalidad y sin perder su esencia por géneros tan dispares como el rock, la electrónica o el hip hop.
Porque detrás de esa media sonrisa que derriba toda guardia y de su aureola de eterno seductor está el Caetano poliédrico, el que un día canta a Jobim y al siguiente versiona a Nirvana, el que reinterpreta a Michael Jackson o borda el Vete de mí. El músico bahiano regresa ahora a Galicia pero no lo hace sozinho. Esta vez llega acompañado por Teresa, la cantora carioca que en el 2016 enamoró a Brasil cantando el repertorio de sambas del mítico Cartola.
-¿Qué le ha fascinado de Teresa como para invitarla a realizar una gira juntos por medio mundo?
-Teresa es la manifestación más elegante y completa de la tradición de samba carioca. Es una maravilla oír los sambas clásicos de Cartola en su voz acompañada por la guitarra de Carlinhos [Sete Cordas]. Aunque es muy conocida en el ambiente de samba de Río, Teresa no es un fenómeno de masas ni de ventas. Para mí representa la ligazón perfecta entre lo más modesto y cotidiano con lo sublime.
-En una ocasión dijo que ninguna canción suya se acerca a la perfección. ¿Alcanzarla es aún una meta o ya ha desistido del empeño?
-No, conseguir hacer una canción que me deje satisfecho aún sigue siendo una meta. En cuanto a la perfección, eso es algo que ni siquiera ha pasado por mi cabeza. Aunque debo confesar que ahora mismo mis canciones son más agradables a mis oídos que nunca.
-De todas las canciones que ha compuesto ¿cuál es la que está más cerca de la perfección?
-No creo que haya ninguna que esté cerca de la perfección. Pero Tá combinado tiene algo bien resuelto.
-¿Qué canción, entonces, considera perfecta?
-Quem vem pra a beira do mar de Dorival Caymmi, Love for Sale de Cole Porter, Dont Think Twice, It’s All Right de Bob Dylan, Estrada Branca de Tom Jobim y Vinicius de Moraes o Capullito de Alelí de Rafael Hernández.
-«Capullito de Alelí» es precisamente una de las canciones que incluyó en «Fina estampa». ¿Por qué grabó ese disco y qué le ha reportado?
-Fina Estampa es un disco muy personal. Mi compañía discográfica acostumbraba a publicar versiones de los álbumes de sus artistas más importantes con sus canciones traducidas al español con el objetivo de llegar al público hispanoamericano. Cuando me pidieron que yo lo hiciera, les dije que no, que si iba a grabar en español, grabaría las canciones de Latinoamérica que me formaron, las que son parte de mi biografía, de mi vida. Y así lo hice. Fina Estampa es quizá el único disco mío que me gusta oír. Desde luego que hay cosas en él que yo haría más correctas, pero en general, desde los arreglos a la elección del repertorio, todo es bonito allí. No me hace sentirme incómodo como mis otros discos.
-¿Por qué prefiere cantar canciones de otros autores a las suyas propias?
- Cantar es más placentero que componer. Cuando canto canciones de otros, estoy simplemente cantando. Cuando canto las mías, todavía me estoy peleando con las palabras y las notas. Es trabajo todavía.
-En los años 60 y 70 la música brasileña sufrió un proceso de reformulación que la situó en la órbita de las vanguardias en todo el mundo. ¿Qué haría falta en estos momentos para que algo parecido volviese a suceder?
-La música brasileña se situó en la órbita de las vanguardias de todo el mundo con la bossa nova. Con João Gilberto y Tom Jobim llegamos a un punto de responsabilidad mundial que se confirmó con la llegada de Milton Nascimento y que se reafirmó con el interés que el tropicalismo generó años después. ¿Qué haría falta ahora? No lo sé. Pero creo que hay energía suficiente en el mundo musical brasileño como para que algo ocurriera. Sin embargo, y aunque parezca lo contrario, Internet hace hoy más difícil la difusión mundial de nuestra música. Hay mucha más atención a la producción de habla inglesa.
-Con la perspectiva de medio siglo, ¿qué fue lo más importante que aportó el tropicalismo?
-La liberación en nuestras cabezas de los prejuicios que nos encadenaban.
-¿En qué se advierte hoy la herencia de aquel movimiento?
-El tropicalismo generó más consecuencias que influencias. Pero aún puedo verlas en autores como Thiago Amud, Arnaldo Antunes, Carlinhos Brown o Chico Science.
-A alguien tan atento como usted a las nuevas tendencias, ¿qué le interesa de las nuevas generaciones de músicos brasileños?
-Me interesa la inspiración de un D’Angelo, la imaginación de un David Longstreth, la gracia de un Liniker, la capacidad formal de un Thiago Amud, las maneras de un Frank Ocean, la ternura de un MC Beijinho, la seguridad de Anitta, la afinación de Carminho... Muchas cosas.
-¿Y qué le resulta imposible de soportar de ellos?
-A veces oigo alguna cosa en la radio y pienso que no la puedo soportar. Pero nunca acabo de descubrir quién era [se ríe].
-¿Se pierde valentía con los años?
-No creo. Se pierde elasticidad, resistencia, equilibrio, memoria... Pero valentía, no.
-¿Qué música cree que estaría haciendo si ahora tuviese 25 años?
-Estaría haciendo música electrónica.
-Ni siquiera en los años más difíciles le tembló la voz a la hora de manifestarse políticamente. ¿No le ha tentado nunca implicarse en la política activa como lo hizo su amigo Gilberto Gil?
-No. La política oficial no es para mí. Cuando Gilberto Gil me dijo que Lula le había propuesto ser ministro de Cultura, le pedí que no aceptara. Pero él lo quería. Y al final le salió bien. Hoy tengo más orgullo que quejas de su paso por el ministerio. En cuanto a mí, tengo claro que no. Si yo tuviera que convivir en aquel ambiente con toda aquella gente y escuchar ciertas cosas, estoy seguro de que en poco tiempo estaría peleándome y saldría de allí gritando palabras no demasiado bonitas.
-¿Es la música un bálsamo o un catalizador para las personas de su país?
-Aunque pueda parecer contradictorio, creo que la música en Brasil cumple esas dos funciones a la vez.
-¿Mira a su alrededor y ve razones para mantener o para contagiar el optimismo?
-Desde luego no parece la actual una época para contagiar optimismo. Pero yo mantengo un optimismo esencial, casi que por obligación moral, que no puedo abandonar.
-Viene a Galicia, un lugar con el que comparte algo más que un idioma hermano. ¿Qué conoce o que le interesa de la realidad actual de Galicia y de su cultura?
-Adoro las ventanas y las galerías de A Coruña y encuentro Santiago de Compostela como un lugar de enorme belleza. Por supuesto me hace muy feliz que la gente entienda todo lo que decimos nosotros en nuestro portugués brasileño. La inmigración gallega fue la más grande de Bahía. Incluso en Santo Amaro [su localidad natal] teníamos una familia gallega, la de Jesús, quien por cierto tenía un bar muy apreciado.
DOMINGO 30 DE ABRIL, 21.00. PALACIO DE LA ÓPERA DE A CORUÑA. ENTRADAS DESDE 39,50 EUROS