Fuera del Elíseo desde hace años, la exmodelo continúa con su carrera musical. Ahora acaba de lanzar «French Touch», un disco de versiones de grupos como AC/DC, Rolling Stones o Abba
14 oct 2017 . Actualizado a las 19:54 h.Pese a tontear inicialmente con ello, no cayeron finalmente melómanos y críticos en la tentación de ningunear a Carla Bruni cuando editó Quelqu’un m’a dit (2002). Conocida mundialmente por ser una de las supermodelos de los noventa, su incursión en la música podría tomarse como el capricho de una intrusa con ganas de hacer algo nuevo con su vida. Sin embargo, aquel álbum de debut enamoraba al instante. Derribando prejuicios, durante un tiempo se convirtió en ese disco no previsible de calidad del que se presume en público. Sí, como en su día fueron Saint Germain, Tribalistas o Amy Winehouse. Explotando su imagen impoluta, jugando con las enseñanzas de la chanson y haciendo de su susurro una especie de marca registrada, Carla Bruni se coló en miles de salones treintañeros. Era símbolo de elegancia, calma y cierta sofisticación. Definitivamente, la Bruni molaba.
Todo cambió, no obstante, cuando trascendió su relación con Nicolas Sarkozy en el 2007. Este presidía Francia entonces. De pronto, pasó a ser una primera dama un tanto antipática. Las revistas musicales que otrora le regalaban portadas, la empezaron a ningunear. Muchos de los fans, que lucían su álbum de debut en las visitas como una delicatesen, lo ocultaban. Y un buen disco como Comme si de Rien n´etait (2008) quedó en un segundo plano. La crítica, en lugar de indagar entre sus influencias y elucubrar sobre su clasicismo adaptado al presente, prefirió buscar entre sus versos mensajes a su amado. Los encontró. «Eres mi droga, más letal que la heroína afgana y más peligroso que la coca colombiana», le cantaba en él. Y, de paso, provocaba protestas en los países referidos por estigmatizarlos.
Así las cosas Carla Bruni quedó fuera del foco de la prensa musical, asentándose en la del corazón. En el 2011 tuvo una hija, Giulia. En el 2012 su marido perdió la presidencia. Y ambos poco a poco se fueron desvaneciendo, dejando sitio a otros personajes de la política más farandulera. La edición de Little French Songs (2013) no despertó demasiada expectación. El silencio editorial se mantuvo hasta que la pasada primavera apareció con una versión del mítico Enjoy The Silence de Depeche Mode. Servía para anunciar un nuevo disco de la cantante producido por David Foster.
El resultado acaba de salir a la luz. Se trata de French Touch, un elepé con el que Carla Bruni repasa un puñado de canciones ajenas. Todas son en inglés y todas, según reza la nota promocional, «han sido elegidas por su significado personal en sus palabras, canciones que inspiran el concepto francés de amor a primera vista, a coup de foudre». Que nadie se espere grandes descubrimientos. La cantante ha ido directamente a por clásicos requeteconocidos: Jimmy Jazz (The Clash), Miss You (Rolling Stones), Highway To Hell (AC/DC), A Perfect Day (Lou Reed) o Moon River (Henry Mancini) son algunas de ellas.
Este retorno de Carla Bruni suena a divertimento intrascendente. Se trata de un disco que juega a impregnar con sus señas de identidad (voz plomiza, parsimonia, instrumentación vintage) un cancionero clásico. Pero no logra aquella magia suya inicial ni por asomo. Es más, una vez asimilado el formato, a la cuarta o quinta canción empieza a aburrir. Igual que los discos que recrean hits de los ochenta en clave swing o las revisiones del post-punk por el filtro de la bossa-nova, hacen sonreír de entrada por su extraña familiaridad. Pero, luego, se olvidan en apenas un instante. Aquí ocurre eso. Exactamente eso.