David Fincher vuelve al 79 para llevarnos al primero y más escalofriante lugar del crimen: la mente de un asesino. Coge aire. La última apuesta de Netflix es brutal
03 nov 2017 . Actualizado a las 15:20 h.Porque entra hasta el sótano en el FBI, pero no es «otra» serie sobre el FBI. Porque es lo nuevo en Netflix, y de lo más visto en streaming, pero revienta el perfil cinematográfico usual de un asesino en serie. Porque se atreve a entrar en el primer lugar del crimen: la mente del criminal. Por indagar con luces en el lado oscuro de la mente humana. Por el guion. Porque va de menos a más, y seduce sin prisas (la prueba, un episodio piloto flojo que te tentará a abandonar. ¡No lo hagas!). Porque lo trepidante va por dentro, da que pensar (y hace pupa). Porque uno de los puntos fuertes de la trama es real; se basa en crímenes cometidos en los 70, y en entrevistas mantenidas por los agentes del FBI John Douglas y Robert Ressler con asesinos secuenciales como Ed Kemper, Jerry Brudos, Richard Speck, y su crónica negra no olvida a Charles Manson, el profeta hippy de Satán, el cerebro del asesinato a cuchillo de siete personas en el 69. Por el magnetismo y la potencia expresiva de Holden Ford (ese cóctel letal de inocencia, obstinación, inteligencia y vulnerabilidad que le da a este agente especial, novato, del FBI el actor Jonathan Groff, al que conoces de Glee o te suena de The Good Wife). Por el perfecto complementario que es, para Holden, Bill Tench, un guante de Holt McCallany (agente de una pieza, veterano, seguro de sí mismo, y con un expediente X familiar). Por la tercera fabulosa pieza del trío investigador, Wendy Carr, psicóloga implacable que te revela la erótica del saber e interpreta de cine la australiana Anna Torv (con experiencia como agente del FBI en Fringe). Porque Holden tiene algo de guardián, un aire con Holden Caulfield, de Salinger. Y porque su chica, la estudiante Debbie Mitford (Hannah Gross) esconde cosas y lleva en su nombre el aura de las hermanas aristócratas que escribían cosas tan amables como Amor en clima frío o A la caza del amor.
Porque es factura de David Fincher (Alien 3, Seven, Zodiac, El curioso caso de Benjamin Button, la freak y brillante Perdida, la a su pesar y por causa mayor finiquitada House of Cards).
Por helarnos de frío interior, de pánico orgánico, y hacernos dudar. Por lanzar esa pregunta, La Pregunta: «¿Cómo vas a adelantarte a los locos si no sabes como piensan?». Y esa que busca a las cosquillas a la banalidad del mal: «¿Los criminales nacen... o se hacen?». Porque hay infancias rotas, heridas de fondo que van a matar. Porque la violencia está en la lengua, en las palabras de criminales como Ed Kemper o Richard Speck. Porque ves lo que pasó en lo que te cuentan, y es bastante, es efectivo, no lo sería tanto si se mostrase más. Porque te invita a recordar a Hannibal Lecter y Clarise Starling... Clarise... y mitigó esa sensación de huérfano de serie que experimentaste a la espera de la segunda de Stranger Things. Por esa elegancia estética y retórica a lo Mad Men, porque se siente real como The Wire y es un trallazo mental más serio que Gypsy. Por la atmósfera gris azulada, por las sombras, por el guiño a los 70: esa grabadora prehistórica, ¡el Casio dorado de Bill Tench!
Por recordarnos cómo se fundó el FBI y exhibir, y combatir, los instintos que dejan en calzones a las fuerzas de la ley. Por esa intervención de la doctora Carr tras la pregunta: «¿Cómo se puede llegar a presidente de Estados Unidos siendo un sociópata?». La respuesta: «La pregunta es: ¿cómo se puede ser presidente de Estados Unidos sin serlo?». Por las vidas privadas, y entre visillos desveladas, de Wendy Carr, Holden Ford y Bill Tench. Por el momento dominatrix de Debbie que truncan sus zapatos. Por la trama del gato que rompe la soledad de Wendy. Y por In The Light de Led Zeppelin, y el impresionante final de la primera temporada. ¡Buaaah! Pero hay más motivos para ver Mindhunter. Brutal. El pánico está dentro. Me falta el aire.