
El amor de Rick e Ilsa es eterno, como la película que les dio vida y de la que nos sabemos sus diálogos de memoria. ¿Pero estaba previsto ese final sobre la pista del aeropuerto? ¿Se planteó que Ingrid Bergman se quedara con Bogart? Pasen y lean.
08 dic 2017 . Actualizado a las 05:10 h.El ritmo de Casablanca es el ritmo de la pasión. No es una frase hecha ni una metáfora ardiente de una fan de esta obra maestra que acaba de cumplir 75 años. Es una certeza, porque esta película fue rodada a veinticuatro imágenes por segundo, la velocidad de los latidos del corazón, en una escalada frenética que inauguraba otra manera de hacer cine en Hollywood. Cuando se estrenó a finales de noviembre de 1942, el filme se hizo con el primer puesto en el ránking de las películas más aplaudidas. Y ahí sigue, sin que Eva al desnudo o El Padrino II hayan podido batir su récord. La historia de Rick e Ilsa rebosaba entonces, según cuenta José Luis Garci en el libro Casablanca.75 años de leyenda, clase, imaginación, hechizo y compromiso del bueno. El público la amó desde el primer instante y la encumbró en el género de las películas de las que no puedes apartar los ojos de la pantalla. ¿Por qué? Por muchas razones, pero la principal es que con su final en la pista del aeropuerto salvó el amor, el mejor amor, el amor con vocación de eternidad, para siempre.
Y eso que la película de Michael Curtiz sobrevivió a múltiples vaivenes durante su realización y a un proceso de sobreescritura constante de los guiones que la propia Ingrid Bergman llevó a extremo -dice la leyenda- cuando confesó su tormento interpretativo porque en realidad no sabía con quién iba a quedarse, si con Rick (Bogart) o con su marido, Victor Laszlo (Paul Henreid). Un hecho que los expertos en el filme desmienten por la secuencia de los rodajes y sobre todo porque en aquel tiempo (As time goes by) el adulterio estaba penado, así que solo contemplar que Ilsa se quedara con su amante y diera rienda suelta a su pasión era poco probable. Bergman, eso sí, no tuvo mucho feeling con Bogart mientras hacían la película, no solo por que para las secuencias íntimas al actor le tuvieran que «subir unos escalones» para que la pareja quedara compensada. A Kiss is just a Kiss. En realidad, Humphrey Bogart lidiaba con Mayo Methot, su esposa, y algunos cronistas apuntan que reprimía sus sentimientos hacia la sueca. En cualquier caso, los dos actores no sufrieron por hacerse con los papeles protagonistas, una vez que la actriz Hedy Lamarr, por la que el enérgico productor, Hal B. Walis, apostaba, no estaba disponible. La película se construyó desde el principio alrededor de Bogart, del que John Houston llegó a decir tras su muerte que jamás volvería a conocer a un actor con tanto talento.
Casablanca, que se llevó el óscar al mejor guion, está basada en una obra de teatro, Todo el mundo acude a Rick’s, donde ya aparecen Rick, el café de Casablanca, el pianista Sam, Victor Laszlo y Meredith, que es como se llamaba la protagonista. La obra llegó a los estudios de la Warner en 1941 y cayó en manos de Wallis, que, tras hacerse con los derechos (20.000 dólares, toda una fortuna), decidió con buen ojo cambiarle el título por Casablanca. Un nombre hipnótico y exótico para una urbe fantasmal, una estación de paso, que serviría como decorado.
En ese momento empezó un proceso largo de guion para conseguir los que hoy están considerados los mejores diálogos de la historia del cine. Frases que nos sabemos de memoria («Toca mi vieja canción, ¿Dónde está Rick?», «Déjele en paz, señorita. Usted le trae mala suerte», «Tócala, Sam. Déjame recordar») y que salieron de la cabeza de los gemelos Epstein y Casey Robinson (además de Howard Koch), quienes llegaron a pugnar por la frase final de la película: «Louis, presiento que este es el comienzo de una hermosa amistad», que Robinson le atribuye al productor, Hal Wallis, y que los gemelos se apropian.
Con esa prisa de quienes están acostumbrados a responder a las exigencias de un jefe como Jack Warner, conocido por su famosa frase: «No quiero una buena película, la quiero el martes», los guionistas hicieron magia, depuraron, afilaron los diálogos precisos, duros y brillantes, para un rodaje muy desajustado. Hasta tal punto que a finales de agosto de 1942 Wallis llamó a Bogart, que estaba de vacaciones, para que grabase en doblaje el final de la película. Una voz que se inserta en una toma, ya filmada, desde arriba sobre Bogart y Rains caminando por el aeropuerto.
EL CAFÉ DE RICK
Como espectadores nos parece todo milimetrado, pero nada más lejos de la verdad de esta obra única convertida en mito. No es cierto que el Café de Rick existiese como tal para el descontento de muchos; Casablanca se filmó en un decorado de los estudios de California, aunque el Rick’s Café American se abrió mucho más tarde y con gran éxito en Marruecos para deleite de los miles de turistas que reconstruyen la realidad desde la ficción. Como Woody Allen, al que le debemos el «Tócala otra vez, Sam» (Play it Again, Sam) que no está en la cinta original, sino en una película que el neoyorquino realizó como homenaje a Casablanca. Un Sam, por cierto, que no sabía tocar el piano y que apenas abre la boca para cantar la canción (siempre lo interrumpen), pero que elevó para siempre una melodía deliciosa y nostálgica, As time goes by. De la misma manera que nadie podrá encontrar en la película la célebre «Siempre nos quedará París», que hemos interiorizado popularmente, y que es mucho más ajustada: «Siempre tendremos París. No lo teníamos. Lo habíamos perdido hasta que viniste a Casablanca, pero lo recuperamos anoche». París, París, París…
París fue un empeño del director Michael Curtiz que se obstinó en rodar esa parte luminosa de la película, escenas necesarias para contrastar el posterior abatimiento de Rick, secuencias obligadas para observar a los amantes exultantes, libres y entregados, que no estaban en el guion, pero que él forzó para gozo de los espectadores. Un acierto para una historia de amor, una historia feliz, pese a la separación física, porque es una historia de amor que no termina por sí misma. Rick e Ilsa son una pareja eterna, son el amor eterno que guardamos en nuestro corazón y sigue latiendo. Por eso 75, 100 o 200 años después, siempre nos quedará Casablanca.