Paul Simon se baja del escenario

TEXTO: CARLOS PEREIRO

FUGAS

ANGELA WEISS

El compositor estadounidense se despedirá este verano en Londres con un concierto en el que recorrerá la odisea musical que resulta su repertorio, cargado de belleza atemporal

08 mar 2018 . Actualizado a las 05:07 h.

Cuando llegó a los 74, Paul Simon (Newark, New York, 1941) prefirió tirar de talento que de nostalgia. Se sacó de la manga Stranger to Strange, un apasionante viaje sonoro, ecléctico, como solo el compositor estadounidense puede ser. En un hotel de Madrid, señalaba acertadamente que no estaba dispuesto a ser la repetición de una formula ya gastada. Por eso, cuando ahora anuncia su retirada, la música contemporánea, el público y sus profesionales, quizás debieran hacer balance del legado que dejará en forma de canciones y notas al aire. No solo es imprescindible, es ya mitología musical.

La carrera de Paul Simon va innegablemente acompañada de su amigo Art Garfunkel, aquel joven de pelo rizo y voz angelical, con el que conquistó los oídos de varias generaciones sin darse siquiera cuenta. Es verdad. El dúo se llevó un fiasco tras la publicación en 1964 de su Wednesday morning 3 A.M y huyó a Inglaterra en busca de mejor fortuna. El mentado disco incluía un preciosista corte titulado The Sound of silence, crudo, con apenas una guitarra acústica. Tom Wilson, artífice de muchos de los éxitos de Dylan, vio su potencial y añadió por su cuenta una batería, unos arreglos nuevos y una guitarra eléctrica. Fue relanzado en 1965 y la gloria se hizo canción. Aún en las islas británicas, el dúo vuelve a América al enterarse de su potencial despegue. Poco después, la película de El Graduado, con Dustin Hoffman, acabó por elevarlos al estatus de ídolos contemporáneos. Mrs Robinson, usted fue la responsable.

Con Garfunkel, Paul Simon logró crear algunas de las canciones más bellas de nuestro tiempo. The Boxer, At the Zoo, Bridge Over Troubled Water o Homeward Bound; son solo una muestra de un repertorio exquisito nacido durante la década de los sesenta que encumbró al estadounidense como un prodigioso letrista y un alabado investigador del poder de la melodía. No es ningún secreto. Garfunkel cantaba lo que Simon le ponía sobre la mesa. El proceso compositivo pasaba al noventa y nueve por ciento en exclusiva por sus manos. La frustración de Art acabó por precipitar su separación.

Barra libre para un Paul Simon que arremetería con algunos de los discos más interesantes jamás editados, como ese africanizado Graceland. Simbiosis coral de ritmo y canto, que continuó ensanchando su leyenda. Mito al que ahora quiere ponerle punto y final. El músico se subirá al escenario del céntrico Hyde Park para bajarse del resto. Será el 15 de julio de este año. Las leyendas también sueñan con despedirse, decir adiós, y luego, silencio.