El programa más punk. Hablamos con el creador de los míticos Electroduendes para saber por qué este programa se quedó en «nuestros circuitos»
01 feb 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Fue el programa de referencia durante cuatro años, pero se quedó más de treinta en nuestros corazones. No había un hogar en los años ochenta que no encendiera el televisor un sábado por la mañana para ver aquella bola tan electrizante. Íbamos de culombio desde las diez de la mañana hasta pasadas las doce. Nos sumergíamos en el galvanoplástico mundo de Lolo Rico, que nos acaba de dejar huérfanos. La noticia de su muerte el pasado 20 de enero ha resucitado aquellos personajes que descaradamente se metían en nuestra casa cada sábado para hablarnos de economía y política con sus rimas. Ella nos enseñó la libertad de pensamiento, la cultura, la música del momento y el espíritu crítico, pero también la creatividad y la diversión de un mundo imperfecto. ¡Qué poco me gustaba la bruja avería! Si, sí. No se ría. Era una bruja de lo más punk, como casi todos los personajes que allí salían y ¡mala, ¡pero qué mala era!
La movida madrileña
Había otros personajes mucho más simpáticos, pero todos igual de ingeniosos y locos. No importaba si tenías 6, 20 o 40 años. La bola molaba. Gracias a ella, conocimos los grupos de la movida madrileña. Alaska y Dinarama abanderaba este movimiento, pero por allí también pasaron los Toreros Muertos, Kiko Veneno, Siniestro Total, Santiago Auserón o José María Cano, autor de la canción que abría el programa y que interpretaba Alaska. «Lolo y yo éramos los mayores de esta fiesta. Y los únicos que teníamos hijos. El resto eran unos chavales punkis, pero muy brillantes. Nunca se pensó que La bola fuera solo para niños. Teníamos un horario al que nadie le prestaba atención y al año y medio de emisión nos metimos en una discoteca y se creó un enorme revuelo. Ahí fue cuando nos dimos cuenta de que habíamos creado un fenómeno», explica Miguel Ángel Pacheco, el creador de los Electroduendes, que confiesa que el programa tenía grandes carencias técnicas: «Era muy cutre, pero muy rompedor a la vez. Cuando vi a mis muñecos, me parecieron un horror», reconoce uno de los ideólogos de este mundo tan imperfecto que atrapó a varias generaciones frente al televisor. Y así, gracias al talento de creadores de la talla de Pacheco, La bola no se salió de nuestros circuitos, quedándose grabada con electrólitos y fusibles. Todavía recibimos aquella radiactividad creativa de la época. No se volvió a hacer nada igual. Nunca un programa fue tan didáctico, moderno, rebelde, divertido y sarcástico al mismo tiempo. Eso era, precisamente, lo que tenía La bola que a todo el mundo aún le mola. Era un auténtico alucine. Pero era así, mola. Era La bola de cristal.