No hay costura que lo resista. Tras seis años sin publicar un disco, «Sombrero roto» ha roto los esquemas a todos los «envenenados» que en el mundo han sido
19 abr 2019 . Actualizado a las 05:00 h.Da igual con 25 que con 67. Kiko Veneno casi nunca ha dado lo que de él se espera. Jugar a sorprender no es solo un divertimento. Es su forma de entender la música y la vida. Yendo un paso por delante y pillando a contrapié a quienes creen intuir su destino. En Sombrero roto se la ha jugado a lo grande. ¿Que el personal aguarda rumbitas? Pues se deja seducir por la electrónica y pone sus composiciones en manos de Bronquio, un productor cuatro décadas más joven que él. El resultado es un disco que nada tiene que ver con lo que conocíamos de Kiko Veneno. Un disco ecléctico, irónico, efervescente y desvergonzado en el que incluso se permite la osadía de despachar un tema cantado en inglés.
-Han pasado 6 años desde tu último disco. Has tenido tiempo de rumiarlo.
-He tardado tanto tiempo porque la vida cultural en España se ha restringido mucho. No es por voluntad propia. Yo haría discos todos los años. Pero sí, es cierto, cuando le dedicas tiempo a algo, se nota. Y este es un disco muy reflexionado, muy pensado y al que se le han visto todas las vueltas.
-Cuando comenzaste a parir este disco, ¿tenías claro que iba a ser tan rupturista?
-Cuando me pongo a hacer maquetas mi único preconcepto es la libertad. No tener miedo de ninguna de las ideas que se me ocurran por descabelladas o absurdas que parezcan. Después, el arte consiste en poder canalizarlas, poder expresarlas de una forma adecuada para que comuniquen con la gente.
-¿No te preocupa que los fans de «Échate un cantecito» se echen las manos a la cabeza?
-Ya me han llegado comentarios de que hay gente que no me reconoce en este disco, que dicen que soy fugitivo de mí mismo. Pero yo ya estoy curado de espantos. He tenido muchas decepciones en la vida... Bueno, no tantas, tampoco voy a ir de Almodóvar [se ríe]. Pero nunca he sido, ni jamás lo voy a ser, de los que hacen lo que sea para gustar a la gente. Hay que llegar al público, por supuesto, porque si no de nada sirve lo que hagamos. Pero al mismo tiempo uno tiene que mantener su orgullo y su libertad. Hay discos a los que se les nota demasiado la voluntad de querer agradar. Sombrero roto no creo que sea el caso.
-¿Hay en este disco algo de provocación?
-Bueno, eso puede surgir como un efecto secundario de su escucha. No era una idea previa, pero, si se entiende así, bien está. La agitación es siempre un terreno previo a la consciencia.
-Dices que para crear estas canciones tuviste primero que vaciarte, ¿te estorbaba lo que llevabas dentro?
-No, qué va. Yo dentro lo que llevo es mi legado. El Cantecito, Veneno... Eso es sagrado. Es el orgullo de mi vida. Lo que pasa es que yo quiero más. Quiero renovarme y sentirme vivo.
-Dices de este disco que es «una declaración de amor por la música».
-Todos lo son. Pero, claro, para tú atreverte a declararle tu amor a algo tan grandísimo, que coge desde Mozart a Miles Davis o los Beatles, quillo, o hay que ser muy tonto o muy inconsciente. En mi caso creo hay un poco de las dos cosas, mezclado con esa pasión por la música que no me ha dejado en toda mi vida.
-¿Cómo van a convivir en directo las canciones de este disco con tu repertorio clásico?
-Voy a necesitar cambiar toda la estructura del grupo para remodelar el sonido, sí. Y también tendré que darle una vuelta a mi repertorio tradicional para llevarlo a estos sonidos más contemporáneos. Pero si el público lo recibe bien, yo no tengo ningún problema en hacerlo. Al contrario, me sienta bien reinventarme.
-¿Te sientes cómodo en la vanguardia?
-Las vanguardias pertenecen a la gente joven. Yo a mi edad no puedo aspirar a hacer arte de vanguardia, pero sí a hacer arte contemporáneo.
-Desde luego, los años no te han vuelto conservador ni han hecho que te moderes...
-No toda la gente se hace conservadora con la edad, como Alfonso Guerra o Felipe González. Hay gente como Noam Chomsky, Luis García Montero o Miguel Ríos que lo que hacen es profundizar más en el legado crítico de su juventud. Yo hoy me siento más libre de ataduras y de prejuicios que nunca.