Regístrate gratis y recibe en tu correo las principales noticias del día

La literatura también es punk

Carlos Pereiro

FUGAS

Las corrientes retrofuturistas o distópicas han dado narraciones que ahora analiza el fenómeno del «hopepunk», ­el de las historias que buscan la esperanza en el peor de los momentos

13 dic 2019 . Actualizado a las 05:00 h.

Vaya por delante que las etiquetas las carga el diablo. Lo que a uno le parece X a otro le puede parecer Y; debate al canto y pelea semántica infinita. Partiendo de la dificultosa premisa que conlleva asaltar o diferenciar entre subdivisiones literarias, los punks novelescos permiten aportar cierta idea de lo que aguarda por uno al abrir la primera página.

El término punk no es novedoso, no. Asociado generalmente a la música, se puede hablar de él como un movimiento contracultural, de outsiders; con sus códigos, su lenguaje y hasta su vestimenta. No es extraño que la literatura anglosajona decidiese hacer uso de este para etiquetar las narraciones de ficción que a partir de los 80 asaltaron las librerías.

Ojo, aunque en la cultura popular se hable de géneros, sería un tanto pretencioso acuñar tal vocablo para explicar aquello que define la narración (escenario, temporalidad, personajes…) y no a su forma (narrativa, drama, lírica…); por tanto, es preciso especificar los punks -más como corrientes o movimientos-, como posibilidades, quizás. Steampunk, ciberpunk, solarpunk, greenpunk, dieselpunk… La lista es generosa.

MUNDOS ALTERNATIVOS

En la práctica, cualquiera de ellos engloba una temática concreta. Algunos comparten ciertos rasgos, como la idea de jugar con un pasado retrofuturista, como el steampunk que revela La señorita Bubble o Máquinas mortales o el dieselpunk y sus relatos de cierta negrura y cultura pulp. Narraciones que suelen derivar en ucronías, es decir, mundos alternativos que difieren del nuestro porque en algún momento concreto histórico, algo sucede o no sucede. ¿Cómo sería el mundo si hubiera ganado Hitler? Una ucronía.

Es probable que el ciberpunk sea una de las etiquetas más conocidas, siempre de moda, al presentar mundos ultraconectados, como el que presenta Neuromante, donde la vida humana y la tecnología, los implantes y las redes virtuales forman un entramado complejo y oscuro, a menudo con un telón distópico, como Carbono Alterado. Alto nivel de tecnología, bajísimo nivel de vida.

Recientemente, un término ha resonado por las medianas y bajas esferas de las redes sociales. El hopepunk. Se trata de un término acuñado por A. Rowland hace no demasiado, en el 2017. A diferencia de los otros punks, esta no es una etiqueta que venga definida por un tiempo o una ambientación concreta, sino que su manifiesta en la mentalidad de los protagonistas de la novela. Es decir, podría ser un relato fantástico, distópico o mitológico; que el hopepunk podría aparecer.

¿Pero qué es entonces? Pues un concepto que, en realidad, no es tan reciente como parece, aunque se le haya bautizado aún ahora y debatido en el último año con más ahínco. Es la corriente contrapuesta al grimdark, al planteamiento de historias oscuras, de personajes con intenciones terribles, esos que viven en un mundo horrible y no quieren cambiarlo. El hopepunk es lo contrario, la esperanza ante la adversidad. No, no piense en el típico camino del héroe salvador, o de película Marvel. No. Aquí el trasfondo sigue siendo el de la distopía, el de un mundo que no funciona, y que podría no tener un final feliz, pero en el que sus personajes luchan por cambiarlo, movidos por la nobleza del sentimiento. La esperanza es el motor que los alimenta.

Y parece que la idea ha calado. La corriente hopepunk se impone en novelas como El largo viaje a un pequeño planeta iracundo de Becky Chambers, o Todos los pájaros del cielo de Charlie Jane Anders. Pruebe. La esperanza siempre sienta bien. Seguro que ya ha leído El Señor de los Anillos, ¿no es acaso un canto a esta?