
El éxito de «Parásitos» ha generado un efecto llamada hacia un país que lleva dos décadas ofreciendo relatos de altísima calidad e interés
06 mar 2020 . Actualizado a las 16:48 h.El éxito de una obra puede funcionar de catalizador para que el gran público descubra un mundo que estaba ahí, un tanto oculto, pero tan interesante como el que le resulta conocido. Parásitos (2019) ha conseguido no solo la hazaña de que una película ajena a Hollywood en su concepción se lleve el máximo galardón de los Óscar, sino que ha provocado que un buen número de espectadores se pregunte: «¿Qué otras obras me he perdido de Corea?».
La pregunta puede llevar a una lista interminable, pero más allá de la aglomeración de nombres propios, sean de obras o de directores, conviene realizar una aproximación eficaz, una transición hacia un cine que, en la práctica, si bien posee un aroma propio y personal, entiende perfectamente la narrativa internacional que domina el cine, proponiendo películas que consiguen conectar con casi cualquier espectador a través de sus relatos crudos, concisos y brutales, según qué caso.
En el sentido más práctico, lo que se ha llamado cine coreano -evidentemente de Corea del Sur- o nueva ola del cine coreano se podría cristalizar en cuatro directores de enorme talento: Kim Ki-duk, Chan-Wook Park, Kim Jee-woon y Bong Joon-ho. Al último ya lo conoce, o es el que más debiera sonarle, pues es el director de Parásitos.
Cualquiera de ellos podría definirse como excelentes cinéfilos, conocedores de las tendencias del medio actual, pero también experimentadores dada su juventud. Sí, todos rondan o sobrepasan los cincuenta, pero varias de las obras que luego se citarán se rodaron hace diez o quince años, permitiendo esa visión novedosa o transgresora.
FRESCURA E INTENCIÓN
Si bien el cine surcoreano lleva décadas trabajando y puliendo su industria, el éxito internacional le llega poco después del cambio de siglo, en los primeros dos miles. Es el momento en que Oasis (2002) triunfa en el Festival de Cine de Venecia. El primer gran éxito de público bien podría ser Oldboy (2003), que se hace con el Gran Premio del Jurado en Cannes. Se trata de una cinta oscura, no apta para todos los públicos, que narra la violenta historia de un hombre al que se le encierra sin aparente motivo durante quince años en un cuarto. En no pocas ocasiones, la cinta de Pak Chan-uk ha resultado ser la puerta de entrada a este tipo de cine. Si de algo puede presumir el cine surcoreano, es de generar una atención magistral en el espectador. Son películas hipnóticas, a menudo envueltas entre la violencia, el drama, la crítica social y la más pura de todas las tensiones, herencia de su manejo con el cine de terror más visceral. Por ejemplo, Oldboy se configura como la segunda parte de una trilogía narrativa conocida como trilogía de la venganza, junto a Sympathy for Mr. Vengeance y Lady Vengeance. No se conectan entre sí más allá de su violencia, oscuridad y, claro, la venganza como eje.
También bebe de esa fuente de violencia y rencor la brutal Encontré al diablo, en el que un Kim Jee-Woon en estado de gracia se recrea a través del formato thriller y narra la historia de un marido que pierde a su mujer en un asesinato horrendo. El tema del monstruo que mata por placer sale a relucir en Crónica de un asesino en serie, una de las primeras cintas del director de Parásitos, donde un grupo de policías tratan de atrapar a un asesino de mujeres que sale en las noches de lluvia.
LA OTRA CARA
Más allá de ese lado violento y crudo que algunos directores gustan de enseñar, producciones como Hierro 3 (2004), de Kim Ki-duk, demuestran una enorme sensibilidad a través del drama romántico que nace del destino, del encuentro casual de un indigente y una antigua modelo ahora sometida por su marido. Pura emoción, premiada y reconocida de manera global.
Del mismo modo, Poetry (2010) busca ese retrato de la belleza interior gracias a una sexagenaria que comienza a interesarse por la poesía al mismo tiempo que lucha contra el Alzheimer y que otro sucedo dramático la golpeará repentinamente a través de su problemático nieto.
Además del retrato social o real de la sociedad surcoreana, el cine local también ha buscado, y con bastante éxito, asaltar géneros más relacionados con la ciencia ficción, aportando sus propias innovaciones o utilizando herramientas que Hollywood olvida o infravalora. Por ejemplo, el género de zombis adquiere una tensión bastante más conseguida y dramática con Tren a Busan (2016) que con Guerra Mundial Z (2013). Del mismo modo, El huésped aporta una originalidad más que digna al género de las criaturas mutantes y asesinas, a través de un relato personal e individual, centrado en un hombre anónimo que busca salvar a su hija de las garras del monstruo.
Las ideas quedan sobre la mesa. Todas las obras aquí expuestas han sido adaptadas debidamente al mercado occidental, por lo que puede tratar de buscarlas por las diferentes plataformas cinéfilas quehoy habitan la red y las carteras. Nunca es un mal momento para comenzar a degustar platos audiovisuales que se hornean en el otro lado del mundo.