
La autora de La Volátil publica un viaje a Japón que nos lleva mucho más lejos, al interior de una herida. «Me enfada lo que sufrimos y callamos las mujeres», manifiesta
18 jun 2020 . Actualizado a las 17:35 h.La Volátil, que tiene ya miles de horas, ¡años!, de vuelo, ha tomado tierra con El viaje, novela gráfica de madurez que nos lleva a Japón pero, sobre todo, al interior de una herida. Agustina Guerrero (Chacabuco, Buenos Aires, 20 de marzo de 1982) ha superado la barrera del miedo social para desnudar su corazón en una aventura que nos enfrenta al agujero abierto por los códigos en la bandera de la maternidad. «Cada viaje tiene su zumito de vivencias», escribe. ¿Cuáles han sido tus preferidas en Japón? «Me quedo con lo de dejarme llevar, el no tenerlo todo tan controlado. En el viaje lo mejor es dar lugar a la improvisación», considera la artista.
—¿Vuelve la Volátil, sigue siendo ella? Conserva la camiseta de rayas y el moño...
—Sí. En este libro (El viaje) se ha podido ver el recorrido que ha tenido el personaje. Considero que es mi libro más especial, que la Volátil está... fuerte.
—Se ha atrevido del todo a mostrarnos su vulnerabilidad, a ir más lejos.
—¡Mucho más lejos! Nos fuimos de viaje con la idea de hacer de este viaje un libro a la vuelta, pero la idea inicial era otro tipo de viaje y otro tipo de libro, en el que el eje fuese la amistad. De hecho lo es, pero desde otro lugar...

—¿Qué pasó, por qué cambió el rumbo?
—Florecieron un montón de sentimientos, asuntos callados. Para mí fue todo un proceso decidir qué hacer con eso.
—Creo que fue Rosa Montero quien dijo que todo viaje encierra una pesadilla...
—Con el ritmo del día a día, uno no está mucho consigo mismo. El irme a Japón, que hubiese esa distancia física, hizo que conectara más con lo que yo venía callando y, de algún modo, negando.
—¿La rutina nos distrae de lo que duele, de lo que somos?
—Sí, pero hay que hacerle frente a nuestro ruido interno. Es sano. Si no, ese ruido te va haciendo sorda a lo importante. Es como que no le haces caso y la vida sigue.
—Este viaje a Japón está lleno de «souvenirs» culturales, pero encierra un viaje que es sobre todo interior.
—Cuando me puse a dibujar no podía parar de largarlo todo. Lo que yo te pueda contar de Japón es, en parte, una guía, pero en paralelo hay otro tipo de viaje más rico. Para mí, fue un viaje largo y doloroso que me ayudó a entenderme y a la vez a comprender el sufrimiento universal de las mujeres, un dolor que nos parte al medio, aún silenciado.
«No hay nada más sanador que compartir tu historia. Si la callas, se hace aún más dolorosa»
—Pero este es también un viaje al corazón de la amistad.
—Sí, Loly es un personaje esencial. Me parecía importante hablar del aborto involuntario de Loly y del aborto voluntario mío. No hay nada más sanador que compartir tu historia. Si la callas, se hace aún más dolorosa. Cuando ella me cuenta o le cuento yo a ella no hay en realidad un diálogo, sino una escucha.
—¿El aborto es todavía un tabú?
—Totalmente. Yo necesité tiempo para sentir que quería explicarme. Tenía claro que iba a hablar de la ansiedad, del insomnio, pero me parecía pobre no ir a la raíz. Llegamos de Japón en mayo del año pasado, e iba a volcarme en el libro inmediatamente. Pero no pude, tenía el runrún de qué quería contar. Pasé el verano escuchándome; descubrí que a algunas amigas les había pasado lo mismo y en septiembre decidí contarlo. Primero me puse a escribir con mucho enfado...
—¿Por qué?
—Por lo que vivimos las mujeres, por lo que callamos, por lo poco comprendidas que estamos en este asunto del aborto.
—Hay artistas que están hoy alzando la voz para señalar heridas que tendían a esconderse.
—Yo, personalmente, considero que debo hacer algo con mi trabajo y el público al que llego. Creo firmemente que la mujer que ha abortado no se permite mostrar su dolor porque ese dolor está asociado al arrepentimiento, al «Me he equivocado». Entonces, mejor «Aquí no ha pasado nada y a seguir». Y no te permites un duelo. El hecho de tomar una decisión y que tenga una consecuencia dolorosa no anula el derecho a tomarla, ni a sufrirla. En el caso del aborto, aún vale el «mejor calladita». Yo soy mamá, y las madres no abortan, ¿no? Esto te carga de culpa, de vergüenza. Y te callas...
—La Volátil era un ser dulce que iba entre nubes de algodón, capaz de ver el arcoíris en un bus petado. Ahora ya no.
—La Volátil ha crecido y nos da un cachetazo, pero necesitaba dar ese paso.
—Nos lleva a un destino inesperado.
—Hace ocho años, cuando nació el personaje, quizá caló en la gente porque hablaba de cosas de las que en su momento, por lo general, no se hablaba: de la caca, de los pelos, pero fíjate ahora qué liviano queda todo eso. Empiezo hablando del pelo y acabo hablando del aborto.
«Hablé con mi madre y me dijo: 'Yo te entiendo, yo pasé por lo mismo y nunca me había animado a hablarlo'. Luego supe que mi abuela también había pasado por lo mismo»
—La maternidad tiene mucho relato...
—La maternidad tiene mucha floritura... Tenemos que dar una visión más amplia y no caer en el «Todas queremos lo mismo», «Todo es de la misma manera». Porque no lo es.
—¿Siempre hay alguien que entiende?
—Quería hablar de lo que contaba en el libro, antes de que saliese, con mi madre, con mi padre, mis hermanos... Y tenía miedo, pensaba: «Van a decir qué monstruo, qué mala persona». Hablé con mi mamá y me dijo: «Yo te entiendo, yo pasé por lo mismo y nunca me había animado a hablarlo. Me sana escucharte». Fue la respuesta que menos me había imaginado. Luego supe que mi abuela también había pasado por lo mismo. Cuando un miembro de la generación habla puede romper la cadena del dolor. Es importante hablarlo para no sentirse sola ni desamparada. ¿Por qué nos tenemos que callar? Ya está bien.