La reina del pop comercial se convierte en estrella «indie»

FUGAS

La cantante Taylor Swift
La cantante Taylor Swift Mario Anzuoni

Taylor Swift ha sido la gran sorpresa musical del confinamiento. Cuando nadie se lo esperaba, lanzó un disco de tono alternativo, pero con la esencia de siempre

21 ago 2020 . Actualizado a las 15:24 h.

No debería ser noticia que Taylor Swift lance un buen disco. 1989 (2014), por ejemplo, es uno de los álbumes pop más reivindicables de la década pasada. Temas como Blank Space, Shake It Off, Welcome To New York o Style, escuchados sin prejuicios y con los oídos limpios, no admiten tacha. Seducen y enamoran al instante. Son cuatro menciones de un elepé formidable. De hecho, no se recordaba un nivel tan alto en ese pop sintético, panorámico y para todos los públicos desde el Fever (2001) de Kylie Minogue. Otra cosa es que una parte del público tenga alergia a ese tipo de música que quiere enamorar buscando las dosis justas de azúcar, color y fantasía.

Ahora, sin embargo, la artista ha cambiado el registro (que no su esencia) despertando una inusitada admiración entre el público que sigue eso que continúa llamándose indie y cada vez tiene menos que ver con lo que un día fue. Fotografiada en blanco y negro, armando sus canciones sobre delicados pianos y entregando todo a un tono íntimo, editó Folklore el mes pasado. Sorpresa total, porque no hacía ni siete meses que acaba de lanzar a bombo y platillo Lover (2019), un disco de tonos pastel y cargado de luz tras el giro oscuro de Reputation (2017). Sorpresa por la estética sonora, grisácea, densa y con rugosa caricia electrónica. Y sorpresa por los amigos que la acompañaron en este viaje, pesos pesados como Aaron Dessner (The National) a la producción y Bon Iver colaborando en el tema Exile.

Pero que nadie se lleve a engaño. La mayoría de las canciones de Folklore podrían figurar perfectamente en la producción anterior de la artista. Cambia el tratamiento, no la calidad. Quizá porque varió el modo de hacerlo y las circunstancias. Totalmente condicionada por la pandemia del covid-19, Taylor se puso a escribir temas sin pensar en grandes escenarios. Así entró en contacto con Aaron Dessner, que en abril permanecía aislado y en cuarentena con toda su familia. Los dos se pusieron a trenzar a distancia un trabajo que ni siquiera se molestó en respetar el ciclo normal de la industria. De un día para otro la artista anunció en las redes sociales su salida.

Lejos de lo anecdótico, es un álbum espléndido. Sin embargo, cabe insistir en la idea de partida. Quien conozca la trayectoria de Taylor Swift identificará perfectamente desde el primer momento de dónde viene todo. El disco lo abre The 1 y todo está ahí. La voz, las melodías ondulantes, los ajustes de emoción y ese modo de dejar pintada una canción en el cielo tan suyo. Eso sí, en lugar de mirar a la estética del pop de consumo masivo, aquí parece querer abrir un camino en algún lugar indeterminado entre Sufjan Stevens y los propios The National. Es la puerta de entrada para un disco repleto de grandes canciones que, en ocasiones, tiran hacia una fragilidad en la interpretación inédita hasta la fecha, como la deliciosa MirrorBall. Otras apuntan al dream-pop, llenando de vapor y ecos a Beach House cimas como This Is Me Trying. Y en otras dibujan singles imposibles como Cardigan.

Pero a poco que se avance en el disco, no tardará en aparecer la conocida caligrafía de aquella chica de corazón pop y armazón country que ya hace tiempo que muchos oídos exquisitos deberían haber abrazado. Nunca es tarde para seguir el camino de guijarros hacia las joyas que guarda su pasado.