El humor adulto del maestro está en otros libros que muestran lo que vale el sexto sentido del humor. Va una selección dos rombos del humorista más padre
28 sep 2024 . Actualizado a las 14:32 h.No me digan que no se sienten como Mafalda cuando pone las noticias y empieza a oler a sopa. Como si Susanita se quedase sin el futuro «hijícola» con que nos dio la matraca. Como Guille sin mamá, sin tele ni chupete «on the rocks». Como Felipe sin Llanero Solitario o Manolito sin cuentas pendientes. Como Libertad sin la mayúscula. Como los sesenta sin los Beatles. Como el crudo mundo real sin su joven e intensa amante, la utopía. El sexto sentido del humor hoy parece que nos falla.
Nuestro Quino murió a los 88 años dejándonos huérfanos, como a Mafalda, la más popular de sus hijas, la sabelotodo que conquistó al mundo en faldas cantándole las cuarenta, la filósofa de 7 años de la que Antonio Gades dijo en los setenta: «Personalmente, es la única mujer del mundo que me divierte sin pedirme nada a cambio». Así la recibía España, brazos abiertos, cuando llegó de la mano de Esther Tusquets hace 50 años, como una minidiva con la cabeza armada e intereses nobles que no levantan suspicacias.
Mafalda cumplió la ley de Freud y mató al padre, lo engulló como sin darse cuenta en reediciones sucesivas de sus viñetas, quizá con el propósito de dejarlo vivir tranquilo a la sombra soleada de su éxito. Primero fueron tiras, ¡después la tira de años! 10 años con Mafalda, que incluye una entrevista de Maruja Torres a Quino, fue uno de los tesoros del 74. En esa entrevista, ilustrada entre otras con una fotos del humorista comiendo sopa, Quino confiesa que mató a Mafalda, que dejó de crearle viñetas nuevas para sentirse más libre, pero ella era ya una corredora de fondo por los derechos humanos de los niños del planeta, ya había tomado la ventaja de las generaciones venideras. Con todo, el padre creó antes, y después, magníficas «píldoras» de humor para adultos que levantan la moral por más que tengan la mala intención de incomodarnos. Son sentencias en cómic que sacuden, escuecen, enganchan y nos desempañan las gafas de la hipocresía y otros códigos con predicamento y aceptación social. Hay viñetas only adults del genio que recibió el Príncipe de Asturias que no pueden quedarse en el olvido.
EL MENOS CONOCIDO
En un guiño a la censura que burló, va una selección dos rombos implacable y compasiva con la estupidez humana, de la que nadie se libra. Desengañémonos con Quino, con su Quinoterapia, que con humor la herida duele menos... tiempo.
¡A mí no me grite!, publicado en el 72, es uno de los primeros libros de recopilación de chistes de Quino sin Mafalda. Lucidez y ternura dan complexión a este humor que señala las contradicciones del yo, el peso del estatus, la desigualdad, el abuso de poder, los agujeros y los vicios del mundo que nos rodea, ¡y del que todos llevamos puertas adentro! Quino ve lo genial en lo cotidiano, el sentido en lo absurdo, la soledad en la pareja, el desamor del amante, la simpleza del marido, la madurez del niño. ¡A mí no me grite!, ordena el tipo que se hace respetar a gritos.
Publicado por primera vez en el 89, Potentes, prepotentes e impotentes es una selección centrada en la desvergüenza y otras virtudes de los malos poderosos, y del rebaño de pelotas cómplices que los aúpan. Un manual para reeducarnos, y educar a los hijos, con amor, sin duda.
Las matrimoniadas de los que comparten día tras día mesa y cama es de una gravedad desternillante en Sí... cariño. La plúmbea disciplina del matrimonio, las infidelidades y las infelicidades que Quino dibuja de puntillas sobre el papel (y de pronto son pisotones) nos devuelven en Sí... cariño, reeditada por Lumen en el 2008, un reflejo con efecto lupa, que agranda el defecto y su humanidad, humor para el sinsentido del amor.
La iglesia, la empresa, el trabajo, el erotismo, el desamor, la vejez, la música, la cultura, la moda, el maquillaje en la arruga, la ropa sucia del capitalismo, la pobreza, la enfermedad y la muerte se proyectan con exageración realista en ¡Qué mala es la gente!, un libro publicado en España en el 97 donde alternamos con curas, soldados que admiten que prefieren estar con mamá a morir por la patria, pitonisas, cornudos, alguna abuela yonqui, fantasmas... Quino es capaz de ponerle humor hasta al suicidio. En esa forma de madurez, consciente pero ingenua, está la gracia.
Inolvidables viñetas que desnudan la hipocresía. Como esa en la que se ve a un matrimonio tomando el té en una mansión de lujo con el jardín dentro y varios sirvientes ocupándose del césped con gesto abnegado, en la que le dicen a su invitado: «Ahhhsssí; a nosotros siempre nos gustó la sencillez de lo natural...».
Esto no es todo (Lumen, 2008) reúne casi todo su humor adulto, y Simplemente Quino (Lumen, 2016), material inédito solo publicado en prensa que nos enfrenta a las obsesiones típicas del genio al que pidió cuentas la policía, la Policía Humorística, por hacer chiste de la muerte, la desigualdad de género, la injusticia social o el autoritarismo.
Lo más importante para Quino era la libertad, según él mismo. Le gustaban el cine, el vino, la música y, por supuesto, los Beatles. Y según le contó a Maruja Torres en aquella entrevista por los diez años de Mafalda, en el 74, quería morirse en Argentina: «Yo le tengo muchísimo miedo al avión, y pienso que nos vamos a caer, pero cuando entro en tierra argentina pienso que todo está bien, que me da lo mismo morirme, porque estoy en casa». Sueño cumplido.
Viva el padre que parió a la incombustible Mafalda, que nos deja la tira de placeres adultos como forma de consuelo frente al cinismo, el miedo, la manipulación y la desesperanza.
Su talento era el colmo de la sinceridad. Un placer, Quino.