Morat: «En nuestro primer concierto en Galicia hubo unas diez personas, fue un golpe de realidad»

FUGAS

cedida

Colombianos en la veintena, de porte y actitud irreprochable, con éxito masivo en ambas orillas, legión de fans... Hoy actúan en el Morriña Fest, en Culleredo, sin olvidar de dónde vienen

20 ago 2021 . Actualizado a las 15:56 h.

Nadie, desde luego, podrá reprocharles falta de coherencia. Y no fueron pocas, seguro, las ocasiones en las que los tentaron para que la contravinieran. Colombianos en la veintena, de porte y actitud irreprochable, con éxito masivo en ambas orillas, legión de fans... Eran carne de cañón más que propicia para sucumbir a la dictadura que imponía el reguetón. Pero no. Fueron hábiles a la hora de coquetear con los artistas en auge, pero se mantuvieron firmes en sus postulados estilísticos: canciones de arquitectura pop con guiños a la cultura musical latina, irremediablemente coreables, con letras que apelan a esos sentimientos de ida y vuelta propios de su tiempo y edad, y con una imagen arropada en el desenfado que difícilmente puede incomodar a nadie. A mediados del pasado mes de julio, Morat publicaron nuevo disco, el tercero, ¿A dónde vamos?, con el que celebran una década de trayectoria. Responde el teclista y vocalista del grupo, Simón Vargas.

-Veinte años no es nada, decía el tango, pero diez ya son bastantes.

-Sí, ¿no?

-¿Qué ha cambiado en vosotros?

-Siento que, principalmente, la profesionalización. Éramos una banda de colegio, una banda de amigos cuyo plan siempre fue, y es, hacer música y pasarla rico. Pero es muy diferente hacer música en un bar para 50 personas que en un coliseo frente a 10.000. Un músico no solo tiene que aprender a cantar o a tocar la guitarra. Aprender a gestionar eso forma parte de ser artista. Y eso es lo que, diez años después, podemos decir que sí sabemos hacer.

-¿Qué cambios habéis notado en esta década en la industria musical?

-El cambio más grande es la velocidad a la que ahora pasan las cosas. Y, de alguna manera, también que se ha democratizado. Ya no es tan importante lo que a un ejecutivo de una discográfica le parezca que puede funcionar. Si tú, a través de tus canales y tus redes, consigues los números suficientes, vas a tener la oportunidad de demostrar que tu música funciona. Eso me parece muy emocionante.

-¿Sois de los que estáis al corriente de las últimas tendencias?

-En cuanto a música, sí. Sin duda.

-¿Que te ha sorprendido últimamente?

-Me sorprende que, a pesar de que solo llevamos diez años como grupo, uno ya advierte la brecha generacional con la gente más joven. Y tengo la sensación de que están pasando cosas súper, súper cool.

-¿Por ejemplo?

-A mí me parece muy interesante sentir que, por fin, el reguetón ya no es lo único que está funcionando. Hay artistas que antes hacían reguetón y ahora están empezando a moverse hacia otros lugares. En Latinoamérica puede ser el caso de Rauw Alejandro o Kali Uchis. Y en España el de C. Tangana, Marc Segui o todos los traperos que se mueven por acá. Eso es chévere y me hace pensar que ya puede estar pasando esa gigantesca ola de dominancia absoluta del reguetón y que está surgiendo un nuevo híbrido. Eso me interesa.

-También hay cierta evolución en el sonido de Morat. En este disco suenan más fuertes las guitarras y las percusiones.

-Sí, es verdad. Pero es que nosotros somos, principalmente, una banda de directo. Y esa manera de disfrutar cómo tocas las canciones en vivo, más fuertes, acaba por influir en lo que estás componiendo. Para mí, el mejor directo es el que tienen las bandas de rock y siento que eso nos ha llevado también un poco hacia ahí, a que las guitarras sean más potentes o a subir el tempo de la canción.

-¿Seguiréis ahondando en ese camino?

-Nosotros siempre hemos pensado más nuestros discos como un árbol que como una carretera. En cada uno de ellos siempre tratamos de dar continuidad a las distintas vertientes musicales que hemos ido planteando. Hay canciones con ritmos más urbanos, otras más R&B, las hay rockeras, un bolero a piano y voz o alguna, como Embrujo, que incluso se acerca al flamenco. Son distintas ramas y a mí lo que me parece interesante es explorarlas todas.

-También las hay que os conectan con la tradición folklórica latinoamericana.

-Por supuesto. Hay que saber cuándo vale la pena inventar y cuándo rescatar. No sé... El mal querer, de Rosalía, por ejemplo, es un ejercicio brillante de innovar y rescatar a la vez. Y en nuestro disco hay una canción, ¿A dónde vamos?, que tiene un ritmo que yo oí por primera vez en una canción de The Killers de principios de los 2000. A mí me parecía delicioso tocar ese ritmo en vivo, así que dije: «Voy a componer bajo ese ritmo». En ese caso estoy agarrándome a algo que ya está inventado, pero sobre lo que yo, luego, puedo innovar añadiendo un montón de cosas o haciéndole una letra de amor, que a lo mejor The Killers no habrían cantado.

-La mayoría de las canciones de vuestro disco tienen temática amorosa. No deja de sorprender, ahora que la tendencia es renegar de las canciones de amor.

-Renegar de la canción de amor es renegar de un sentimiento general del ser humano. Cuando tú hablas de amor, sabes que estás hablándole a todo el mundo. Y esa es la razón por la que estas canciones tienen tanto eco y por la cual podemos encontrar canciones de amor desde los griegos hasta hoy. Titulamos nuestro anterior disco Balas perdidas porque yo siento que las canciones de amor son un poco eso. Yo se la escribo a mi novia y, sin embargo, una niña en Sevilla siente que se la escribimos a ella. Eso es bonito.

-También os adentráis en terrenos más pantanosos, como el del amor tóxico, en «Date la vuelta».

-Esa canción la escribí durante la pandemia pensando en la gente que se quedó encerrada en la cuarentena con sus abusadores. Me pareció una historia de terror absoluto. A raíz de eso, pensé qué sucedería si un día a mi hermana, que hoy tiene 12 años, su pareja la tratase mal. ¿Cómo me meto yo ahí? ¿Cómo dar un consejo que a uno no le están pidiendo? Y ahí recordé una frase que es medio célebre en mi familia: «Lo importante no es que te quieran mucho, sino que te quieran bien». La idea de calidad versus cantidad, que creo que no se ha tocado suficientemente en el amor. Muchas veces se dice: «Yo te quiero más que nadie», pero rara vez se habla de que «yo te quiero mejor que nadie». En esa diferenciación hay algo de sabiduría que mi mamá me pasó a mí y ojalá yo pueda pasársela a alguien más a través de las canciones.

-Vosotros cuatro sois amigos desde los 5 años. Pero no siempre las relaciones profesionales y la amistad son bien llevadas. ¿Cómo lo gestionáis?

-Nosotros vemos la amistad como una ventaja, porque nos conocemos desde hace tantos años que no nos tenemos que demostrar nada el uno al otro. Todos sabemos quiénes somos cada uno fuera de la fama y del éxito. Eso te lo pone mucho más fácil y creo que nos ha hecho mucho bien. Nosotros somos muy reacios a la idea del artista inalcanzable, de la diva. Para nosotros lo más importante es pasarla rico y eso sucede cuando las relaciones son horizontales, no cuando hay una jerarquía muy marcada.

-¿Qué música suena en vuestra furgoneta cuando vais de viaje?

-Ya ninguna. La democracia para eso es muy difícil. Cada cual procura llevar sus audífonos. Muy de vez en cuando, si estamos todos en la tónica, ponemos una película. Pero, en términos generales, es cada cual en su cuento.

-¿Cómo es la relación que ha tenido Morat con Galicia?

-De mucho cariño, a pesar de que la primera vez que estuvimos en Santiago hicimos uno de los conciertos en los que menos gente hubo viéndonos. Habría unas diez personas. Pero yo lo recuerdo con mucho cariño porque siento que esos golpes de realidad son cosas que a uno no se le deben olvidar. Te recuerdan de dónde vienes. Después hemos estado más veces y han sido conciertos mucho más grandes. Pero de Galicia nos llevamos siempre aquel primer recuerdo..., y la comida.

-Acabas de publicar un libro de relatos, «A la orilla de la luz». ¿Cómo combinas la música y la literatura?

-Yo siento que están compartimentados. A la orilla de la luz es un libro muchísimo más oscuro y, de alguna manera, adulto de lo que es muchas veces la música de Morat. En el libro me di la libertad de ser mucho más agresivo, de tratar temas más violentos. Y yo siento que la música de Morat no podría llegar hasta allá. La literatura es un espacio donde yo puedo irme mucho más hacia donde a mí me gustaría sin tener que cumplir con los requisitos de democracia que un grupo exige.