Inés Martín Rodrigo, premio Nadal: «Mi abuela decía que se puede saber cómo es una persona por su forma de pelar las patatas»

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La escritora Inés Martín Rodrigo, autora de «Las formas del querer».
La escritora Inés Martín Rodrigo, autora de «Las formas del querer».

La historia de España va por dentro en «Las formas del querer», que ha alcanzado la tercera edición en una semana. Su autora lo celebra en Galicia con muchas ganas de comerse una palmera de chocolate

28 jun 2023 . Actualizado a las 12:32 h.

Inés Martín Rodrigo (Madrid, 1983) tiene varias madres literarias, un Premio Nadal para la novela reinventada de su vida (tercera edición en solo una semana), abuelos que se merecen un hueco en la historia (universal) de España y esa complexión literaria de las novelistas de antes, una fortaleza en el recorrido del párrafo que sostiene la casa de una historia, con lugares compartidos y ciertos rincones en sombra, que ilumina.

«Es un halago. Yo me siento emparentada con esas novelistas de antes. Me he criado literariamente al lado de Ana María Matute, de Carmen Martín Gaite, de Carmen Laforet... Y ellas son un faro muy importante en esta novela». En Las formas del querer, que son muchas y nada efímeras, la escritora y periodista cultural, que visita estos días Galicia, nos asoma a «la otra historia de España», a esa que suele existir de puertas para adentro, sin ver la luz pública ni su reflejo en los manuales de texto.

«Hay que mirar de frente al pasado para aspirar al futuro. Yo en esta novela me he mirado en el espejo de mi pasado. Me reconozco en ese reflejo. Y, probablemente, es la primera vez que soy capaz de reconocerme», revela la escritora, que ayer visitó A Coruña, en un encuentro con lectores en la Fundación Luís Seoane de la mano del gestor cultural Javier Pintor y la escritora Ledicia Costas, y hoy estará en Santiago.

Inés Martín Rodrigo quiere celebrar el éxito de esta novela comiéndose una palmera. Ayer preguntaba en Twitter: ¿Cuál es la mejor palmera de A Coruña?  

-Esta novela acierta en ingredientes y en su punto de cocción. Es la crónica de un pedazo de la historia de España, y una memoria familiar e íntima que rompe tabúes. ¡Tercera edición en una semana!

-El recibimiento de los lectores está siendo maravilloso. Es otra de las formas del querer, otra de las cosas bonitas que me ha traído esta novela...

-¿Cómo la trabajó, peló mucho la piel de las palabras?

-Creo que estaba destinada a escribir esta novela. Es una historia que, probablemente, yo empecé a escribir sin hacerlo, simbólicamente, cuando murió mi madre. Yo tenía 14 años. En lo cronológico, el final de la escritura de esta novela coincide con el final de un viaje que se ha prolongado durante 25 años. Esta novela me ha permitido reconciliarme con partes de mi pasado que son muy dolorosas, oscuras, heridas latentes que ahora están más iluminadas. Cuando estalló la pandemia y nos confinaron en las casas, cuando nos encerraron con nuestros propios pensamientos, la escritura de esta novela se transformó y, por alguna razón, mi propia memoria familiar y personal se me reveló, en la voz de Noray. Su voz [la de su protagonista] se apoderó de mí. Ella me fue contando y yo le fui contando... 

-La novela comienza con un cortejo fúnebre, con una muerte que enciende el relato de una vida, de varias vidas enlazadas. ¿A veces con una muerte empieza uno a contarse la vida?

-La muerte es parte de la vida. Desde el momento en que nacemos, lo queramos o no, estamos condenados a morir. Las personas que hemos vivido la muerte de cerca desde una edad temprana la tenemos presente siempre. 

-¿Es escribir una forma de terapia?

-No pienso que escribiendo vaya a ser capaz de curar mis heridas, mis dolores, los traumas acumulados a lo largo de 40 años, pero sí ha sido terapéutico. Y te lo dice alguien que ha pasado por terapias psicológicas, psiquiátricas y ha estado en contacto con profesionales de la salud mental, que es otro tema que está presente en Las formas del querer.

-Advierte al lector que no es Noray, pero no puedo evitar hacerle la pregunta típica: ¿Qué hay de usted, de su vida, en Noray, en esta novela?

-Yo no soy Noray, pero ella tiene cosas de mí. ¿Qué tiene de mí? Esa relación tan temprana con la muerte. Yo tuve anorexia, como Noray, que la sufre a raíz de la separación de sus padres, porque cae en una depresión. Ninguno somos inmunes a la depresión, como no lo fui yo y no lo es Noray. Noray y yo tenemos en común el amor por la literatura. Las palabras siempre han sido para nosotras ese gran refugio. Yo no tuve una librería como la de Filomena en esta novela, pero los libros formaron parte de mi vida desde una edad muy temprana gracias a mi madre.

-Se nota la mano de la madre en la configuración de su maleta literaria, en la que van Matute, Laforet, Gloria Fuertes...

-Sí. Uno de los primeros poemas que yo memoricé y que le hago memorizar a Noray en la novela es Doña Pitó Piturra, de Gloria Fuertes.

-Hay observaciones maravillosas que rescatan la sabiduría de las abuelas, ese saber doméstico y esencial que ellas tenían. La abuela de Noray sabía distinguir un perfil psicológico por la forma de pelar las patatas. ¿La suya también?

-Sí. Esa es una anécdota real. Recuerdo a mi abuela pelando patatas y diciendo eso, que se puede saber cómo es una persona por su forma de pelar las patatas. «Si te llevas demasiada carne, eres desprendido. Si te llevas poca, eres más bien tacaño». Me da la sensación de que apresando esas costumbres y vivencias a través de las palabras no se van a perder, no van a desaparecer. Uno de mis mayores temores es el olvido. También hay palabras que me han configurado como persona. No es lo mismo decirle a alguien cariño que decirle prenda.

-Es otra forma distinta de querer...

-Eso. Y por eso no son las formas del amor, son Las formas del querer. Hay un vocabulario muy elegido para que no se pierda. La escritura es también una forma de querer.

-En esta novela, abraza la historia reciente de España, con sus heridas y sus horrores.

-Inevitablemente. Esta es una familia que vive en España y que sobrevive a la historia de España. ¡Porque a la historia reciente de España se ha sobrevivido! Pero la historia de España es un personaje muy secundario en la novela...

-Nos interesa la «otra» historia de España...

-Eso es. Quería que esa historia que siempre es secundaria, que es la personal de cada uno, de cada familia, fuera esta vez la protagonista.

-La relación de pareja de Noray e Ismael es especial porque es realista. Nos gusta esa forma honesta, sin filtros romanticoides de querer, sin amores plúmbeos de érase una vez y para siempre.

-Es una relación realista. No es una relación idílica ni romántica. Pero no es artificial. No me gusta la superficialidad, no me gusta la impostura. Quería que la novela tuviese autenticidad, que tuviese verdad.

-¿Se reconoce en sus contemporáneos y contemporáneas?

-Me fascinan voces como la de Amélie Nothomb, Delphine de Vigan o Joan Didion, pero en mi forma de escribir han tenido más relevancia las madres literarias que quienes podrían ser mis hermanas.

-He leído que había escrito esta novela por su madre, y que, en realidad, todo lo que hace lo hace por su madre.

-Fue el discurso en el Nadal y es así. En realidad, es una reflexión a la que me condujo una amiga mía, que me dijo: «¿No te das cuenta de que cada cosa que haces la haces por tu madre?». Me hizo darme cuenta. Me di cuenta de que todos mis pasos y todo lo que hacía lo hacía por ella. Con esta novela se han conjugado que lo he hecho por ella y para ella. Esta novela es un homenaje a mi madre, a Aurora. «Mamá, soy la escritora que tú hubieras querido que yo fuera. Este es el final de un viaje que empezó con tu muerte, y es un final bonito».