La guerra le curó la tartamudez, sobrevivió a las bombas, a un marido Malo y a la depresión. Cela llegó a acogerla en casa, quemó más de una cocina y vivió la infancia (escribiendo) hasta el final. Blackie Books recupera su mundo en una maravillosa antología de obra y vida
29 mar 2022 . Actualizado a las 17:57 h.«¡Ay, Ana María Matute, qué delicada!, dicen algunos, pero si soy una bestia», estalló riendo Ana María Matute (Barcelona, 26 de julio de 1925 - 25 de junio del 2014) en una entrevista televisiva en el 2013.
A Totitos —su alias familiar— no le gustaban los abrigos de piel ni la gente sin imaginación. Le gustaban los animales y los gnomos, solo algunos niños, el whisky y los gintónics, soñar que era un cosaco y despeinar el cardado de las mentiras de la feria de las vanidades del Café Gijón. Es un viaje larguísimo, como la infancia, conocer a la autora de Primera memoria y Olvidado rey Gudú, pero Blackie Books nos lo pone fácil, nos la tiende como un pan caliente o una copa de vino, «para que te hagas amiga infinita» de esta niña sin fin, que nunca salió del todo de la infancia, o de ese cuarto oscuro donde la castigaban si se portaba mal. Para ella, era un premio. «¡Te dejaban en paz!». De esa oscuridad viene el fulgor de reinos como el de Olar.
Decía que era «torcida», como los pimientos verdes. Amó los cuentos de hadas que su vida no fue. Vivió. Nadie le sacó las habichuelas mágicas del fuego, pese a ser de familia catalana bien. El fuego de la guerra civil la sorprendió cuando tenía 10 años y le «curó» la tartamudez. «Ana María Matute es una forma de estar en el mundo [...]. Sobrevivió a la guerra, a la crítica, a la censura, al divorcio cuando no existía el divorcio, a la ausencia de un hijo, a la depresión, a la muerte de un gran amor», avanza Jorge de Cascante en el inicio de la antología El libro de Ana María Matute, una merienda borracha de letras que te puedes beber por episodios. Este volumen de Blackie que invita a querer más de la Matute es una cesta donde los objetos hablan, como en las novelas de la autora de Aranmanoth. De esa cesta de papel van saliendo rarezas, penurias y grandezas de esta reina caída de otro planeta que nació en buena parte del hábito de su niñera, Anastasia, de leerle cuentos de Andersen, de Perrault y de los hermanos Grimm. Con ellos se forjó la escritora, frente al rigor de la vida adulta y de su madre, «castellana de pura cepa» que la desheredó al poco de hacerle el regalo más inesperado de boda: una caja de zapatos con todos los cuentos que Totitos escribió en su infancia, desde los 5 años.
Los primeros cuentos de Ana María, el cómic Pericón, que hizo en exclusiva para su hijo, Juan Pablo; una selección de fotos que aplacan nuestra sed rosa (Ana María de primera comunión; con sus amigos en el pueblo de sus abuelos, Mansilla de la Sierra; recibiendo el Nadal; a lo Ava Gardner en bañador en Mallorca, con sus amigas Ana María Moix y Esther Tusquets en Sitges en los 70, de pícnic con Gil de Biedma y Marsé) son parte de este álbum de recuerdos de la tía más bestia (a sus sobrinas Sapo y Verónica les servía vino ¡con 12 años!), elaborado por De Cascante con ayuda del hijo de la escritora, Juan Pablo Goicoechea Matute, y familiares y amigos íntimos.
Ana María disfrutó del diablo de la imaginación y de los hombres («Si de los hombres se dice que son mujeriegos, de mí se podría decir que soy hombreriega») y, aunque no le interesaba el matrimonio, se casó con «el Malo», Ramón Eugenio de Goicoechea, que la endeudó hasta el desahucio y se quedó con su hijo hasta que ella logró recuperar la custodia perdida porque sí. Cela la acogió en su casa entonces, cuando era «un gatito» perdido.
Escribía con su hijo en las rodillas en esos 50 en que los periódicos titulaban con cosas como: «Mal inevitable: las mujeres siguen ganando premios literarios». Hay varios recortes «memorables» en esta antología que evidencian que el tiempo pasado fue mucho peor. «La obra suya que más me marcó fue Primera memoria, que la leí siendo adolescente, aunque también Olvidado Rey Gudú, dos novelas que parecen existir en dimensiones paralelas, pero que están muy conectadas por su sensibilidad. En cuanto a su vida, creo que lo que más me interesó fue toda su etapa oscura, entre los años setenta y ochenta, con la depresión, y cómo logró salir de aquello», comparte Jorge de Cascante.
La crónica social y literaria que ofrece el libro se refresca con el retrato personal, chispeante, tierno, travieso, apasionado y cómplice que dibuja el antólogo de esta señora niña que encontró (tarde, pero a tiempo) al amor de su vida, un Paul Newman de acento francés y «buen amante en todos los sentidos», Julio Brocard. A Paul Newman lo tuvo en la mesilla de noche casi treinta años, «porque Julio se negaba a hacerse fotos y ella opinaba que era clavadísimo al actor», anota De Cascante en el libro. Julio murió el día del 65.º cumpleaños de Ana María, dejándole una ausencia imponente por compañera, que describe en Paraíso inhabitado.
Emociona su fidelidad a Gorogó, el muñeco que su padre le trajo de un viaje cuando ella tenía 4 años, que conservó hasta el final, y estremece su Diario negro de la depresión, donde anotaba pensamientos de aquel vacío feroz que vivió durante tres años, que fueron veinte sin escribir (ese diario es una de las cajas negras de esta antología). Después del pozo, salió el sol de su obra maestra, Olvidado rey Gudú.
¿Qué no sufrió la Matute? ¿Cómo logró encontrar el fulgor en los desastres de la vida? La infancia truncada por la guerra, la severa rectitud de su madre, su marido el Malo, la depresión, la muerte de su marido Bueno el día de su cumpleaños. ¿Qué la marcó más a ella? «Todas esas experiencias la marcaron profundamente, no tuvo una vida fácil y sin embargo nada la frenó, ella siempre siguió adelante. Es interesante ver cómo su obra, hasta el inicio de su depresión, se centra en el realismo, y después de salir de la depresión pasa a centrarse en la fantasía. Sin duda algo cambió en ella a partir de entonces», señala a Fugas De Cascante.
Hacía copas con cristales rotos y casitas de maderas para gnomos, cocinaba mientras escribía y, según leemos en este libro gordo, «quemó más de una cocina» por estar más a la sartén de las letras que a las patatas. Sus amigas se reían con ella hasta ponerse malas. ¿Por qué deben los adolescentes descubrirla? «Lo mejor que encontrarán en sus libros es una voz que los comprende, que sabe lo solos que pueden estar —continúa el antólogo—. Siempre dura, pero también cercana». Es fácil hacerse amiga infinita de Ana María, la niña a la que nadie mandaba, un paraíso habitado por fabulosas compañías.