El grupo madrileño ofrece el domingo en Portas el único concierto de su gira «Cable a tierra» que dará este año en Galicia
03 jun 2022 . Actualizado a las 11:09 h.Cable a tierra, ese del que con tanta frecuencia se desprenden los artistas ante el primer atisbo de éxito, es mucho más que el título del último disco de Vetusta Morla. Es un concepto en torno al cual se articula un discurso vinculado con el apego a las raíces y a la comunidad. Y ahora también es el apelativo de la gira del grupo de Tres Cantos, que el domingo hará en Portas su única escala en Galicia en el 2022. «Es el montaje más ambicioso que hemos hecho hasta la fecha», expone Juanma Latorre, guitarrista y compositor de la banda. «No solo llevamos una escenografía y unos visuales que apoyan la narrativa del show, sino que además contamos con una orquesta celtibérica, con seis músicos adicionales en escena. Cuatro del grupo palentino de folklore Naan y dos de Aliboria, que le ponen la guinda a nuestras canciones y a ese enfoque que tiene Cable a tierra de búsqueda de la raíz».
—¿Cómo consigue uno tener los pies en la tierra cuando le pasa lo que le está pasando a Vetusta Morla?
—Nosotros es que venimos entrenados de muchos años atrás para tener los pies en el suelo. Antes del 2008 estuvimos diez años paseando por garitos de toda España y haciendo las cosas no porque te diesen un rendimiento económico o de fama, sino porque disfrutabas haciéndolas. Y con eso nos sentíamos recompensados. Y esa sigue siendo nuestra recompensa. Estamos encantados de todo lo que nos está pasando, pero nunca hemos perdido esa idea de que la música para nosotros es un fin en sí mismo y no un medio para lograr otras cosas. No haber perdido ese norte a lo largo de nuestra carrera hace que mantener los pies en el suelo sea fácil. Visto desde hoy, creo que aquella travesía por el desierto para nosotros fue un regalo. En negocios tan agresivos como este, es muy fácil perder la esencia. Y a nosotros aquellos diez años nos tatuaron la esencia a fuego.
—Hace unos días leía una crónica de vuestro concierto en Valencia que empezaba diciendo: «El grupo indie más importante de España...». ¿Sigue teniendo vigencia y sentido esa etiqueta?
—A estas alturas, es una etiqueta ya poco útil. Tanto en su vertiente estilística como en la industrial. En ambos casos, esa dicotomía entre las multinacionales y los grupos independientes ha desaparecido. El panorama y las categorías con las que jugamos hoy son completamente diferentes.
—Volviendo a «Cable a tierra», ¿qué os ha aportado esa conexión con el folklore? No faltará quien piense que es oportunismo, ahora que lo tradicional está de moda.
—Para nada es oportunismo. Este es un interés que venimos cultivando desde hace tiempo. Hay canciones como Maldita dulzura, que es del 2011, o Alto, en las que ya se pone de manifiesto. Es verdad que no siempre tuvo un reflejo en nuestra música y que nunca nos habíamos decidido a explorarlo de una forma tan abierta.
—¿Por qué ahora sí?
—Porque en nuestro momento vital sentíamos como un vacío en un punto muy concreto de nuestra emocionalidad. Un vacío que tenía que ver con el anclaje, con ese cable a tierra, con la pertenencia a una comunidad. Y eso, justamente, lo rellenaba muy bien la música tradicional y de raíz. Fue por eso que sacamos del cajón aquellas investigaciones que habíamos hecho de manera tímida y decidimos ponerlas sobre el tablero de una manera más explícita. Y creo que es algo que no solo nos ha pasado a nosotros. Resulta que nuestra generación tenía un agujerito ahí. Crecimos de espaldas a la música tradicional porque pensábamos que era una cosa trasnochada, incluso manchada políticamente.
—¿Por qué escogisteis a Aliboria?
—Yo ya las tenía en el radar y cuando nos pusimos a buscar alguna formación gallega que explorara el folklore pero con una perspectiva contemporánea, un amigo en común nos las sugirió. Grabamos Finisterre y después cantaron con nosotros en el Son do Camiño y la química fue buenísima, así que decidimos incluirlas en esta gira.
—¿Qué aportan?
—Una energía muy especial y muy conectada con el concepto del disco.
—¿Qué se llevó la tormenta y el tiempo... Y ahora habría que añadir también la pandemia?
—Todavía estamos evaluando los daños. Pero ahora que estamos recuperando los conciertos y los festivales, la verdad es que está costando un poco volver a la sensación del 2019. La guerra en Ucrania y sus efectos económicos no están ayudando nada. Aquella sensación de los felices 20 que pensábamos que íbamos a tener cuando nos abrieran la puerta del corral, está siendo un poco tibia. Hay un puntito de inocencia y de despreocupación que no es que se haya perdido del todo, pero sí que está como un poco herido.
—¿Ahí fuera hay más idiotas que nunca?
—No lo sé, siempre ha habido muchos. Yo creo que la proporción de idiotas es sostenida en el tiempo. Lo que pasa es que ahora se les oye más, tienen más altavoz y hacen más ruido.
—En tres semanas vais al Wanda Metropolitano. ¿Sentís ya el miedo escénico?
—Y tanto. Es un acontecimiento tan abrumador, caray, que hay que encontrar el equilibrio entre darle la importancia increíble que tiene, pero también perderle un poco el respeto, para no ir muy agarrotado. Yo creo que va a ser un día precioso.
—El miércoles estuvieron los Stones y después vosotros.
—Para que veas (se ríe). Esto si me lo dices en el 2008 te diría «pues estás loco». No me lo hubiera creído, de verdad. No me habría entrado en la cabeza.
PORTAS AZUCREIRA DOMINGO 22.00 horas, 38,50 EUROS