Guille Milkyway, de La Casa Azul: «Que me suba la hipoteca afecta a mi vida, por tanto puedo cantar sobre ello»
FUGAS
Hoy arranca en Vilagarcía de Arousa el Atlantic Fest que, además de Fangoria, Izal, Andrés Calamaro y Los Planetas, contará con el directo festivo y contagioso de La Casa Azul
15 jul 2022 . Actualizado a las 05:00 h.Ha pasado mucho tiempo desde que La Casa Azul apareció en la segunda oleada del indie español. La fantasía pop de Guille Milkyway proponía un discurso estético y vital que rompía con las marañas guitarreras de Los Planetas, Dover o Australian Blonde. Eran los tiempos de Cerca de Shibuya, justo cuando empezaba el siglo XXI. Aquel hit arrasó en parte de la escena, pero se rechazó con gran virulencia por la otra. «La crítica salía desde el gusto, que está bien. Pero a veces desde una serie de clichés de estructuras predispuestas que se supone que son las buenas. Si uno no las comparte y no hace gala de ellas, pues aquello no está bien», recuerda el músico. «Era un cúmulo de cosas y fueron muchos años justificándome. Pero yo llegué un momento en el que dije: "Ya está, no tengo que justificarme más". Ahí todo cambió y fue mejor». Mañana cerrará la segunda jornada del Atlantic Fest, que empieza hoy.
—Después llegó «La revolución sexual», que trascendió incluso el propio grupo. ¿Le molesta que haya gente que la baile sin saber de quién es?
—No, para nada, me encanta que la canción esté por encima de todo. Lo mejor es que fue todo sin pensarlo y de manera natural. Hay artistas que llegan a odiar una canción suya si tiene mucho éxito, porque tapa lo otro. A mí con esta canción me ocurre al contrario: ha sido la puerta de muchas cosas. Hace poco en un festival, donde la tocamos, al terminar nos vinieron unos chicos y me dijeron que les había encantado, que habíamos hecho una versión incluso mejor que la original. No sabían que la canción era mía [risas].
—Siempre diseñó sonidos fastuosos desde el estudio, que luego le costaba plasmar en directo. ¿Se arrepentía?
—Siempre tuve claro que mi expresión artística era grabar. Es lo que me ha movido siempre. Se tiende a pensar que es lo mismo, pero son cosas distintas. Es como hacer cine o teatro. Cuando alguien participa en una película está ahí la obra, nadie le pide que la represente. Yo tuve con eso un conflicto muy potente. Pensaba que a ver cómo me las arreglaba para, sin moverme un ápice de lo que hago en el estudio, llevar eso a un escenario. Eso me ha generado mucha frustración. No me lo he pasado bien sobre el escenario durante mucho tiempo. ¡Con lo bien que yo me lo paso en el estudio! Después de 20 años, encontré algo parecido a lo que imaginaba.
—En el Atlantic Fest del 2018 actuó ya con banda. Se le veía pleno y eufórico.
—Totalmente. Ahí empieza algo que tiene que ver con encontrar interés en esa disciplina, que es el directo. Ahora construyo sobre eso. Además, me permite que alguien que pase por allí y vea aquello de golpe diga: «Esto no está mal». Y eso no me lo habría imaginado tiempo atrás. A nivel emocional, no tiene nada que ver. La energía que tenemos en el escenario es tremenda. Es la fuente de mayor felicidad de los últimos años. Lo otro requería entender y entrar en una especie de fantasía. Había que ser fan y cómplice. Ahora ya no. Igual que me ha pasado a mí, disfrutar de un grupo por el que no tengo mucho interés, pues ahora puede pasar conmigo. Antes no, o estabas al 100 % o no había modo de entrar ahí.
—La Casa Azul conecta con la gente joven que escucha a Beret o C. Tangana. ¿Se siente moderno?
—No sé si lo soy o no, pero está claro que eso ha sucedido: tenemos de golpe mucho público joven. Hay algo que es importante para mí y explica muchas cosas. La mayoría de la generación posmillennial crea la música con un portátil en su habitación. Me siento muy identificado. Antes no lo podía compartir porque era raro. Ahora es lo más normal. A lo mejor hay una cosa parecida a nivel de enfoque. Me siento muy identificado con todo ello.
—Su último tema es «No hay futuro». ¿Tiene que ver con la pandemia?
—Tiene que ver con lo que nos viene encima. Es mi palpitar desde hace tiempo. Todo es un desastre. Esto es obvio que va a peor y hay que encontrar el resquicio para expresarnos. Lo veo como padre. Está quedando algo muy complejo.
—A partir de los 40 se encuentra cierto vacío en el pop, porque no se habla de la vida del oyente, sino de la que ha dejado atrás con la juventud. ¿Un disco como «La gran esfera» (2019) planteaba lo contrario?
—Es tal cual. Yo tengo la edad que tengo [48 años]. Eso es un hecho, no una elección. Nos hacemos trampas. El pop está muy asociado a lo juvenil. Es fácil madurar desde el estilo, pero mantenerte fiel al estilo y que este siga siendo veraz con tu vida no es tan habitual. Yo tuve ese conflicto cuando empecé a hablar de forma explícita de mis cosas. Si puedo hablar de cómo me has mirado el primer día, tengo que poder hablar de mi hija y de un momento de crisis con tu pareja. Llega un momento en el que que me suba la hipoteca afecta a mi vida tanto como cuando a los 15 estaba tomando una cerveza y conocía a una chica. Por tanto, puedo cantar sobre ello. Hay que hablar con la misma naturalidad de una cosa que de la otra. Y lo mismo de la vida política y social. Porque eso tiene impacto en tu vida.