El acusado del crimen de Cabanas, culpable de asesinato y agresión sexual

Hablamos con Pedro Mañas y David Sierra, los «padres» de una bruja buena de pelo azul que hoy vuela ya por los 500.000 ejemplares y que ha traído cola en su visita a Galicia
25 ago 2022 . Actualizado a las 18:40 h.Con una bruja buena, que a una le parece una mezcla de Pippi Calzaslargas y Elísabet Benavent, el tándem que forman Pedro Mañas (Madrid, 1981) y David Sierra Listón (Madrid, 1987), dos magos superventas, ha hechizado a los pequeños lectores, grandes en su exigencia y su entusiasmo. Su acogida en Galicia este agosto ha traído cola, colas. Se ha visto en la Feria del Libro de A Coruña, un evento que completaron con unos días de vacaciones en las Rías Baixas, donde les pillamos tras un paseo a pie de Combarro a Pontevedra. «Siempre que hemos venido a Galicia, ha habido buena respuesta. La gente aquí es paciente y entusiasta», valora Pedro Mañas, que empezó Medicina y acabó escribiendo historias para, entre otros niños, el niño que él fue. Toda historia tiene su magia y carreteras secundarias. Los padres de Anna Kadabra y Marcus Focus tienen su propia peripecia de novela, o de novela gráfica. Pedro hizo mil cosas antes de entregarse a su don para contar historias. David pintaba de betún las paredes de su casa y de dibujos su pupitre en el cole, dando curro al personal de limpieza.
«Yo era un chico sin vocación que empezó Medicina —cuenta el autor de los textos de Anna Kadabra—. Cuando voy a los coles, me gusta novelar mi vida y darle un poco de sentido. Yo era buen estudiante, pero no quería dedicarme a nada ni dejar de jugar. Elegí Medicina porque a todo el mundo a mi alrededor le parecía estupendo. Lo dejé y comencé un periplo. Me matriculé en Periodismo, hice Filología Inglesa, me volqué en el teatro, y así andaba perdido...». Entre medias, le dio por participar en un concurso de literatura para niños sin mayor intención más que la de divertirse. Y ganó. «Pensé que era una casualidad cósmica, pero gané algunos más y pensé: 'A ver si esto a lo que llegué por casualidad es lo que quiero hacer», comparte Pedro, premio El Barco de Vapor de la editorial SM y premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil.
—¿Entonces, escribes para seguir siendo un niño?
Pedro Mañas. ¿Qué mejor que dedicarme a contar historias para niños, ya que no puedo quedarme siendo niño? Hay algo ahí de adulto estropeado. Yo no sirvo para ser adulto en muchos sentidos.
—Es un oficio mantener la ilusión. ¿Cómo surgió el tándem, y la pócima del éxito?
Pedro Mañas. David y yo habíamos trabajado juntos en el álbum Señor Aburrimiento y en Cuentos criminales, de la editorial Libre Albedrío, que fue la que nos dio la oportunidad de trabajar juntos por primera vez. Y llegó Anna. ¡Anna Kadabra empezó en un momento horrible!
—¿Ya había estallado la pandemia?
David Sierra. Sí. A las dos semanas del lanzamiento, nos confinaron a todos. Pero eso jugó a nuestro favor, porque Pedro grabó unos vídeos sobre el libro que animaron a los niños a hacer manualidades. Para muchos fue, según nos han dicho, el libro de la pandemia.
—¿Escribir un cuento ya no es lo que era? No es solo el cuento, es un mundo de personas, de redes y de oficios...
P. M. El ilustrador, el escritor y, en general, todos los del gremio pasamos mucho tiempo en casa, pero el autor actual entra en esa dinámica de encuentro con el lector, con talleres en los colegios y en bibliotecas y el estar en redes. Sí, este perfil ha cambiado bastante en los últimos años.
—¿Lo mejor que os dan los lectores?
P. M. Lo mejor es eso, entrar en contacto directo con esas personas que leen tus historias. Porque así se convierten en algo vivo, en emoción palpable. Ves quiénes son tus lectores, qué es lo que buscan. Ahora tenemos ese feedback; esa retroalimentación en ferias y librerías es lo mejor, vivir esa emoción en directo.
—¿Os dan ideas los niños?
P. M. Nos dan ideas, ¡nos mandan audios con argumentos para libros nuevos!
—¿Aventuras para Anna Kadabra?
P. M. Lo más común que nos dicen es: «¿Me podéis incluir a mí en la historia?».
—Todo lector apasionado fantasea con ser carne de novela...
P. M. También nos dan argumentos muy graciosos, ideas para personajes o la de recuperar un personaje de un libro anterior.
D. S. Podemos hacer más o menos caso, pero siempre le tomamos el pulso a lo que quieren.
—¿Cómo nació Anna Kadabra?
P. M. A propuesta de la editorial Planeta. La editora Anna Casals me vio en la Feria del Libro de Madrid. Me dijo que le había gustado el modo en que me comunicaba con los niños que venían a verme... Me propuso que le propusiera algo. Barajando varias ideas, nos decidimos por la magia, una magia de andar por casa, con una protagonista femenina...
—A las princesas Pedro les dio el poder de un dragón. ¿Por qué?
P. M. La colección Princesas Dragón, que hago con la ilustradora Luján Fernández, surgió también a propuesta de una editora, que tiene tres hijos, dos son niñas. Una de ellas es de esas niñas a las que desde pequeña les encanta el rosa, los mundos de las princesas, pero tiene otra niña que es lo contrario. Con gustos como lo que tradicionalmente se ve «de chicos»: fútbol, superhéroes... Mi editora me dijo: «No quiero que se pierdan las princesas. A una de mis hijas le encantan, la otra las odia, y a mi hijo nunca le han interesado. ¿Crees que puedes hacer un libro sobre princesas que les guste a los tres?». El reto era traer a las princesas a un terreno accesible, igualitario, aventurero, que las princesas molen tanto como piratas o astronautas. Quisimos sacarlas de los roles de género, de estar esperando al príncipe.
—¿Las leen los niños, los varones?
P. M. Siendo sincero, los chicos las siguen en menor proporción. No soy yo un experto en religión, pero ¿sabes esa frase que dice que hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por cien justos? Sentimos esa alegría con cada chico que sigue a Anna Kadabra y a las Princesas Dragón. Eso implica que sus padres no tienen ese prejuicio de «esto es para chicas». Así se van rompiendo barreras. Lo vemos poquito a poco.
—¿Cómo influyen los padres?
P. M. La mochila que se trae de casa es la que más pesa. David y yo hemos sido testigos de que a menudo son los padres los que previenen que un niño se acerque a un libro de princesas, de hadas o de sirenas con la excusa de «esto es para niñas».
—Parece que cuesta más socialmente encajar un niño que lee libros de princesas que una niña que sigue a Batman.
P. M. Claro, es cierto, está en la sociedad patriarcal que vivimos, en la que se valora mucho la masculinidad.
D. S. Hay un prejuicio contra la feminidad. Y si es un rasgo en un hombre, se ridiculiza más. Es un estigma y queremos acabar con él. Sería maravilloso que los hombres pudieran expresar su ternura.
—¿Qué os inspira? ¿La estancia en Galicia podría ser material para un libro?
D. S. Sí. A mí me inspira la naturaleza, y mejor ejemplo que donde estamos [nos atienden en Combarro]...
P. M. Combarro es un lugar mágico. Yo, aparte de la experiencia cotidiana, me inspiro también en el niño que fui, en los cómics y las películas que vi. De repente, algo te hace recordar Los Goonies, La bruja novata o La historia interminable, y ahí está la semilla de donde sale una historia. Anna Kadabra es un tributo a mi pasado, a esas lecturas y películas juveniles. Tiene un aire vintage, creo...
—¿Cómo os complementáis trabajando?
D. S. En los primeros libros, era Pedro el que escribía el texto y luego me pasaban la maqueta para que lo ilustrase. Pero en los libros más recientes, tenemos reuniones en las que los dos hablamos de cómo queremos que sea el argumento.
P. M. Yo no intervengo con mi mano en las imágenes, pero David tiene la generosidad de dejarme opinar, y le digo: «Esto me gustaría así»... Es decir, cada vez están más imbricadas las tareas. El personaje de Anna Kadabra surgió antes de que estuviera terminado el texto.

—¿Para quién escribe Pedro?
P. M. Es una pregunta que uno se hace mucho a lo largo de su carrera y cada vez se la responde de una manera distinta. Ante todo, creo que escribo para rendir cuentas con el niño que fui.
—¿Renegáis de «Los Cinco»?
P. M. ¡Yo soy hijo de Los Cinco también!
D. S. Hay que leer a los clásicos con ojos críticos, entendiendo el contexto.
P. M. En una lectura actual, Los Cinco son machistas, racistas...
—Pero su recuerdo lo disfrutamos como niños, con su cerveza de jengibre...
P. M. Con sus meriendas pantagruélicas de cosas rarísimas. ¡Enid Blyton debía disfrutar mucho escribiendo los banquetes!
—¿Cómo leen los niños?
P. M. Me admira esa capacidad que tienen de sumergirse, de pensar que una mascota mágica te elige como brujo. Su entusiasmo y su compromiso son emocionantes. Lo vimos en la Feria del Libro de A Coruña: los niños son capaces de leerse medio volumen en la cola de pie. A esas edades (de 7 a 9), caminan de puntillas en la frontera entre realidad y ficción. Saben que tú eres el autor, «pero Anna Kadabra existe, ¿no?». Eso es magia. En esas edades en que ya sabes que los monstruos no existen, puedes canalizar esa fantasía perdida del mundo real con el arte. Saber que queda esa vía de las películas y los libros para soñar es un consuelo.

—¿Meigas habelas haylas?
D. S. Las meigas claro que existen. Nosotros hemos creado una...
—O ella os creó a vosotros...
P. M. Yo a los niños les digo: «A Anna Kadabra yo la escribo, pero igual ella me maneja para que escriba sus historias».
—¿El niño debe elegir el libro o mejor que elijan los padres por él?
D. S. Si un niño se encapricha con un libro, decirle que no es limitar su libertad de elección y de expresión. Un niño debería poder decidir qué lee.
—A Pedro le sorprendió la vocación de casualidad, ¿y a David?
D. S. Yo dibujaba desde muy pequeñito. Tenía los libros de texto sin un solo hueco sin dibujo. La gente que limpiaba la clase se odiaba porque llenaba mi pupitre de dibujos, ¡y las paredes de mi casa las pinté una vez con betún! Y después he tenido la suerte de no tener que trabajar nunca de otra cosa.
—La literatura infantil es un género dorado, ¿pervive la visión de «hermana pequeña» de la literatura para adultos?
P. M. Su volumen de mercado es grande. La literatura infantil y juvenil suele ser considerada «la hermana pequeña», pero tiene algo que nos favorece; en este mundo no hay grandes egos, es un mundo lleno de compañerismo. Si estuviéramos aupados por la crítica, la lucha de egos sería tremenda. Estamos bien así, cómodos como secundarios.