«Hoy todas las niñas quieren ser malas, hasta las buenas», asegura la artista, que el domingo se subirá en Boimorto al escenario del Festival de la Luz
26 ago 2022 . Actualizado a las 09:12 h.Cuenta Mala Rodríguez (Jerez de la Frontera, 1979) que hacía tiempo que Luz Casal la había invitado para que acudiese a su festival, pero que no había podido ser «hasta este año en el que todo, por fin, ha cuadrado bien». La oportunidad e idoneidad de la invitación es incuestionable en un festival que tiene el eclecticismo y la solidaridad como bandera. Mala Rodríguez es un referente esencial en la música urbana española desde que en el 2000 publicó aquel aún hoy imprescindible Lujo ibérico. Pero Mala es mucho más que un referente musical. Lo es también del empoderamiento femenino, de la batalla por la superación, de la abolición de prejuicios, del crecimiento personal y, no hay por qué negarlo, se ha convertido en un relevante referente estético.
Mala Rodríguez debutará en el Festival de la Luz el domingo (18.50 horas), en una jornada en la que también pasarán por el escenario del recinto de Boimorto Ilegales, Heredeiros da Crus, Bala, Yoli Saa y The Rapants.
El Festival de la Luz recupera su formato tradicional, con dos escenarios, espacio gastro, mercado y zona infantil. En la vertiente musical, el festival arranca hoy, viernes, con la presencia, entre otros, de The Killer Barbies, Rock con Ñ, Kumbia Queers, Desvariados y Fon Román. La jornada del sábado contará con las actuaciones de Delaporte, Burning, Depedro, Los Estanques, Sexy Zebras, Lole Montoya con Juan Carmona y Tino di Geraldo, Polock, Grande Amore, A Banda de Balbina y Biribirlocke. La entidad que este año se beneficiará del aporte solidario del Festival de la Luz es Fagal, la federación de asociaciones gallegas de familiares de enfermos de Alzhéimer y otras demencias.
Retomamos la conversación con Mala Rodríguez en el punto en el que la artista jerezana valora el papel de Luz Casal en la reciente historia musical española, a pesar de que ambas pertenecen a ámbitos, en teoría, muy distantes. «El estilo me da igual», asevera Mala. «Luz trasciende cualquier género musical. Cuando escucho música lo que me importa es la emoción. Y las veces que la he visto en directo me he emocionado mucho y me ha quedado clarísimo que es una enorme artista», afirma.
—¿Cómo será el concierto que darás en el Festival de la Luz?
—Va a ser una locura. Vamos a bailar, vamos a cantar, vamos a lanzar mensajes... Vamos a vibrar muy alto.
—¿Qué mensajes quieres trasladar?
—A mí me gusta que las niñas y los niños crezcan libres. Que sientan que son capaces de todo. Intento transmitirles mi fuerza y mucho amor. Todo eso está en mis canciones y creo que es la esencia que dejo cuando actúo.
—No hace mucho escribías en tus redes: «Yo canto a la libertad porque nunca ha sido mía».
—Eso es de una canción de flamenco muy vieja y creo que da en el clavo. Siento que aquí, en la Tierra, nadie es libre. Puede ser por el conjunto de creencias con las que crecemos o porque el destino te lleva a un lugar completamente distinto de aquel al que tu querías ir. Por ese anhelo es por lo que una canta como un pájaro. La libertad es algo muy grande.
—¿Te sientes más libre ahora que estás en la cúspide y, en teoría, puedes hacer lo que te da la gana o lo eras más cuando empezabas y, a priori, también podías hacer lo que te viniera en gana porque no tenía repercusión?
—No, no me siento más libre ahora. Qué va. Ahora me siento más consciente, que es mucho mejor.
—También escribiste hace unos días: «Es un mundo raro». ¿A qué te referías?
—Es un mundo raro es una de las canciones que van en el álbum que voy a presentar a final de año o principios del siguiente. Es superbonita. Es mi favorita y quería compartirlo.
Porque es que de verdad que vivimos en un mundo muy raro. Normal, desde luego, no es.
—¿Qué más nos puedes adelantar de ese disco? ¿Qué nos vamos a encontrar?
—Es un disco bastante potente, con una línea muy clara y unas letras bien profundas. No puedo adelantar mucho más.
—La semana pasada Wöyza me decía en estas mismas páginas que estaba harta de que la llamasen rapera. ¿A ti te molesta ese término?
—Los términos me dan igual. Rapera, payasa, actriz, productora, empresaria autónoma, artista... Pero el rap está siempre ahí presente. Yo me considero rapera. No me considero una gran cantante, pero sí una gran artista.
—Va otra sentencia que has dejado en tus redes: «Vivimos la nostalgia de la vida». ¿Es Mala Rodríguez nostálgica?
—Digamos que a veces me entra un espíritu como muy gallego (se ríe).
—¿Eso es bueno o es malo?
—Es bueno, es bueno, por supuesto que sí. Esa melancolía, esa morriña..., que es como tan bonita. Uno la goza, pero tampoco te puedes quedar ahí todo el rato. Hay que despertar. Pero sí, digamos que hay una Mala gallega...
—Y otra más: «Como un clavel, soy frágil también». Cuesta imaginarlo, ¿eres vulnerable?
—Sí, claro que sí. Cualquiera que no admita su vulnerabilidad no está siendo realmente fuerte.
—Estamos viendo cómo mucha gente joven está sufriendo graves problemas de ansiedad y de salud mental. Tú reconoces en tu libro «Cómo ser mala» que en su momento también los padeciste…. ¿Qué le dices a quien esté pasando por ese trance?
—Primero, que no es un problema que afecte solo a los jóvenes. Hay muchísima gente mayor que ha convivido y que convive con problemas de salud mental. Pero muchísima. La diferencia es que los jóvenes ahora lo visibilizan y lo hablan. Lo cual es buenísimo. Los chavales de ahora tienen muchísima presión encima de ellos. La que le generan sus expectativas, la de sus familias, los modelos que les impone publicidad, las redes sociales... Y en las mujeres, aún más. Pero los chicos jóvenes hoy son muy conscientes de lo que les está pasando. Para bien y para mal.
—Ya que hablas de las redes, tenemos numerosos casos de artistas que las han abandonado porque no son capaces de aguantar la presión. ¿Cómo gestionas tú el asunto de los «haters»?
—Bueno, es que yo ya tengo 40 años. No es lo mismo que si te pilla de jovencita. Yo he ido a terapias, he leído mucho sobre el tema, me he informado de cómo sobreponerme a esa presión. Si tienes los recursos y herramientas, puedes llegar a entender que hay mucha gente anónima, muy triste, que está muy sola, y que lo que busca es hacer daño a los demás. A esa gente, cero importancia.
—He escrito Mala Rodríguez en el buscador de noticias de Google y lo que me aparece es: «Mala enciende las redes con su posado en la bañera», «Mala presume de figura», «Mala impacta con su atrevido baile», «Mala eleva la temperatura con su minivestido»...
—[Se ríe] ¡Uy, sí! Pero es que yo paso. Hace tiempo que no leo las críticas ni los comentarios. Lo que más se comenta es siempre lo más superficial. Porque también es lo más fácil. Es más complicado analizar e ir a lo profundo. Pero, bueno, los tesoros están siempre en el fondo, ¿no?
—De todas formas, mira que te gusta a ti una piscina...
—Mucho. Más que a un tonto un lápiz. Yo es que si veo una piscina, allá que me tiro en plancha.
—Retomando el título de aquella mítica canción tuya, «¿Quién manda aquí?», ¿el algoritmo de Spotify?
—Sí, supongo. Pero eso tiene mucho que ver con nosotros, los seres humanos. El algoritmo es un reflejo de cómo somos. Te va a dar siempre más de lo mismo. Es como esa gente que se pasa el día quejándose. Al final, la vida te va a dar motivos para que te sigas quejando.
—¿Y a ti, qué tal te trata el algoritmo?
—A mí me trata bien. Yo también entiendo su lenguaje. El algoritmo es como un río. Te puedes dejar llevar por la corriente o desviarte por algún afluente. Siempre hay afluentes.
—¿Cómo de mala es hoy La Mala?
—Supermala. Peor que nunca. Pero es que hoy día hay que ser muy mala. Ya te digo, ¡más que nunca! Y, claro, ahora que ya tú sabes tus cosas, pues las usas. Y disfruto. Cuando yo empecé, no sabía que lo de ser mala iba a ser entendido años después. Pero ¿hoy día? Qué orgullo, por favor. Qué orgullo haber manifestado tan temprano que yo no pertenezco a este rebaño. Hoy todas las niñas quieren ser malas. Hasta las buenas.