Son las cinco, ha muerto Javier Marías, el cuerpo de la reina de Inglaterra sigue dando vueltas por Gran Bretaña, embalsamado, supongo, las banderas ondean a media asta más allá de la Commonwealth, llueve sin demasiadas ganas, en Cronopios un peregrino entra y pide Todas las almas, del chubasquero amarillo resbalan unas gotas de agua grandes como lágrimas, es lunes y es septiembre, el mes en el que todo empieza de nuevo excepto cuando se acaba, porque todo se acaba y la posteridad es una entelequia que le importa muy poco a los vivos, que escriben artículos sin saber que será el último. Compro el periódico para leerlo, ese opúsculo definitivo, y casi me alegro de que el autor de Mañana en la batalla piensa en mí hable del difícil arte de la traducción y no de las cacas de los perros. Sería terrible, unas postreras palabras hablando de vecinos ruidosos o de la inconveniencia de los excrementos callejeros, ¿no crees?
Lo malo de las últimas veces es que casi nunca sabemos que lo son, para las primeras vamos vírgenes, pero preparados. A las últimas llegamos sin enterarnos. Ni siquiera Isabel II pensaría el otro día que recibía en Balmoral a su definitiva primera ministra, nada más breve que un presidente inglés, mucho más efímeros que los linajes monárquicos y que la memoria de los escritores que a veces se enredan en nuestro imaginario como las frases larguísimas de Marías se enredaban en mi cabeza. Una vez metida en aquel bosque de palabras encadenadas ya no podía salir, atrapada en las lianas de su estilo elegante y envolvente y por veces enardecido y no sé por qué hablo en pasado si los escritores nunca mueren, excepto cuando ya nadie los lee. Quién sabe qué les deparará el futuro a los nombres que ahora ocupan todos los espacios, dorados y omnipresentes y escritos en piedras que todo el mundo reconoce y quién sabe cuál será el siguiente novelista que nos conquistará con un título robado a una frase de Shakespeare, que dejó miguitas para que una humanidad entera siguiera su rastro, ávidos como estamos de buscarnos en los espejos hasta que encontremos uno que nos dé el reflejo de un ser inmortal.