Laura Ferrero, autora de «Los astronautas»: «A los 50 no puedes justificar que tu matrimonio vaya mal porque en tu infancia cual»
FUGAS
Cree la escritora catalana que las responsabilidades de los padres caducan, que la infancia no es inmovilista, que se pueden coger las riendas y salir de ahí. En su última novela, una foto arroja luz sobre su familia con 35 años de retraso
02 may 2023 . Actualizado a las 15:10 h.«No sé si volvería a escribir este libro». Laura Ferrero (Barcelona, 1984) responde con un ejercicio de brutal honestidad a las dudas formuladas por quien, incapaz de disimular la famélica intención de llegar al hueso, al drama, trata de desnudar su relato del artificio de la ficción. Saber si la niña de 11 años arrinconada por un hombre en el rellano de una escalera es ella, si es una persona aterrorizada por lo repentino y una hija no vista es un intríngulis inherente al lector de Los astronautas (Alfaguara), quinto libro ya de la autora catalana. El texto pone a funcionar las cabezas, las enfrenta a sus propios fantasmas. ¿Es esto una novela? Ferrero dice: «Una constelación, como un artefacto, en el sentido de que forman parte de ella muchos cuerpos y cada uno de ellos es algo distinto». Como punto de partida, una fotografía que la protagonista encuentra de casualidad, la excusa perfecta para, con 35 años de retraso, empezar a preguntar.
—¿Qué fue lo más difícil?
—Yo nunca había visto una foto de mis padres juntos, y darme cuenta de que yo tenía una familia y de que no la recordaba junta, me puso en otro lugar de la vida. Darme cuenta de que el relato que yo me había estado contando omitía muchas verdades fue difícil y, también, que mis padres no quisieran formar parte, que yo les hiciera entrevistas para que me contaran qué había sucedido y que realmente no obtuviera mucha información de ellos fue complicado, esa resistencia.
—Lo aparcó una temporada.
—Lo aparqué. Cuando empecé a hacer las entrevistas a mi familia y ver que las conversaciones eran completamente contradictorias, lo paré. Empecé a escribir un libro de relatos, pero la novela me iba mirando como desde desde el cajón, como diciendo, «Laura hay algo que tienes que hacer». Dos años después, volví y me metí de lleno de nuevo en Los astronautas. Lo que ocurrió fue que en ese proceso se puso enferma mi madre, pero algo que parece negativo, que se haya alargado tanto en el tiempo, digo, me permitió de alguna manera haber atravesado mejor el proceso, que mis emociones con respecto a la historia cambiasen. Un libro así hay que escribirlo de manera reposada, sin prisas.
—La enfermedad de su madre habrá cambiado además la percepción que tenía de ella.
—Bueno, claro. La enfermedad es una situación límite que te hace ver una parte de las personas que normalmente no ves. Hay una pregunta en el libro, dónde estaba tu madre, que resolví cuando ella se puso enferma. De alguna manera, la enfermedad me ayudó a ver el lugar donde ha estado siempre mi madre. No es que haya que romantizar la enfermedad ni darle ningún sentido, pero simplemente a mí me dio otro lugar desde el que ver cuál había sido la narrativa de mi madre con la vida en general.
—¿Llegó a entender dónde estaba su madre, de qué manera estaba?
—He comprendido los vacíos. Siguen estando ahí, pero para mí es importante haberlos visto y haber entendido que probablemente nunca vaya a rellenarlos, que igual nunca voy a comprender las cosas que han pasado, pero que ahí están.
—¿Su familia lo ha leído?
—Mi madre lo ha leído y le ha parecido bien; yo tenía mucho miedo, de hecho le pasé el manuscrito antes de publicarlo para que me dijera si había alguna cosa que que ella quisiera quitar, y me dijo que no, que le daba pena que lo hubiera tenido que escribir, pero que lo entendía, que entendía esa necesidad y que entendía que yo lo necesitaba para tirar adelante, y me parece la mejor respuesta que podía darme. Mi padre no lo ha leído, porque me dijo que no quería leerlo hasta que saliera y que no me preocupara, que estaba bien. Pero, de momento, no ha leído ni una página.
—«De determinadas situaciones, no solo de misiones espaciales, tampoco se vuelve».
—El recurso de los astronautas me sirvió para hablar de mis padres de otra manera. La realidad a veces no sirve para contar la realidad, hay que dar rodeos e irse un poco más allá, buscar un artilugio, un constructo literario. Y con este conseguí hablar del aislamiento, la soledad, de gente que no volvía del todo, Hay una escena en el libro en la que la narradora cuenta que de niña dibujó a su padre como un astronauta, colocándolo en el lugar más lejano que pudiera estar, pero un lugar que no se cuestionara. Porque si tú dices que tu padre no está presente en tu vida, eso es algo malo, pero si dices que es un astronauta y que está en Houston haciendo una misión, nadie te va a señalar, al contrario, van a decir: «Qué suerte tiene esta niña, mira su padre dónde está». De alguna manera esa anécdota inaugura el constructo de las historias que nos contamos a nosotros para sobrevivir; al final, lo que queremos es controlar nuestro relato. Y siempre me han interesado mucho esos hombres que volvían como tristes del espacio, como si una parte de ellos se hubiese quedado allí. Me pareció algo extrapolable a las relaciones humanas: siempre hay una parte que se queda fuera de lo que podemos comunicar.
—«Siempre se ha dicho que el ser humano es un incansable buscador de sentido, pero suele pasarse por alto que solo va en busca del sentido que encaja en su relato». ¿Ha ido usted en busca del sentido que le encajaba en la historia de tu vida?
—He intentado que no fuera así, porque si estaba tratando de contar la verdad sobre los demás lo mínimo que tenía que hacer era contar mi verdad. Las cosas que me cuentan a mí las escogí porque eran la historia de aquella niña que se quedó atrapada entre aquellas dos familias.Yo pedía... no sé si verdad, pero no mentiras, entonces aquí lo que no hay son mentiras.
—¿Qué le ha dado escribir esta historia, qué ha sacado de aquí?
—Me ha resultado muy liberador y transformador, porque al final yo no tenía un relato completo de mi vida. El hecho de atravesarlo, de escribirlo, me ha parecido que me daba otro punto de partida. Muchas veces las novelas son puntos de llegada, yo creo que esta novela es un punto de partida. Yo no tenía un relato y me dije a mí misma que quizás esta novela me lo podía construir.
—Va intercalando también, sin entrar al detalle, algunos sucesos traumáticos.
—Los tentáculos de determinados sucesos que ocurren en la infancia nos agarran cuando somos adultos, nada de lo que ocurre cuando somos niños es gratuito. ¿A qué responden determinadas facturas? No lo sabemos. Es que la mayor parte de nuestra vida sucede en la oscuridad, no podemos llegar a saber las causas, los orígenes de todo. Si pudiésemos, todo sería mucho más fácil. Lo que sabemos son las consecuencias, y tienen que venir de algún lugar porque las cosas no ocurren porque sí, o no siempre. Este es un libro que sirve para hablar, para encontrar estas rendijas en la vida de los demás.
—Y, sin embargo, escribe: «Me resulta ridículo, casi infantil, ampararse en los padres para justificar lo que no funciona de una vida».
—Claro. Es que ¿cuántas veces hemos escuchado a gente de mediana edad diciendo «yo soy así porque mi padre era asá»? Yo creo que las responsabilidades de los padres caducan, que tú puedes tener una tendencia a lo que sea, porque tu padre ha sido una persona ausente o tu madre te haya hecho tal cosa o la otra, pero que está en tus manos detectar esas carencias o eso que te sucede y decir que quieres salir de ahí. La infancia no es inmovilista, uno no se queda encerrado ahí para siempre. Uno puede tener una infancia infeliz, claro que sí, pero cuando se hace adulto tiene herramientas para lidiar con ello. No puede ser que con 50 años vayas justificando que tus matrimonios te vayan mal porque tu familia cual. Eso me parece no asumir que la responsabilidad es nuestra. Cuando eres niño la responsabilidad no es tuya. Los problemas de los niños vienen de su casa, no de que ellos sean raros de por sí.
—Pero los problemas del niño conforman al adulto.
—Creo que a veces nos falta autocrítica. Es más fácil decir «es que mi padre fue así» que «no, es que igual yo vengo de un mal lugar y además me he quedado allí, porque no he hecho el esfuerzo de querer salir». Ojalá todos tuviésemos una infancia feliz, procediésemos de un lugar seguro, pero no es así. Me parece muy cobarde, como justificar nuestros actos a partir de los actos de otros. He visto a mucha gente anclada en eso.
—En un momento dado, la madre de esta historia vuelve a ver a una antigua compañera de trabajo a la que hacía mucho tiempo que no veía. La imagen que tenía en la cabeza de ella era completamente diferente a la de la persona con la que se encuentra, y dice que «a veces hay cosas que es mejor no resucitar», que habría preferido recordarla de otra manera. ¿Cómo ha cambiado esta historia su recuerdo? ¿Cómo ha modificado el pasado poner la lupa sobre él, escarbar ahí?
—Le puse luz. Yo tenía un recuerdo, creo, bastante inexacto. La verdad no existe, pero sí la mentira, vuelvo a lo mismo. Entonces lo que he intentado es obviar todas esas partes que eran falsas y quedarme con las que pueden constituir un relato. A mí me ha cambiado la visión de mi pasado, pero en positivo.
—¿No hubo nada que hubiese preferido recordar de otra manera?
—No, porque yo siempre había sentido que me faltaba darle una vuelta a todo ese constructo.
—Entonces no cree que recordemos nuestra vida mucho mejor de lo que fue.
—Igual a veces necesitamos hacerlo así con determinados eventos, pero yo no tenía muchos recuerdos. Escribir Los astronautas ha sido como darme un relato, un relato que se acerca más a lo que viví. Sí creo que hay gente que tiene esa tendencia a contarse una vida mucho mejor que la que fue, pero también hay quien que se cuenta las cosas mucho peor de lo que fueron.
—¿Ha roto este relato algo que no estuviese roto antes?
—No. Y al no romper nada también me he dado cuenta de que las cosas no estaban rotas.