Anna Pazos, autora de «Matar el nervio»: «Me creí esas patrañas de salir de la zona de confort»

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La suya es la crónica vital de una década, la de los veinte, que Pazos extinguió, pasaporte en mano, tratando de huir de la mediocridad
28 jul 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Esperaba diagnóstico Anna Pazos (Barcelona, 1991) a un insoportable dolor de muelas cuando el dentista dejó de hurgar en sus encías, la miró y, poniendo cara de circunstancia, le dijo: «Hay que matar el nervio». La expresión le pareció perfecta para abarcar el compendio de reflexiones que había comenzado a «vomitar» en un documento sin título, una tras otra, recién instalada en Barcelona tras una larguísima temporada fuera. El cuerpo le pedía recapitular, poner en orden —que no ordenar— toda una década de su vida, la de los veinte, agitada y nómada. Como la sentencia de su odontólogo, los apuntes autobiográficos resultantes, publicados hace unos meses por Random House, hablan de acabar con el impulso —resorte de su culo inquieto—, de extinguir el desasosiego, de enfriar el entusiasmo. Primero fue un Erasmus en Tesalónica, después una larga estancia en Jerusalén y, finalmente, una etapa en Nueva York. Volvió «para siempre» a España el día que todo el país se encerraba en casa para plantarle cara a un virus entonces mortal.

—Regresó por la pandemia.
—Estaba en Estados Unidos y compré un vuelo para el día siguiente, me dije: ni de broma me quedo aquí. Pero pensé que serían un par de semanas. De hecho, me traje una maleta pequeña, con cuatro cosas, y ya nunca más volví a ir, ya me quedé. Al llegar a Barcelona me di cuenta, aunque la ciudad en ese momento era distópica, de que ya estaba. Pensé, ya está, ya he llegado. Tuve una sensación muy gratificante de hogar y fue a partir de esta sensación que fui capaz de ponerme a escribir.
—Quizá es que durante todos esos años buscaba un lugar donde sentirse en casa.
—Yo pensaba que no, pero en realidad sí. Me había llegado a creer alguna de esas patrañas de salir de la zona de confort. Y de hecho lo que buscaba incansable era la intensidad, la impredecibilidad, lo que sea el contrario de la rutina, pero luego llegó un punto en el que me di cuenta de que en realidad quizá lo único que quería era estar tranquila en algún lugar, fuese cual fuese, sin tener esta sensación de dislocación que tenía en la veintena.
—Usted es periodista. ¿Ese impulso de salir al mundo tiene que ver con esto?
—Sí… Es como que no sabes qué fue antes, el huevo o la gallina, por qué eliges una profesión… Supongo que elegí esta por esa promesa de saciar la curiosidad y esa especie de hambre abstracta de gloria que se tiene cuando uno es muy joven.
—¿Se sentó a escribir estos textos con la idea de publicarlos?
—Cuando volví empecé a pensar en los últimos años de mi vida en etapas y en temas que había ahí que quería explorar, pero no tenía ninguna prisa. Y entonces me quedé embarazada. Ahí se despertó una alarma en mí, sentía que tenía que escribirlo ya, que luego no sé si querría hacerlo. Quería cerrar una etapa. De repente, me vi con un deadline biológico muy rígido.
—¿Tanta diferencia hay entre los veinte y los treinta?
—Se ha difuminado mucho la frontera, los 30 son unos 20 alargados, incluso los 40, y los 20 son el final de la adolescencia. Pero yo noté una diferencia superclara, no tanto en lo que respecta a la estabilidad o al nivel socioeconómico, sino en mi interior. Sentí que se cerraba algo y empezaba otra cosa. Por ejemplo, de repente quería ser madre. Lo tenía claro. Todas las cosas que me iba a perder por ser madre ya me daba igual perderlas.
—Cierra con un capítulo sobre su familia.
—Quería que el último capítulo fuera dedicado a mi vida antes de todo lo que se cuenta en el libro. En parte porque era una especie de homenaje a los relatos biográficos de Thomas Bernhard, que acaban con el capítulo de su abuelo, y también porque tenía sentido para mí llegar al final y volver al principio. Tener poco tiempo me obligó, además, a elegir de forma subconsciente lo que iba a escribir, no tuve tiempo de pararme, fue más de entrañas, visceral. Y me interesaba entender esa parte, la familiar.
—¿Los lugares son distintos cuando volvemos a ellos por segunda vez?
—Bueno, tú eres distinto, ¿no? Y entonces tu percepción del lugar cambia. A mí me pasó con Tesalónica. Fui de Erasmus cuando tenía 22 años y luego al volver cinco o años más tarde fue un shock. Te obliga a revisar cosas, experimenta el lugar de manera muy distinta.
—¿Está escribiendo algo ahora?
—No, me he quedado totalmente vacía. Dentro de diez años escribiré el de la década de los treinta [ríe]. Será más intenso, porque resultó que quedarse en Barcelona no significaba rutina ni que todo fuese más apacible. La intensidad encuentra sus maneras de aparecer allá donde estés, pueden pasar cosas, aunque no nos movamos del sitio.