Madonna, la reina inmortal del pop

FUGAS

FELIPE TRUEBA | EFE

Una infección bacteriana la obligó a aplazar su gira poco antes de cumplir 65 años, una edad en la que muchos artistas optan por la retirada. Nada más lejos de sus intenciones

25 ago 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Decía el músico Igor Paskual, en un especial sobre el disco Like a Prayer (1989) del programa Sofá Sonoro, que a Madonna siempre se la vio en negativo como esa mujer que se acercaba a la gente interesante para poder brillar ella. Sin embargo, matizaba el músico, a David Bowie se le valoró precisamente por lo mismo, acentuando aquí su gran olfato e inteligencia. En el caso de Madonna, no. Desde una buena parte del pensamiento que regía la crítica musical, especialmente la más roquera, la cantante era algo así como el rostro bonito de otras personas que, por detrás, ponían la calidad. Siempre había un productor, un músico o un estilista que la colocaba en un podio sin que ella se lo mereciera del todo. La eterna sospecha.

 Ese es solo uno de los estigmas (totalmente machista, en este caso) con los que tuvo que luchar a lo largo de su carrera la cantante americana que recientemente cumplía 65 años. Con esa edad, la de la antigua jubilación en España, muchos piensan ya en un retiro dorado. Máxime cuando lo que hay que defender son shows espectaculares con exigencia coreográfica como los de Madonna. Si aún por encima le añadimos la infección bacteriana que en junio la llevó a la UCI, obligándole a suspender la gira Celebration Tour, todo parecía encaminarse al fin de este espectacular trayecto pop. Pero no, en cuanto se recuperó el mensaje quedó claro: Madonna no solo iba a seguir, sino que la gira se reanudaría. En España tiene confirmadas fechas para el 1 y el 2 de noviembre, en el Palau Sant Jordi de Barcelona. «No quería decepcionar a ningún comprador de entradas para mis conciertos, ni a quienes han trabajado de manera incansable durante los últimos meses para crear mi espectáculo. Odio decepcionar a nadie», dijo en cuando estuvo bien.

Toda esta peripecia vital ha incrementado el interés en sus actuaciones, generando una defensa a ultranza de sus fans, que la ven como la reina inmortal del pop. En un momento en el que otras figuras como Beyoncé, Dua Lipa y Rosalía gozan del espacio que Madonna empezó a crear prácticamente en solitario en los ochenta, su carácter pionero es más importante si cabe. Con ella se creó el concepto de pop-star femenina autosuficiente y que combinaba la faceta artística y empresarial a la perfección. Hasta que apareció ella en los ochenta, no se había visto a una mujer en la música con tal dominio de la situación, marcando el camino por el que deberían ir las cosas. Arrimándose, claro, a la calidad y el talento. Igual que había hecho Bowie. Aunque, por supuesto, no se viese igual en su momento. Y tardase mucho en verse, quedando todavía resquicios de todo aquello.

Porque Madonna tiene un puñado de álbumes —algunos de ellos tremendamente arriesgados— de visita obligada para cualquier aficionado a la música pop. Por resumir, todo lo de los ochenta —Madonna (1983), Like a Virgin (1984), True Blue (1986) y Like a Prayer (1989)—, Erotica (1992), Bedtime Stories (1994), Ray Of Light (1998), Music (2000) y Confessions On a Dance floor (2005) deberían figurar en cualquier discoteca rigurosa. Pero más allá de los títulos grandes, posee un puñado de singles de esos que empiezan a sonar y definen un momento. ¿No es acaso Into The Groove el sonido mismo de los años ochenta? ¿No podemos decir lo mismo de Ray Of Light respecto a los noventa?

Sin embargo, el pop no es solo el sonido. Claro que no. Y Madonna con toda su dimensión estética, social y política sublima esa idea de la música popular como agitadora de inercias y canalizadora de anhelos latentes. Siempre en el filo de la polémica, ha sido un referente de moda, alabada por las mejores firmas del sector. También, un icono feminista que puso sobre la mesa una nueva mujer desafiante. Y un estandarte de la comunidad LGTBI+ que siempre la tuvo como bandera. Desde la supuesta intrascendencia del pop, la americana consiguió irritar a todo tipo de religiones, sacó de quicio a políticos de todas las latitudes y se convirtió en blanco de supremacistas allá donde la escuchasen.

Poniéndose al borde del precipicio en múltiples ocasiones, siempre ha sabido lidiar con todo eso con actitud, sentido del humor y un toque de cinismo. Y aunque lleve tiempo sin ofrecer nada especialmente memorable, su condición de leyenda viva la mantiene ahí, como un faro que todavía emite una potente luz sobre el pop. Sin ella, difícilmente habría luego estrellas como Kylie Minogue, Lady Gaga, Gwen Stephani, Spice Girls, Beyoncé, Britney Spears, Dua Lipa y Rihanna, entre muchísimas más. Porque todas, en mayor o menor medida, le deben el camino trazado, la idea de la estrella pop que maneja su carrera y el referente que lo hizo todo antes. Y, además, a lo grande. Igual que ahora, sacudiéndose de encima las críticas por su aspecto físico en la gala de los Grammy o sus devaneos reguetoneros pasados de rosca con Tokischa. Es ella, haciendo exactamente lo que le da la gana. Igual que ocurrió antes. Y seguirá ocurriendo en el futuro.