El asturiano actúa el sábado en el festival Revenidas, en Vilaxoán, a dos semanas de publicar «Manual de romería», un disco irreverente, como todos los suyos, pero más bailable
08 sep 2023 . Actualizado a las 14:19 h.A Rodrigo Cuevas se le ama o se le odia. Por suerte son cada vez más los primeros. Y es que, a golpe de naturalidad, desparpajo, sensibilidad, compromiso, empatía y un punto de coqueta provocación, ha conseguido conquistar incluso a quienes a priori eran propicios a la fobia. Personaje necesario donde los haya, Rodrigo Cuevas regresa a Galicia —donde vivió siete años— para estrenar, en el festival Revenidas de Vilaxoán, el que será su nuevo disco, Manual de romería, grabado bajo la producción de Eduardo Cabra, músico fundador de Calle 13 y que cuenta con 28 Grammys Latinos. El álbum verá la luz el 22 de septiembre.
—¿Nos vamos a llevar alguna sorpresa?
—Yo creo que sí [se ríe].
—Uno de los adelantos, «Cómo ye?!», ya fue bastante sorprendente.
—Cómo ye?! fue una forma de decir que no reniego del petardeo. Que, caray, parece que me volví yo superprofundo y ya solo voy a hacer cosas superserias. Pues no.
—Me ha gustado que hayas puesto el foco en la reivindicación de la romería como espacio de relación y convivencia.
—Pues sí. Reivindico la romería y el espacio público. Que parece que ahora solo puedes estar en recintos, pagando. Que el espacio público ya no se puede utilizar, que tiene que estar vacío. Y yo creo que la romería es una forma muy chula de reivindicar ese espacio público.
—¿Por qué has recurrido de nuevo en el título al término «manual»?
—Pensé mucho si llamarlo solo Romería o Manual de romería. Y al final me pareció gracioso seguir con el rollo de los manuales. Era como darle un poco de continuidad. Y me da pie a hacer otro disco después y cerrar una trilogía. De hecho, este es más manual que el anterior [Manual de cortejo] porque incluso lleva un decálogo.
—¿Ah, sí? ¿Cuál es el primer punto de ese decálogo?
—Te voy a leer el segundo, que me encanta: «Cuando se llega a la romería, se ha de llegar con una presunción poliamorosa como filosofía de vida. Es decir, te das una putivuelta, que te vean. Dejarse ver. No escoger ni que te escojan. Que te ronden y que te silben. Que te bailen y que te guiñen. Que te tiren el anzuelo y que te revuelvan el pelo. Y si pican, pues que piquen». ¿Quieres que te lea el tercero?
—Por supuesto.
—El tercero dice: «Ponte altiva y ponte guapa. Que la Virgen de tu pueblo se caiga rendida al suelo. Que les dé pena mirar a los ángeles del cielo. Que cuando tú entres en el baile se detengan las agujas del reloj de la calle. Y que cuando ellos quieran ellos quieran 'sho', tú les digas 'arre'.
—En este disco tienes canciones en asturiano y en castellano. ¿Por reivindicación o por naturalidad?
—Por naturalidad. Pero, cada día más, también la naturalidad es una reivindicación.
—Te fuiste dos meses a Puerto Rico para grabar este disco con Eduardo Cabra. ¿En qué te ha cambiado ese viaje?
-Cuando haces un viaje así, profundo, no solamente para hacerte fotos en monumentos, se te remueven muchas cosas. Te da más perspectiva a la hora de apreciar lo que tienes aquí y que das por hecho. En este disco hablo mucho de eso, de lo que damos por hecho y es casi una irresponsabilidad hacerlo, porque no es un hecho en casi ninguna parte. Viajar me ayuda a ser consciente de lo privilegiado que soy y de lo que tengo. Y asumo cada día como una tarea de reivindicación y de agradecimiento a los que, antes que nosotros, construyeron todo esto que hoy tenemos. Porque nadie vino un día y dijo «ya está, vais a poder vivir juntas dos personas del mismo sexo sin que vuestros vecinos os apaleen». Fue una construcción por la que lucharon muchas personas durante mucho tiempo.
—¿Cómo te ha cambiado la vida desde aquellos años en los que vivías en Galicia?
—No creas que me ha cambiado tanto. Mi vida privada es bastante parecida. Estoy muy ocupado, eso sí. Eso me da una rabia tremenda. Es que no tengo tiempo para mí, para ir a tomar un café a casa de un vecino, a pasar un rato con mi abuela, con mi padre... No me da tiempo a nada.
—Mucha gente te descubrió en el programa de Évole y ahora poco menos que eres un líder de opinión. ¿Sientes una mayor responsabilidad respecto a lo que dices o a lo que haces?
—No, la verdad es que no. Sigo siendo bastante irresponsable. Afortunadamente [se ríe]. Sí que hay gente que me dice «ay, tienes que tener más cuidado». Como que me quieren meter presión, pero yo no la siento. No me la creo, no la asumo.
—¿Cómo valoras lo que ha ocurrido con el cartel de la fiesta de la sidra de tu pueblo, de Piloña?
—A mí el cartel me parecía maravilloso. Lo hizo una diseñadora superreconocida y, además, muy feminista. Una tía supercañera. Y me da mucha pena lo que ha pasado, sobre todo porque al final lo que ha salido mal parado ha sido la imagen del feminismo. En el pueblo los que más enfadados estaban con el cartel y quienes los estaban arrancando eran señoros más bien rancios. Y de repente, boom, no lo vimos llegar y la ostia nos vino por el otro lado. Resulta que el cartel se eliminó por una llamada del Instituto de la Mujer. Que al final lo que consiguió es que la imagen pública que hay ahora en Piloña, y que va a ser muy difícil de quitar, es la de que las feministas echan abajo un cartel con el que la mayoría de la gente, sobre todo las mujeres y los más progresistas, estabamos encantadas..
—Llevas muchos años luchando por tus sueños. ¿Tienes ahora la vida que quieres?
—La verdad es que sí. Hombre, con un poco más de tiempo libre estaría mejor. Pero, claro, si a mí me dicen hace unos años que iba a estar grabando un disco con Eduardo Cabra, que iba a tener otro con Raül Refree y que iba a tener un teatro en mi pueblo, pues la verdad es que se parece... Se parece, no, es mucho más allá de cualquier vida que me hubiera podido imaginar o desear.
—De todo lo que te está pasando, ¿hay algo que te dé miedo o te asuste, que digas: «Uy, con esto tengo que tener cuidado»?
—Mira, los fans me dan un poco de miedo. Es que la gente no mide. Y entonces, pues te aparecen en casa, te interrumpen las conversaciones... Hasta el punto de que estoy renegando un poco de ciertos espacios públicos porque no los disfruto.
—Vaya, pues démosle la vuelta. ¿Qué es lo mejor de tu actual estatus?
—El proyecto de La Benéfica [un teatro restaurado por Rodrigo en La Piloña]. Para mí se ha convertido en un proyecto vital. Estamos haciendo cosas chulísimas y está teniendo un poder transformador tremendo en mi pueblo. Esa es para mí la contrapartida a toda esa visibilidad que en algunos momentos es mala.
—¿Cómo sigue siendo tu relación con Galicia?
—Pues ahí está. Pero, claro, ya han pasado siete años desde que me fui de Galicia, que son tantos como los que estuve ahí. Ya me parece como de otra vida. Pero, bueno, sigo conservando los amigos y sigo yendo cuando puedo, aunque sea poco.
—¿Qué te parece lo que está pasando con la escena musica gallega?
—Me parece maravilloso. Se nota el trabajo de fondo que se hizo durante muchos años. Y al final ha dado sus frutos. Es fantástico ver como chavales tan jóvenes, que por fin han tenido referentes, están haciendo música en gallego y dicen «es que me da igual que pueda vivir de ello o no, yo voy a hacer música en mi idioma. Y mira, al final están viviendo de ellos. Porque es que mola mogollón. Gente como Mondra o Fillas de Cassandra están haciendo cosas de muchísima calidad.