
El músico berciano ofrece el miércoles en Santiago un concierto acompañado por la Real Filharmonía de Galicia, inaugurando el festival Maré
21 sep 2023 . Actualizado a las 13:49 h.Hay en el hablar lento de Amancio Prada (Ponferrada, 1949) no solo un afán por medir con precisión cada palabra expuesta sino también por recrearse en el silencio. Por generar un ritmo y un fluir sosegado en la conversación. Un rumor sereno. Como el de los ríos cuando nacen, conscientes de que su destino final será el mar. Una figura rosaliana a la que el berciano recurre en varias ocasiones durante la charla. «En el fondo, todos los poetas que he cantado son afluentes distintos de un mismo caudal poético que va creciendo, que va ensanchándose y tomando forma de canción, que es una forma de volver al aire, igual que el agua de mar regresa a la tierra en forma de nube y de lluvia», expone nada más comenzar.
El destino más inmediato de Amancio Prada es el Auditorio de Galicia, en Santiago, donde el miércoles ofrecerá un concierto especial, en cuya segunda parte estrenará la versión sinfónica de los Seis Poemas Galegos de Federico García Lorca, acompañado por la Real Filharmonía de Galicia, dirigida por David Fiuza.
En la primera parte del concierto, que abre el festival Maré, el músico berciano conmemorará los 50 años de Vida e morte, su primer disco, grabado en París en 1973, y en el que musicaba tres poemas de Rosalía de Castro, dos de Darío Xoán Cabana y uno más de Celso Emilio Ferreiro.
—Antes que nada, ¿cómo está?
—Cantando, que es la mejor forma de celebrar. Siempre se celebra cantando. Y con una ilusión enorme por este concierto.
—¿Cómo va a ser?
—La primera parte, celebrando Vida e morte, la haré yo solo, con la guitarra. Y después, ya con la orquesta, haremos el relato que en mi mente he soñado de los Seis Poemas Gallegos de Lorca a modo de suite.
—Dice de este concierto que es «un homenaje a Galicia y a su alma». ¿Qué le ha dado Galicia?
—Galicia me ha dado todo, porque me constituye. No puede ser de otro modo habiendo nacido en El Bierzo, que es el pórtico natural de Galicia, y habiendo de niño hablado lo mismo en gallego que en castellano, en esa doble condición que asumo con alegría. Porque a mi pueblo lo mismo nos llegaban los airiños aires de Triacastela que los de O Cebreiro o los de Os Ancares. Yo no necesito acercarme a Galicia, no necesito hablar de ella, Galicia está en mí, me constituye.
—¿Recuerda el momento justo en el que se enamoró de Rosalía? ¿Cómo fue ese flechazo?
—Me enamoré de Rosalía leyendo con 17 o 18 años un libro de la colección Austral que recogía Cantares gallegos, Follas novas y En las orillas del Sar. Y recuerdo las tres primeras canciones que compuse, cuando estaba estudiando en Valladolid: Como chove miudiño, Un repoludo gaiteiro y Pra Habana! Tres poemas que para nada eran ornamentales sino que eran consecuencia de la vida de Rosalía y también de mi presente en aquel año 67 o 68, en que yo los estaba sintiendo y empezando a cantar.
—¿Leer a Rosalía en gallego en 1967 era poco menos que un acto de subversión?
—Yo no lo sentía así. Tal vez porque para mí, como te decía, el gallego es una lengua tan materna como el castellano. El idioma no era una frontera. Todo el mundo de la labranza en el Bierzo se expresaba en gallego. Es verdad que era un gallego un poco asilvestrado, pero a mí me gusta más ese asilvestrado que el normalizado.
—Probablemente ha hecho más Amancio Prada por difundir a los poetas gallegos que todas las campañas institucionales de la historia juntas.
—[Se ríe] Es que la letra con música entra. Y vuela. La música le da alas a las palabras. En el fondo, un poema es como un pájaro hermoso y que canta muy bien, pero metido dentro de una jaula. Si abres la jaula, parece que le crecen las alas y sale volando. Y celebra su vuelo cantando.
—Decía María Zambrano que musicar un poema no era añadirle música sino extraerle la que lleva de dentro.
—Sí, a mí mismo me alumbró esa visión que ella concibió. Coincido plenamente en que el arte no es añadirle música a un poema, sino extraer su música callada.
—¿Cómo se enfrenta a ese proceso, que imagino muy íntimo?
—Lo asumo partiendo del amor, porque el amor es el motor más conmovedor. Cuando algo te enamora..., ya sabes lo que pasa. Y un poema, más allá de que sea hermoso, antiguo, moderno, de un poeta clásico, contemporáneo o desconocido, te tiene que enamorar. Y si te enamora, en el caso de un cantor, la mejor forma de acercarte a él es hacerlo tuyo. Yo cuando canto a Rosalía, soy Rosalía. Cuando canto a San Juan, soy San Juan. Soy lo que canto.
—Es bonito eso de extraer la música del poema, pero en ocasiones también ocurre lo contrario. Llega un momento en el que la aportación musical que por ejemplo usted le imprimió a algunos poemas llega a introducirse en ellos de tal forma que ya es imposible disociarlos. Es imposible leer «Adiós ríos, adiós fontes» sin mentalmente ponerle su música.
—Eso delata que ha sonado la flauta y has dado con esa música callada que estaba en su interior. Celebro que algunas de mis canciones provoquen esa sensación.
—La mayor parte de sus canciones se basan en poetas clásicos, pero está al corriente de lo que se está haciendo ahora mismo, de la nueva poesía que están escribiendo los jóvenes?
—Los clásicos tienen unos cimientos tan fuertes —por eso lo son— que admiten muchas lecturas y cada uno los puede sentir a su manera. Pero sí, sí que me asomo a toda la poesía. Hay una que me entra y otra que no. Como en todo. Y hay poesía que me gusta mucho pero sin embargo no me enamora, en el sentido de que no me encanta. No me lleva al canto.
—Me decía Santiago Auserón hace unas semanas que él estaba ahora en el punto de expandir su vocación de juglar. ¿Es una figura con la que se identifica?
—Eso está bien por parte de Santiago. Significa que se ha ido despojando de muchas cosas. Y menos es más. Yo ya nací de esa manera, cantando a palo seco. Como se cantaba en el pueblo mientras se hacía la labranza o mientras veías pasar el tiempo, sin más. Sin ningún otro instrumento más que la propia voz. Como cantaban los mozos en las rondas en las fiestas de los pueblos. Y luego pues, sí, se me unió una guitarra y un violonchelo, pero siempre con la referencia de esos maestros que tengo presentes como fueron, y siguen siendo, Paco Ibáñez, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra... A la palabra, cuando está bien dicha, le sobra hasta la música.
—La música tradicional vive en España un momento extraordinario. ¿Hasta qué punto siente que es una herencia de las sendas que abrieron músicos y cantores como usted?
—Es cierto que el momento de la canción en España es formidable. Hay cantores jóvenes de una belleza y de una frescura extraordinarias. Y bueno, yo desde que empecé, algo aporté. Pero la canción popular nunca es una foto fija, sino que va cambiando como el tiempo. Desde siempre, el folklore que más vivo ha estado en España ha sido el flamenco. No deja de ramificarse y de transformarse. ¿Por qué? Porque tiene las raíces muy profundas, muy jondas. Y cuanto más hondas son las raíces, más alto puede crecer un árbol, más largas serán sus ramas y más pájaros vendrán a posarse y a cantar en ellas, cada uno con su propio canto.
—¿Cómo mira al futuro desde el actual momento?
—Yo no suelo mirar mucho al futuro. Estoy tan entretenido con el presente y con preparar un concierto como el de Santiago, que para mí cada día tiene su afán. Me dejo ir. Procurando escuchar mi voz interior, valga para lo que valga.
—Descartada la mirada al futuro, ¿qué es lo que más le inquieta del presente?
—Me inquieta el momento político. Está todo demasiado erizado. Entiendo que falta un poco más de cordialidad, de comprensión, de educación, de ternura. Sin entrar ya en cuestiones ideológicas, creo que deberíamos tener cada uno bien presente lo mejor que podemos hacer en este paso tan breve por el mundo y dejar el camino que otros han andado un poco más cuidado.
—¿Cómo es un día cualquiera en la vida de Amancio Prada?
—Pues ahora que vivo en el campo —en Urueña, un pueblo que esta mitad del camino entre Madrid y El Bierzo, lo que me permite ir con frecuencia tanto a un sitio como a otro—, vivo apegado a la tierra. Me he vuelto a reencontrar con mis raíces. Mis padres eran labradores, todos mis antepasados lo fueron, yo de niño he trabajado el campo, y ahora también lo trabajo. A mi manera, haciendo labores mucho más humildes, pero con el mismo primor que entonces ellos labraban. Por la mañana suelo hacer ejercicio y cojo la guadaña, por aquello de procurar un entorno más amable, más en armonía con la naturaleza. Y por las tardes me dedico a la labranza del aire, que es la música.