
Hoy se edita «Caldo espírito», el nuevo disco del coruñés. Desde la mediana edad ahonda en los pensamientos complejos que generan las relaciones humanas y la vida moderna
06 oct 2023 . Actualizado a las 15:19 h.Dice Xoel López que a su edad —46 años, aunque el disco lo haya grabado con 45— aparece una necesidad de recuperar cosas de los veintitantos. «Creo que todos tenemos un momento en el que nos volvemos a comprar una cazadora vaquera como la que teníamos —ejemplifica— y, en lo musical, pasa algo parecido. De repente, me apetece hacer un riff tipo Pavement que no los escuchaba desde hace un millón de años. Es algo cíclico y puede que esté ahí». Es su manera de explicar los rastros del pasado que aparecen intermitentemente en Caldo espírito, su nuevo disco que hoy ve la luz.
—¿Hay un reencuentro con la épica y los estribillos «de echar por fuera» de Deluxe, su anterior proyecto que rescató en los dos últimos años para el directo?
—Sí, aunque la épica ya estaba en Lodo y en algunos de mis discos anteriores. Hablo de esa cosa medio gritada en los estribillos. Es una rabia contenida que sale ahí. Justamente en Atlántico, mi primer disco como Xoel López, eso desaparecía. Luego, volvió poco a poco. No sé si es por haber recuperado a Deluxe directamente y haber tocado las canciones de nuevo o porque, de alguna manera, es un ciclo que toca, como lo de la cazadora. Estoy ahí. Me apetecía desempolvar algunas cosas.
—¿También influyó «Atlántico»? En el concierto que dio por su 10.º aniversario tocó «Ojalá que llueva café» de Juan Luis Guerra. La versión quedó y ahora impregna temas como «Mágica y eterna».
—¡Este tema es puro Juan Luis Guerra!
—¿Un Juan Luis Guerra «a lo Dylan»?
—Sí, algo así [risas]. Claro que ese Ojalá que llueva café impregnó muchas de las canciones de este disco. ¿Cuánto me influyó volver con Deluxe? ¿Cuánto el libro del aniversario Atlántico? Eso vuelve a estar en tu imaginario en primera línea. En la composición hay una parte muy inconsciente y te sale. Es como si estuviera de moda en tu vida. Si hablamos de Atlántico durante horas y horas, de pronto se pone de moda en mi imaginario y me apetece hacer a Juan Luis Guerra. Recupero esa versión para el concierto y ya se queda. Luego influye en lo demás. Es muy circunstancial.
—Hablando del género, este verano versionó «La bachata» de Manuel Turizo, uno de los músicos estrella del pop latino actual. ¿Es cierto que algunos incluso lo interpretaron como algo irónico?
—Me preguntaba alguna gente. «¿Haces una versión de alguien muy comercial?» Sí, Manuel Turizo. A mí me parece un temazo y me encanta. No tengo prejuicios. Yo soy fan de las canciones, sean de Serrat, Manuel Turizo o The Smiths. Me da igual, si una canción me gusta, me gusta. En el fondo, eso es muy mod. El rollo de estar a la pesca de canciones lo traigo desde los 14 años. Veías un tema que te gustaba, te comprabas el recopilatorio y te gustaban dos. Estabas siempre con la caña puesta.
—«Caldo espírito» empieza con «Albatros», donde se ve a un hombre de mediana edad un poco perdido. ¿Se siente así?
—Es alguien que pide descanso. Una sensación que aún tengo, algo así como la necesidad de apagar el mundo. Tiene que ver con el exceso de comunicación, la tecnología. Creo que pido un poco de auxilio. Necesito incomunicarme un tiempo y sentirme como un albatros. Esa búsqueda de libertad es constante. A mis 46 años aún no conozco la fórmula. El disco se llama Espíritu caliente y quería reivindicar una vida más espiritual y más cálida. Un mundo menos superficial. Hablo, claro está, de las redes sociales.
—«Demasiados ojos nos observan», canta.
—A veces lo siento. De repente, me manda alguien una foto mía comiendo en un sitio porque alguien la hizo y se la mandó a esa persona. ¿Realmente eso es necesario? No me gusta tener tantos ojos alrededor.
—De pronto, clama: «Ya solo quiero encontrar canciones hechas con el corazón».
—Sí, veo mucho postureo. Falta de autenticidad y me cuesta encontrar una canción hecha con el corazón. No una hecha pensando «voy a hacer una canción así que así logro no sé cuántas». Está todo demasiado mercantilizado y veo todo demasiado frívolo. Las redes sociales te hacen ver una parte del ser humano muy mala. Y luego están los anuncios, los reels... Hay un momento que dices: «¡Dejadme en paz con tanta chorrada!». Que si tengo que estar en forma, que si tengo que comer sano, que si tengo que estar guapo, que si tienes que hacer fotos con filtro… Es un nivel de exigencia tal que algún día hablaremos de estos como del tabaco.
—Oyéndolo hablar así parece que vaya a coger otro avión rumbo a Argentina, como hizo en el 2009.
—[Se ríe] El otro día amenazaba con ello, porque no quiero que llegue el momento de darle al botón y salir disparado.
—¿La sensación de hastío coincide con la que tenía cuando disolvió Deluxe?
—Cuando estás muy expuesto y en contacto con eso te influye. Por eso di ahora carpetazo a Deluxe, a Combo Viramundo y a la gira. Saco el disco y hago el 29 de noviembre el Wizink en Madrid. Después no voy a tocar hasta marzo o abril.
—Lo mismo hizo Iván Ferreiro con «Trinchera pop». ¿A qué responde?
—En mi caso, a algo personal. Me gusta tanto mi trabajo que no calculo bien y, de pronto, veo lo apretado que me queda el traje. Hasta el 30 de septiembre tenía el final de todo lo que decía. Y ahora tocan presentaciones. Hacemos un bolo y no quiero saber nada. Luego, volveré ya descansado. Para que no me tenga que ir a Argentina.
—Sigamos con el disco. «Ya sé que no pertenezco a este tiempo», dice. Sigue apareciendo el hombre mayor desorientado.
—No tiene por qué ser mayor. ¿Quién no ha sentido lo mismo a los 15 años?
—Sobre todo siendo mod, como usted.
—Claro, ahora solo lo corroboro [risas].
—En el disco aparecen muchas cosas que se clavan, indecisiones, el amor que no lo es… demasiada confusión.
—Es un disco crudo y habla de conflictos. No estoy como en Atlántico, celebrando la vida y mirando al mar. Este es más retorcido, anudado y críptico. Habla de cosas de dentro, que no sé si las puedo explicar. Una cosa profunda, casi psicoanalítica.
—¿Le ha pasado como en «Lodo»? Dijo que la canción sacaba cosas de las que no era muy consciente.
—Sí, estoy contando cosas más de lo que yo creo. Como de ir más allá de lo que conscientemente se puede decir.
—¿Más de lo que debería?
—Incluso. Pero es mi lema: «¿Canto esto? Pues vale. Si lo sentí, sí».
—Con el «single» «Fort Da» se veía esa ambivalencia de sentimientos que generan relaciones que se van a consumir.
—Sí, ahí hay una relación tóxica.
—Lo cierto es que da cierta sensación de pudor al escucharla.
—No me extraña. Yo sigo componiendo como si no hubiera nadie alrededor. Para mí es necesidad, medicina, lo que conté en el disco Paramales. Cuando me salen esas cosas, ¿qué puedo hacer? ¿La endulzo? ¿La limo? No. Por eso creo que es un disco que salió crudo y dejé crudo, es vuelta y vuelta [risas]. Las letras son crudas, incluso fuertes, y pueden generar ese cierto pudor de estar escuchando algo que no sabes si quieres saber, pero es mi forma de entender mi arte. Quiero que dentro de 40 años mi hijo lo escuche y diga: «Este era mi padre». En todo caso, un disco no es una definición de una persona, pero sí que hay algo que exorcizar ahí.
—Se refleja con ese final de «Oh, oh, oh, oh». Ya se ha visto la pegada. ¿En la gira irá a más y será un clásico de su carrera?
—Yo creo que Fort Da vino para quedarse. Y también pienso que necesita su tiempo. Yo mismo la toqué el otro día en Radio Nacional y vi que ahora es cuando la gente la entendió. Primero salió, se quedó ahí y veo que ya enganchó.
—A nivel sonoro, llama la atención «Faneca brava». Se la puse a una fan suya y me dijo extrañada: «¿Esto es Xoel? ¿Ahora qué hace, electrónica?
—¡Qué bonito! Cuando consigues que una persona ponga otra vez cara rara escuchando una canción yo pienso: «Bien, avanzamos». Siempre hay que dar un paso adelante. Este disco los tiene. Luego está el título. No sé por qué pero estoy titulando de forma distinta. Me sorprendió incluso a mí mismo. Fue una forma de sintetizar ideas o buscar una estética. Pero hubo claramente un cambio. Faneca Brava define muy bien a mis 45 años. Es el sondo que me corresponde y más me identifica por lugar, trayectoria y edad.
—¿Es lo que fue «A serea e o mariñeiro» en su momento, el paso adelante?
—Sí, o incluso Tierra. Es la canción que me gustaría que me definiera a mi edad. Faneca brava habla de drogas otra vez. Un tema que no tocaba desde Por el viejo barrio. Y es un caso real y un mundo que vuelvo a abrir en ese disco y que nos sigue rodeando.
—¿En «Glaciar» quiere relativizar el éxito?
—Es algo que ya traté en If Things Were To Go Wrong ¿Me quieres por el interés o de verdad? Veo muchas relaciones falsas y de conveniencia. Un amigo de verdad está a las duras y a las maduras. Es algo tan obvio que casi da vergüenza decirlo, pero es que hoy en día veo tanta relación interesada, mercantil y frívola, que estoy diciendo ¿puedo confiar en ti? Porque yo lo viví. Cuando me fui a Argentina vi que mucha gente perdió todo el interés en relacionarse conmigo, vi que todo era una relación interesada.
—¿Sigue ahí su mirada desconfiada al éxito? Desde «Atlántico» parece que siempre da dos pasos atrás, por si acaso.
—Sí, creo que lo pillas perfectamente. Yo siempre estoy con la mosca detrás de la oreja. Te dicen: «Si firmas aquí, eres como Rosalía». Y yo digo: «No, déjame hacerlo a mí, poco a poco, equilibrando y con la balanza y la lupa puesta». Porque no me fío. No me quiero ver tironeado en una plaza por cuatro caballos. Sí que tengo cierta desconfianza al éxito.
—Desde el punto de vista de la industria, cuesta entender que prefiera hacer el final de Deluxe en Galicia en un bolo para 2.500 personas, en lugar de ser cabeza de cartel del Noroeste ante 20.000, que es lo que quería el Ayuntamiento de A Coruña.
—Sí [se ríe].
—O que el aniversario de «Atlántico» se hiciera en el Palacio de la Ópera de A Coruña para 1700. Podía haber ido al Coliseum, que se le ofreció, y hacer luego una gira nacional que hubiera triunfado seguro.
—Eso va acorde a mi personalidad. A veces me pasa, que tengo ofertas para hacer cosas entre semana y digo no, solo esto y esto. Porque si hago todo me voy a rayar y va a ser mucho. Y esto es lo mismo. Lo hacemos así y ya está, pero la energía que hubo ese día en el Palacio de la Ópera fue brutal. A lo mejor en otro sitio se disipaba. Aquello era: «Estamos aquí los que estamos y así funciona bien». Me pasa en el Peor para el Sol de Madrid. Toco para 30 o 40 personas y pasan cosas que son únicas. Eso es muy especial. Pero ojo, que voy a hacer un Wizink ahora. Eso sí, yo siempre con la lupa y la balanza.